«Dicen que no ha sido detenido, estaba esperándome aquí. De todos modos, voy a hablar con el teniente Karim» dice Chiara al salir.
¿Serà italiana o turca? La tez clara y el cabello rubio, aunque quizás no sea natural, no la hacen parecer turca, pero es muy formal, no es la típica italiana. En todo caso, ¡el del bigote negro solo es un teniente!
Mientras tanto, el oficial de aduanas se para en la entrada, una vez más. Podrá ser cierto que no me han detenido, pero todavía me siento asfixiado. Luego, me surge una duda: «Disculpe, entonces, ¿usted me entiende?»
Él lo niega en tono monótono, confirmando mi sospecha. Me había levantado para preguntarle esto y con un gesto autoritario me “recomienda” regresar a mi sitio. No hay necesidad de causar controversias; regreso.
Esa larga espera sentado, con el miedo a lo que me pueda pasar cuando me levante, me hace recordar los domingos a ver los partidos del equipo en el que jugaba de niño, con las ganas, pero también el miedo de que me llamen al campo de improviso.
Nunca me he sentido inclinado por jugar fútbol, en particular en un país como el mio, en el que admitirlo es casi una herejía: un hombre, como hombre, debe saber jugar fútbol. Intenté unirme al equipo del barrio como delantero porque todo el que juega fútbol solo tiene un propósito: hacer goles. Me di cuenta rápido que casi nunca alcanzaba ese objetivo; antes se enteró el entrenador, que me atrasó y me puso al centro del campo. Con el cambio del entrenador (lo banquillos no solo saltan en la serie A) me mandaron de inmediato a la defensa, donde aprendí una sola jugada: tirarme al suelo como en un tobogán cuando llegaba un atacante. Normalmente, fallaba el balón y, por suerte, también las piernas del oponente. Era lo único que sabía hacer, tanto así que retrocedí aún más: a la portería. Más atrás no podía ir, a no ser que me convirtiera en recogebolas. Escapé de esa humillación y me retiré lo antes posible del equipo. Pero fui el portero durante un año aproximadamente o, más bien, el segundo portero. Ahora, entre los postes de la serie A, hay jóvenes guapos, rodeados de hermosas modelos, pero, en aquel entonces nadie quería quedarse en la portería (desde allí no se podían hacer goles) y siempre ponían allí al más “torpe” del grupo. Bueno, ¡qué satisfacción, yo era el segundo!
Me levanto del “banco” de las aduanas turcas solo cuando escucho el ruido de los tacones de nuevo…
«Todo está bien, ahora lo llevo a solicitar un documento provisional para los días de estadía aquí. El lunes le devolverán el pasaporte» dice la intérprete.
«¿Pero qué pasa?»
«Solo es un control» intenta tranquilizarme, poniéndome más nervioso. «El teniente Karim debe esperar el ok de la oficina del ministerio, que abre los lunes. Mientras tanto, vayamos de prisa a la embajada. La oficina cierra en una hora».
Sigo al traje gris a rayas fuera de ese horrible lugar. Chiara llama un taxi. La chica es amable pero distante. Mientras mira distraída por la ventana, a media voz me dice que es hija de italianos, que ha nacido y vivido en Turquía, aprendió italiano con sus padres, pero ellos nunca se adaptaron al turco y abrieron una heladería en un pequeño pueblo cerca de Ankara.
«Me gustaría visitar Italia: Venecia, Padua, Jesolo, Oderzo…»
Tenemos otras ciudades decentes, en la Toscana y el resto de la península, pero intuyo que su gente es del Véneto y no replico. Incluso, en Alemania, las heladerías italianas son todas venecianas. Aquella región, por el cono, se parece a la Campania por la pizza.
En la embajada me dan un documento, en el que me debería garantizar moverme libremente, pero cómo ha comenzado el viaje…
«Me temo que no llegaré muy lejos con este pase. No estoy aquí de vacaciones, sino para traer de regreso a Italia el cuerpo de mi profesor universitario y exjefe…»
«¿Está enterrado en Ankara?» pregunta, sin haber comprendido bien el problema.
«Luigi Barbarino, así se llamaba, ha muerto hace una semana, mientras escavaba en un sitio arqueológico en Tarso. Tengo que ir hasta allá para recuperar el cuerpo…»
«Tengo un amigo que vive en Tarso… digamos que es un examigo. Puede ayudarte. Es ingeniero en una industria petroquímica. Te escribo su dirección» dice y arranca una página de un diario en el que escribe algo.
No me gustaría aprovecharme, pero: «Gracias, pero ¿cómo hago con la lengua?»
«Êl habla muy bien italiano» responde casi enfadada. «Yo le he enseñado».
«¿No tienes su número de teléfono? Así lo puedo llamar desde aquí».
«La verdad es que lo borré, pero si vas a esta dirección, seguro lo encuentras. Dile que vas de parte de Chiara».
Ella me trata como un niño. Me acompaña a la estación de autobuses, pide un boleto a mi nombre y subo al autobús. Se desprende un aroma que huele a misterio y a oriente. Me alejo de ella, pero primero le escribo mi número de teléfono en un papel.
Desde afuera, el autobús se ve bonito, con su estilo de años 60. En cuanto entro, me doy cuenta de que realmente es de esa época. Además, todos fuman: no se puede respirar. Afortunadamente, las ventanas de los años sesenta se podían abrir. Viajo durante seis horas con la cabeza fuera, como hacen los perros (quién sabe por qué). Así con la cabeza afuera, veo Ankara, hasta ahora solo había conocido sus tristes oficinas. Los edificios me recuerdan a la interminable superficie de Londres, de casas grises e indistintas, con una diferencia: ¡aquí son más decadentes! Por un instante, borro de mi vista las casas y cúpulas de las mezquitas, trato, en vano, de ver la columna que la ciudad de Ancyra (Ankara de la época romana) había erigido para honrar al emperador Flavio Claudio Julian.
¡El querido Julian!
Durante años, he tenido una obsesión con el último emperador pagano de la época romana. Cuando estaba en la universidad, escribí varios artículos y un par de libros sobre él. Apodado Apóstata porque como cristiano se convirtió al paganismo. Luego, trató, a lo largo de su corta vida, de atraer a nuevos fieles, reformando la religión tradición. La utopía era convertir de vuelta todo el imperio al paganismo, ahora inevitablemente cristianizado. El motivo de mi fascinación por él está todo aquí. El emperador Julian quería cambiar el mundo, sin darse cuenta de que el mundo ya había cambiado, pero en una dirección completamente diferente y ya no había vuelta atrás. Aún en el avión, me prometí que la columna del emperador filósofo sería lo primero que vería en Ankara, pero después de este lío burocrático…
En realidad, Julian es el verdadero motivo que me impulso a venir a Turquía. La misión oficial sería recuperar los restos del pobre Barbarino, pero estoy aquí, sobretodo, para ver la tumba del querido emperador, nunca encontrada hasta ahora. Poco antes de morir, el profesor me había escrito que ¡lo había encontrado al fin!
El autobús va muy rápido por la llanura desierta sin fin. Me quedo dormido imaginando que estoy en una de esas películas en la que el protagonista recorre estados americanos de costa a costa en autobús.
Mientras tanto, en Ankara, el teniente Karim, el de la interminable tarde en las aduanas, regresa a casa, en la que lo esperan sus dos hijos. La madre de los niños se había ido por años. Aturk, el mayor, había estado detrás de la puerta durante varios minutos y la abrió en cuanto escuchó el ruido del viejo vehículo pequeño.
«Entonces, ¿me lo dará?»
«¿Ni siquiera me saludas?» responde con brusquedad el padre.
«Bienvenido, señor teniente», dice Aturk con un tono serio fingido y vuelve a preguntar: «¿Lo tendré?»
Karim no responde, entra a la casa, deja su chaqueta de trabajo en el perchero, se sienta en su sillón marrón de la sala y su hijo lo sigue.
«No me han dicho nada».
«Pero