Benny notó que Chong la observaba descaradamente.
Morgie Mitchell también asistió al funeral, pero al igual que Lilah, permaneció alejado del resto.
Cuando el funeral terminó, sólo un puñado de personas se dirigió al otro lado del cementerio para asistir al servicio de los Matthias. Nix tomó la mano de Benny mientras caminaban por entre las tumbas.
—¿Sabes cómo se siente esto? —preguntó ella.
Él negó con la cabeza.
—Como si estuviéramos en nuestro propio funeral.
Benny casi se detuvo, pero Nix lo jaló de la mano.
—Piénsalo… en un par de días también habremos partido. Nadie del pueblo volverá a vernos. Alguien más vivirá en tu casa, así como alguien más vive ahora en la mía. Para Navidad seremos sólo una anécdota. Para el siguiente año, la gente comenzará a olvidar nuestros nombres. Yo seré “la pelirroja cuya madre fue asesinada”. Tú serás “el hermano pequeño del cazarrecompensas” —su voz era suave, para que sólo él pudiera escucharla. Pasó sus dedos sobre el borde curvo de una lápida—. Dentro de diez años ni siquiera recordarán que alguna vez vivimos aquí.
—Morgie y Chong lo recordarán.
—¿Qué van a recordar? ¿Qué los abandonamos? ¿Que no pudieron escapar con nosotros?
—¿De eso es de lo que se trata? ¿De escapar?
Ella se encogió de hombros.
—Tal vez será como renacer en otro mundo. No lo sé.
Él volteó a verla mientras descendían la pendiente hacia la parcela de los Matthias, pero Nix no le devolvió la mirada. Aunque caminaba a su lado, ella vagaba en lo profundo de sus pensamientos.
Tom y Chong iban detrás de ellos. Lilah no.
La familia de Zak había sido católica, así que el padre Shannon ofició el servicio. Era un viejo hombrecillo con cicatrices de quemaduras en el rostro. Al igual que el reverendo Kellogg, el pequeño cura cargaba con un horrible recordatorio de la Primera Noche.
El padre Shannon observó la reducida concurrencia y después pasó la mirada por todo el cementerio, como si esperase que más gente acudiera al servicio, pero no fue así. Suspiró, sacudió la cabeza y dio inicio a otra lectura de la misma oración por los muertos. Nix aún sostenía la mano de Benny, y su apretón se cerró hasta ser casi una fuerza aplastante que le trituraba los huesos. Dolía, pero Benny hubiera preferido cortarse la mano que retirarla en ese momento. Si ayudaba a Nix a superar esto, le daría unas pinzas y un tornillo de banco para facilitarle el trabajo.
El sacerdote leyó las plegarias, hizo la señal de la cruz sobre los féretros a su alcance y habló sobre la redención.
Benny se inclinó hacia Nix y le susurró:
—Suena como si pensara que Zak y su papá eran tan culpables como Charlie.
—Quizás es como muchos por aquí, que parecen creer que toda la locura de Charlie Ojo Rosa finalmente murió con el último miembro de su familia —sacudió la cabeza—. La gente puede ser tan ciega.
Benny asintió. Le hubiera dado un reconfortante apretón a su mano, pero ya no sentía los dedos.
Benny, Nix y Tom caminaron juntos de vuelta a casa.
Al llegar a la puerta del jardín, Tom se quitó las gafas. Traía los ojos rojos. ¿Había estado llorando? ¿Por quién? ¿Por los Houser? Seguro no por Zak.
—Cambio de planes —dijo Tom—. Partimos mañana.
Los chicos lo observaron boquiabiertos.
—¿En verdad? —preguntó Nix, con una gran sonrisa brotándole en el rostro.
—¿Por qué? —preguntó Benny al unísono.
Tom levantó la vista por un momento hacia el cielo gris y apoyó los antebrazos sobre la barra entre las estacas de la cerca.
—Realmente ya no puedo soportar más este maldito pueblo —dijo—. A veces es difícil saber de qué lado de la cerca están los muertos.
Nix le acarició el hombro, y él sonrió con tristeza y le dio unas palmaditas en la mano.
Entonces el hombre tomó una bocanada de aire y se giró para dedicarles una larga mirada evaluadora.
—Hay condiciones. Saldremos durante la noche y acamparemos en las montañas. No abajo en las llanuras donde están los zoms, pero tampoco muy arriba en los claros más altos. Mínima protección, nada de lujos. Probaremos algunos caminos que no hemos recorrido juntos, y en los que yo mismo no he estado desde hace un par de años. Si pueden con eso, entonces simplemente seguiremos hacia Yosemite y luego al este.
Tom había planeado el viaje con mucho cuidado, o al menos tanto como podía hacerse para un viaje por territorio en su mayoría inexplorado. Había algunas paradas de descanso en el camino, lugares que Tom llamaba “casas seguras”. En primer lugar estaba la estación de paso del Hermano David, y después un viejo hotel en Wawona; una vez pasado ese punto, estarían por su cuenta.
—Si ocurre cualquier cosa extraña o nos separamos —continuó Tom—, quiero que se dirijan a la estación de paso o a Wawona, dependiendo de en qué punto se encuentren.
Wawona parecía ser el lugar más seguro en la ruta. Antes de la Primera Noche, el pequeño pueblo había sido hogar de alrededor de ciento setenta residentes permanentes y algunos miles de caravanas durante la temporada turística. Tom les había contado un relato sobre la salvaje batalla de Wawona, en la que un pequeño grupo de no infectados luchó contra el resto del pueblo a medida que la plaga zombi arrasaba con la población. El sitio del hotel duró cuatro meses, y cuando terminó había una fosa común con más de doscientos muertos vivientes en ella, además de dieciséis de los no infectados originales. Los únicos sobrevivientes fueron un viejo y curtido guardabosques, sus dos jóvenes sobrinos y una pareja de mujeres científicas del zoológico de San Diego que estaban de visita cuando se desató el caos. El guardabosques aún vivía allá arriba, y Tom solía referirse a él por su apodo, Hombre Verde. Los demás se habían ido a vivir a los pueblos. Al parecer el viejo se había convertido en una especie de místico forestal.
En la actualidad, el hotel Wawona era una posada para viajeros y un almacén temporal de bienes recolectados, y siempre había una docena de personas en él. Los rumores decían que un incendiario evangelista de nombre Jack el Predicador se había quedado a vivir ahí. Él estaba feliz de compartir su versión de la palabra de Dios con quienquiera que pasara por el lugar, y hasta era famoso por haber intentado convertir y bautizar algunos zoms.
Cuando Benny preguntó a Tom lo que pensaba sobre Jack el Predicador, su hermano se encogió de hombros.
—Nunca me he encontrado con él, aunque creo que allá afuera prácticamente todos lo conocen. Un poco excéntrico, por lo que he escuchado, pero supongo que es bastante inofensivo. Un tipo que hace lo que cree correcto. Nada malo hay en ello.
Nix suspiró, y Tom le preguntó qué sucedía.
—¿Qué pasará si no encontramos el avión? —preguntó ella con cautela.
—Seguiremos intentando hasta que lo hallemos —Tom sonrió al ver sus rostros de alarma—. Entiendan algo, chicos: iremos, no nos engañemos con eso. La cuestión aquí es si ustedes están listos para partir.
Nix asintió.
—Estoy lista —afirmó ella con gesto adusto.
Tom soltó