Pacomio y sus discípulos. San Pacomio. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: San Pacomio
Издательство: Bookwire
Серия:
Жанр произведения: Философия
Год издания: 0
isbn: 9789874792327
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se comporte de manera contraria al ceremonial.

      2. (144) Si se les pide un libro, lo darán.

      3. (145) Si, a la tarde, alguno llega de afuera y no se presenta para recibir el trabajo que deberá hacer al día siguiente, que se lo asignen por la mañana.

      4. (146) Cuando se termine la tarea asignada se advertirá al superior y seguidamente se hará lo que determine.

      5. (147) Cuide el ecónomo de que no se pierda ningún objeto en el monasterio, en ninguno de los oficios que ejercen los hermanos. Si se pierde o se destruye algo por negligencia, el padre del monasterio reprenderá al responsable de ese servicio, quien, a su vez, reprenderá a aquel que perdió el objeto en cuestión, pero esto solamente por voluntad y determinación del superior, porque sin su orden, nadie tendrá la potestad de reprender a un hermano.

      6. (148) Si se encuentra un vestido expuesto al sol durante tres días, el que tiene a su uso esa prenda será reprendido, hará penitencia pública en la synaxis y permanecerá de pie en el refectorio.

      7. (...) Si alguien pierde una piel de cabra, o calzado, o un cinto, u otro efecto, será reprendido.

      8. (149) Si alguno tomó un objeto que no está a su uso, se lo pondrán sobre la espalda, hará penitencia públicamente en la synaxis y permanecerá de pie en el refectorio.

      9. (150) Si se encuentra a alguno que está haciendo cualquier cosa con murmuración o se opone a la orden del superior, será reprendido según la medida de su pecado.

      10. (151) Si se constata que un hermano miente u odia a alguien, o se comprueba que es desobediente, que se entrega a las chanzas más de lo conveniente, que es perezoso, que tiene palabras duras o el hábito de murmurar de sus hermanos o de los extraños -cosas todas absolutamente contrarias a la regla de las Escrituras y a la disciplina monástica-, el padre del monasterio lo juzgará y castigará según la gravedad y la índole del pecado que ha cometido.

      11. (152) Cuando se haya perdido un objeto en el camino, en los campos o en el monasterio, el jefe de la casa será responsable de la falta y sometido a reprimenda si durante tres días no lo advirtió al padre del monasterio. Hará pública penitencia según la forma establecida.

      12. (153) Si un hermano huye y su prepósito no avisa al padre del monasterio sino después de tres horas, se considerará al prepósito como culpable de su pérdida, a menos que lo encuentre. Este será el castigo que sufrirá el que haya perdido a uno de los hermanos de su casa: durante tres días hará penitencia públicamente. Pero si previno al padre del monasterio en cuanto se fugó el hermano, no será responsable de ello.

      13. (154) Si un prepósito, habiendo constatado una falta en su casa, no amonestó al punto al culpable y no se lo advirtió al padre del monasterio, será sometido él mismo a la reprimenda prevista.

      14. (155) Por la tarde, en cada casa se rezarán las seis oraciones y los seis salmos, según el rito de la gran synaxis que todos los hermanos celebran en común.

      15. (156) Los prepósitos darán dos conferencias cada semana.

      16. (157) Que nadie en la casa haga cosa alguna sin orden del prepósito.

      17. (158) Si todos los hermanos de una misma casa constatan que su prepósito es muy negligente, que reprende a los hermanos con dureza, excediendo la medida observada en el monasterio, lo dirán al padre del monasterio que lo reprenderá.

      En principio, el prepósito no hará sino lo que el padre del monasterio ha ordenado, sobre todo en el campo de las innovaciones, porque, para los asuntos habituales, se atendrá a las reglas del monasterio.

      18. (159) Que el prepósito no se embriague (Ef 5,18).

      Que no se siente en los lugares más humildes, cerca de donde se ponen los útiles del monasterio.

      Que no rompa los vínculos que Dios creó en el cielo para que sean respetados sobre la tierra.

      Que no esté lúgubre en la fiesta del Señor que salva.

      Que domine su carne según la norma de los santos (Rm 8,13).

      Que no se lo encuentre en los asientos más honorables, como es habitual entre los gentiles (Lc 14,8).

      Que su fe sea sin doblez.

      Que no siga los pensamientos de su corazón sino la ley de Dios.

      Que no se oponga a las autoridades superiores con espíritu orgulloso (Rm 13,2).

      No se encolerice ni se impaciente con los que son más débiles. Que no traspase los límites (Dt 27,17).

      Que no alimente en su espíritu pensamientos dolosos. Que no descuide el pecado de su alma.

      Que no se deje vencer por la lujuria de la carne (Ga 5,19). Que no camine en la desidia.

      Que no se apresure a pronunciar palabras ociosas (Mt 12,36). Que no ponga lazos a los pies del ciego (Lv 19,14).

      Que no enseñe a su alma la voluptuosidad.

      Que no se deje disipar por la risa de los tontos o por las chanzas.

      Que no deje que se adueñen de su corazón los que profieren palabras lisonjeras y almibaradas.

      Que no se deje ganar por regalos (Ex 23,8).

      Que no se deje seducir por la palabra de los niños. Que no se aflija en la prueba (2 Co 4,8).

      Que no tema la muerte, sino a Dios (Mt 10,28).

      Que el temor de un peligro inminente no le haga pecar. Que no abandone la verdadera luz por un poco de comida. Que no sea ni vacilante ni indeciso en sus acciones.

      Que no sea versátil en su lenguaje; que sus decisiones sean firmes y fundadas; que sea justo, circunspecto, que juzgue según la verdad sin buscar su gloria, que se muestre delante de Dios y de los hombres tal como es, alejado de todo fraude.

      Que no ignore la conducta de los santos y no sea como un ciego ante la ciencia de ellos.

      Que a nadie dañe por orgullo. Que no se deje arrastrar por la concupiscencia de los ojos. Que no lo domine el ardor de los vicios.

      Que nunca siga de largo ante la verdad. Que odie la injusticia.

      Que no haga acepción de personas en sus juicios, por causa de los regalos que le pudieren dar.

      Que no condene por orgullo a un inocente. Que no se divierta con los niños.

      Que no abandone la verdad bajo el imperio del temor. Que no coma el pan que haya obtenido por engaño. Que no codicie la tierra ajena.

      Que no ejerza presión sobre un alma para despojar a otras. Que no mire por encima del hombro al que tiene necesidad de misericordia. Que no dé falso testimonio, seducido por la ganancia (Ex 20,16).

      Que no mienta por orgullo. Que no sostenga nada que sea contrario a la verdad por exaltación de su corazón.

      Que no abandone la justicia por cansancio, que no pierda su alma por respeto humano.

      Que no fije su atención en los manjares de una mesa suntuosa (Si 40, 29).

      Que no desee hermosos vestidos.

      Que no descuide el consultar a los ancianos para poder discernir siempre sus pensamientos.

      Que no se embriague con vino, que junte la humildad con la verdad.

      Que cuando juzgue siga los preceptos de los ancianos y la ley de Dios, predicada en el mundo entero.

      Si el jefe de casa viola uno de estos preceptos, se usará con él la medida que él usó (Mt 7,2) y será retribuido según sus obras, porque cometió adulterio con el leño y con la piedra (Jn 3,9), porque el fulgor del oro y el brillo de la plata lo hicieron abandonar su deber de administrar justicia, y el deseo de una ganancia temporal lo hizo caer en la trampa de los impíos.

      Que a tal hombre le alcance el castigo de Helí y de su descendencia (1 S 4,11), la maldición que Doëg (Sal 51 [52]) imploró contra