de nuestra insaciable
necesidad de ser.
En mi ayuda vuelve Louise Glück y sus «Ecos»:
«Cuando aún era niña
mis padres se mudaron a un pequeño
valle, rodeado de montañas
en lo que se llamaba región de los lagos.
Desde el jardín de la cocina
se veían las cumbres
cubiertas de nieve hasta en verano.
Recuerdo un tipo de paz
que no volví a conocer nunca
[…].
Unos pocos años de fluidez
seguidos de un silencio largo como el silencio en el valle
antes de que las montañas te devolviesen
tu propia voz transformada en la voz de la naturaleza.
Ahora ese silencio me hace compañía.
Pregunto: ¿de qué murió mi alma?
y el silencio responde:
si tu alma murió ¿de quién
es la vida que vives y cuándo
te volviste esa persona?».
Yo también llevaba mucho tiempo en dique seco
sin la menor necesidad de escribir poemas
tal vez porque mi alma estaba muerta
y soterrada.
¿Amor?
Gracias a Basho sé
que el poeta chino Chuang Tzu
que vivió en el siglo iv antes de nuestra era
como las secuoyas
escribió preguntándose
si había soñado con una mariposa
o si fue la mariposa la que lo soñó.
¿Soñamos nosotros
o estamos siendo soñados?
La iglesia,
frente al parque
también estaba cerrada a cal y canto.
Nadie se salva del miedo.
Anota Basho:
«Bajo las mantas
sueño un país lejano.
Ya cae la nieve».
Y cuando la desesperación muestra los dientes
yo sueño con haberme ido
a un país cerca del mar,
como si fuera posible
alejarnos de lo que somos
de lo que hemos hecho
con el huerto y con nosotros
con los animales
y nuestra alma.
En un puesto de libros «a la ribera del Sena, en una caja llena de novelas policiacas inglesas» Cioran encuentra «¡un San Juan de la Cruz en formato de bolsillo! Se debe, creo, al título: The Dark Night of The Soul».
¿Acaso no buscaba
denodadamente
Juan
a Jesús
como un detective
del alma y del cuerpo?
¿Acaso no estamos ahora todos nosotros
sumidos en una nueva interminable
oscura noche del alma?
Alguien en La Vanguardia
evoca las palabras que Josep Pla
en el Cuaderno gris
dedicó a la insaciable gripe
que tantas vidas se llevó por delante
en 1918.
Busco mi precioso ejemplar negro
para retomar una lectura interrumpida
hace demasiado tiempo.
Lo abro donde lo dejé:
18 de octubre.
Lo juro.
No me hago trampas al solitario.
No fuerzo la suerte.
Es lo que C llamaría un fractal
y Jung un sincronismo.
Anoto:
«La gripe hace terribles estragos […]. Desde la calle se oían los llantos. Llantos en la casa y en la escalera del piso. Espectáculo impresionante, que contrasta con el aire vestido de la gente […]. Cuando se oye llorar, se toma un aire de buena persona […]. Cuando uno llora, ¿sufre? La que no llora, ¿sufre menos? […]. El entierro del señor Linares ha sido muy sentido. Por la noche, el tren pequeño nos lleva a casa, dentro de la luz incierta, pobre, de los vagones […]. El tren va lleno. Todos se sientan en un silencio agobiante. Los que vienen del mercado imitan a los que venimos del entierro. Si fuese posible imaginar un tren de pensadores, tendría el mismo aspecto […]. ¿En qué pensamos? Quizá en nada. El drama es que haya tantas cosas ante las cuales no se puede pensar en nada –tantas cosas ante las cuales el mecanismo mental es estéril».
Pla parece estar parado ahí
bajo las acacias espantosamente mutiladas de la calle del
[Doce de Octubre
que tan arbitrariamente me recuerda a Giorgio Morandi.
¿En qué pensamos?
Nos devanamos los sesos.
Nos entristecemos.
Nos indignamos.
Buscamos chivos expiatorios.
Nos resignamos.
Tratamos de vivir como vivíamos.
«Éramos tan felices», dice Íñigo Domínguez en el periódico.
No, no sólo de palabras vive el hombre,
pero miro alrededor
y miro adentro,
y vuelvo a encontrarme con Paul Celan que
en «Habla tú también»
escribe:
«Mira alrededor:
mira cómo en torno todo deviene vivo –
¡Por la muerte! ¡Vivo!
Verdad dice quien sombra dice».
Día 6, viernes 20
Han sido tan salvajes
los podadores
como forenses.
La acacia
que se timaba con la farola
y que en noches de verano y de otoño
se dejaba mecer
y jugaba al escondite
con las hojas
ahora no es más que un muñón
metafórico
y real: