—Chicos, mirad lo que he encontrado —dijo con una sonrisa aguada.
—¿Es ron? —preguntó Bala de Cañón ansioso.
Mandarina tiró del corcho con los dientes y curioseó la botella.
—Hay un papel dentro —dijo, sacándolo con cuidado—. ¡Oooh! —exclamó. Tiró la botella y desenrolló un pergamino envejecido—. ¡Es un mapa!
Parche levantó las orejas al escuchar la voz emocionada de Mandarina. ¿Un mapa? ¡Guay!
Mandarina observó el pergamino, rascándose la cabeza.
—Mapa de tu-tu TURRÓN me-me MELOSO —deletreó con alegría—: ¡Oh, genial, me encanta el turrón!
—Oye, capi, una adivinanza —Sable aterrizó en un cañón cercano—.
¿Qué es marrón y tonto? —graznó a Parche.
—Yo sé qué es verde y tonto —dijo Botín con malicia, colgado boca abajo en el cordaje y enseñando a todo el mundo su horrible trasero rosa de mono.
Los otros dos le ignoraron.
—El turrón espeso —rio Sable—. ¿Lo pillas? ¡Turrón ESPESO!
El capitán Fletán le arrebató el mapa a Mandarina.
—Dame eso —dijo con brusquedad. Después dio uno de sus legendarios resoplidos estremecedores cuando leyó el mapa—. ¡No dice turrón meloso, zoquete de aguas profundas, dice tesoro maldito!
—Hablando de espesos… —susurró Parche a Sable.
—Jo —dijo Mandarina, decepcionada—. Me apetecía mucho un turrón meloso.
El capitán Fletán no parecía decepcionado. Su bigote prácticamente vibraba de alegría.
—¿A quién le importa un turrón cuando tenemos un mapa del tesoro? —los alentó—. ¡Fantástico! Grandullón, gira el barco a estribor inmediatamente. Mantén los ojos abiertos hasta encontrar una isla. ¡A la búsqueda del tesoro!
—Pero, c-c-capitán… —Grandullón no movió un dedo, salvo sus corpulentas rodillas, que se chocaban entre sí del miedo—, ¿y la m-m-maldición? —dijo con voz temblorosa—. «T-t-tesoro maldito» suena peligroso.
—Tonterías —se burló el capitán—, si hay un tesoro que descubrir, yo soy el pirata para robarlo. A estribor a toda marcha, he dicho… ¡y asegúrate de ello! ¡Adelante!
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Grandullón dio un pequeño quejido y dejó caer los hombros, pero hizo lo que se le pidió. El capitán se retiró plumclonqueando mientras Mandarina y Bala de Cañón recogían las patatas.
—¿Tesoro maldito? —Parche miró a Sable—. Esto me da mala espina… —dijo preocupada. Entonces una sonrisa ensoñadora se extendió por sus bigotes—. Mmm… pescado… —suspiró.
—Arrr, espera, ¡hay algo más en la botella! —exclamó Sable, observándola detenidamente. La botella había rodado hasta parar cerca de los barriles de pólvora, y Parche se acercó a mirarla. Sable tenía razón, había un segundo trozo de papel dentro.
Parche intentó meter una pata en la botella, pero no cabía. Por suerte, Mandarina había dejado cerca una caña de pescar que tenía un anzuelo afilado, y así Parche y Sable pudieron sacar el papel. Cuando lo desdobló y vio lo que había garabateado, Parche sintió escalofríos por todo su pelaje.
En letra roja («¿Será sangre?», se preguntó Parche) estaba el siguiente mensaje:
—¿Qué pone, capi? ¿Qué pone? —preguntó Sable, dando saltitos.
Parche leyó la advertencia en voz alta y ambos se estremecieron.
—¿Muerte asegurada? —maulló Parche. Sus bigotes temblaban—. No me apetece dar una de mis siete vidas todavía. Tenemos que enseñarle esto a Fletán, ¡rápido!
Pero justo antes de que pudieran llevar la advertencia a ningún lado, Botín se balanceó desde el cordaje y agarró el papel.
—¡No podéis alcanzarme! —se burló. Trepó hacia arriba de nuevo a toda velocidad y se lanzó a una vela.
—¡Escurridizo canalla! —exclamó Parche, mientras lo perseguía con Sable.
Con una risita, Botín agitó el papel en el aire… pero un momento después la sonrisa se le esfumó de la cara. El viento se lo quitó de un tirón y lo envió volando al mar.
—Ups —dijo Botín, tragando saliva.
—¡No! —maulló Parche angustiada mientras el papel se mecía en el agua hasta sumergirse—. Ahora los piratas no recibirán el mensaje, ¡lo que significa que no se enterarán de la advertencia de una MUERTE ASEGURADA!
—¡ARRK! ¿Qué hacemos? —graznó Sable, volando en círculos.
—Lo siento, Parche. —A Botín le temblaban los labios—. ¡Lo siento de verdad!
El capitán Fletán, que observaba el mapa del tesoro, los miró con el ceño fruncido. Aunque los animales podían entenderse entre ellos a la perfección cuando hablaban, a los piratas les sonaba como si estuvieran maullando, graznando o dando grititos de mono.
—Parad ese jaleo, por las barbas de Neptuno —bramó, sacudiendo sus rizos negros con una mirada fulminante—, ¡o vais al cañón más cercano!
El mal genio del capitán era suficiente para parar hasta a la más valiente gata pirata, por lo que Parche se escabulló a la parte de estribor del barco, seguida por Sable.
—Esto es un lío pirata, desde luego —murmuró Parche, moviendo su cola—, no podemos dejar que la tripulación ponga sus manos en el tesoro maldito, Sable. ¡No podemos!
—Bueno, ya sabes lo que le gusta un tesoro al capitán… —dijo preocupado Sable.
Parche lo sabía. Hasta en sueños el capitán Fletán murmuraba a veces sobre oro, plata y joyas.
—Pues de una manera u otra vamos a tener que ponerle muy difícil a los piratas encontrar el tesoro —dijo—. Si tuviéramos un plan supersecreto…
—Un plan supersecreto… —repitió Sable. Movió su cabeza a un lado y pensó—. Quizás si hacemos un mapa de ideas, podríamos…
—El mapa… —Parche dio una palmada con sus patas—. ¡Eso es! Eres un genio, Sable.
—Ah, ¿sí? —preguntó Sable sorprendido.
—Lo único que tenemos que hacer es esconder ese mapa del tesoro de los piratas —explicó Parche—, así no podrán encontrar la isla, y menos todavía…
—¡Tierra a la vista! —gritó Grandullón en ese momento, mirando por el catalejo—. La isla del