Pero, ¿cómo conocer esas necesidades particulares y subjetivas? Indudablemente, la primera condición es aceptar y reconocer la importancia de esto. Y la segunda y tercera condición tendrán que ver tanto con la capacidad empática del/a adulta/o como con su capacidad vincular.
Si bien somos conscientes de que el conocer la totalidad de las significaciones subjetivas del/de la NNA resulta un imposible, sería oportuno que tanto aquellas y aquellos que asumimos el compromiso profesional de abordajes adoptivos, como aquellas y aquellos que desean adoptar, poseamos esa predisposición y capacidad.
Por otra parte, es adecuado advertir que, en ocasiones, podríamos llegar a tener la creencia de que, a mayor edad del/de la NNA, mayor la posibilidad de que conozca (y, consecuentemente, nos exprese) fragmentos de su historia de vida y sus significaciones subjetivas. Y eso es realmente una falacia, ya que, como explicamos anteriormente, no solo se trata de hechos, sino de las consecuencias que los mismos produjeron en su dinámica psíquica, relacional y comportamental. O sea: se trata de hechos objetivos y, además, de significaciones subjetivas. Y en esto las diferencias de edades no tienen ninguna importancia. La importancia –en todo caso– estará dada en cómo las y los adultas/os podamos adaptarnos a las/os NNA y comprenderlas/os más allá de sus edades.
Así, en tanto los hechos ocurren en el plano real, el de lo descriptible y observable, las significaciones subjetivas, por el contrario, se desarrollan en lo intrapsíquico, en lo muchas veces no descriptible y mucho menos aún observable. Y todo ello más allá de las edades cronológicas. Hacer como si no existiera esa consecuencia en lo particular de cada NNA es uno de los errores habituales cuando el proceso adoptivo no se desarrolla adecuadamente. ¿Por qué? Porque de lo que se trata en ese proceso adoptivo es de que la/el o las/os adultas/os que vayan asumiendo ese lugar de parentalidad sean capaces de comprender esa subjetividad particular, que no es ni más ni menos que la marca de lo sufrido. Y es justamente a través del adecuado cuidado, contención y vincularidad que se podrá ir resignificando lo sufrido, lo padecido, e ir abriendo paso a nuevas posibilidades de sentir y vivenciarse como sujeto en familia.
En un texto anterior (Otero, 2019b) hicimos referencia a las medidas de protección excepcional y a su impacto en la vida psíquica de las y los NNA. Allí advertimos sobre el hecho de que reconocer al/a la NNA como sujeto de derecho implica reconocer también que es un sujeto en pleno crecimiento y sujetado al ambiente. Además, decíamos que, si bien es sabido que el objetivo de las medidas excepcionales procura exclusivamente la protección de las/os NNA, la conservación, la recuperación del ejercicio y goce de sus derechos vulnerados, no es menos significativo el hecho de que, forzosamente, estas medidas implican la privación de su medio familiar, lo que resulta una de las circunstancias de mayor trascendencia para cualquier sujeto en pleno crecimiento.
Desde el ámbito jurídico, Herrera (2015) se ocupó de remarcar la gravedad que envuelve la separación de un/a NNA de su familia, y de recordar que la ley Nº 26061 brinda una serie de consideraciones que deben ser observadas para mantener la legalidad de la medida y, de ese modo, restringir al máximo posible la temida discrecionalidad –en este caso, por parte de los organismos administrativos de protección integral de derechos– al momento de dictarlas.
Además, agregábamos que es aconsejable recordar que el sujeto, en su nacimiento y durante el período de su primera infancia, se encuentra en una situación de desvalimiento tal, que le impide sobrevivir por sí mismo (Freud, 1905) y que requiere necesariamente de la ayuda ajena (Laplanche, 1981). Precisa necesariamente de adultas/os, que serán las/os encargadas/os de brindarle el ambiente afectivo y social esencial, para que progresivamente advenga la construcción de la llamada regulación afectiva y la constitución de su propio psiquismo. Es justamente en este proceso de edificación del psiquismo humano donde se precisa de un interjuego dinámico y al mismo tiempo estable con el mundo exterior. Mundo exterior encarnado por un Otro5 real, con el cual se logre la construcción de un vínculo saludable con procesos identificatorios relevantes y que, al mismo tiempo, ese Otro consiga funcionar como espejo6. Es decir, un/a adulto/a permanente, que no provoque angustia de posibilidad de pérdida y que, además, le devuelva una imagen de sí mismo equilibradamente adecuada. Es que, si no hay sostén, no hay posibilidad de construcción de la propia subjetividad.
Todo ser humano nace con esta dependencia absoluta (física, psíquica, afectiva y social) hacia un/a adulto/a, que deberá ir transformándose de a poco y de modo apropiado en una dependencia relativa, hasta alcanzar la independencia, la autonomía. En este recorrido que se realiza durante las niñeces y las adolescencias, la/el NNA no es responsable de esta transformación, más bien lo son la/el o las/os adultas/os. Desde este enfoque, los factores ambientales y posibilitadores de socialización son fundamentales. Tan es así, que la autonomía depende de ello.
Winnicott (1971/1993) denominó “dependencia absoluta” del/de la bebé recién nacido/a hacia su madre y “preocupación materna primaria” a la de la madre hacia la/el bebé, si bien hoy sabemos que no se trata de una “madre” sino de la función de disposición absoluta a las necesidades del/de la bebé. O sea, lo importante no es una mamá mujer, sino una función más allá del género: la de que un/a bebé para subsistir y crecer necesita de un/a adulto/a en disposición absoluta que le satisfaga sus necesidades y que le vaya devolviendo la imagen de “vos sos importante para mí”.
De este modo, esta/e o estas/os adultas/os van satisfaciendo lo que la/el bebé no puede por sí misma/o. Necesidades que, obviamente, no se limitan al cuidado físico y la alimentación, sino que también comprenden las afectivas.
Esta adaptación totalmente sensible a las necesidades del/de la bebé dura apenas unos meses y el tiempo será correlativo a la reasunción del/de la o los/as adultos/as a su propia independencia. Así, la/el o las/os adultas/os irán dejando espacio a las respuestas que por sí mismos/as pueden ir de a poco dando las/os bebés gradualmemte. Así también va llegando a la dependencia relativa, que es un período de adaptación del/de la bebé a la desadaptación gradual del/de la adulto/a. En la etapa de la dependencia relativa es cuando cuando esa/e o esas/os adultas/os se ausentan momentánea y necesariamente y aparece la angustia, que es el primer signo de que la/el bebé reconoce. Recién a los dos años, aproximadamente, las y los NN van desarrollando nuevos recursos internos para lidiar con esa ausencia, que ya no será pérdida, sino una ausencia que se percibe presencia, porque saben que estará más allá de la ausencia física relativa.
Al mismo tiempo, para Bleichmar (2008), la vulnerabilidad de la infancia, producto de un yo en su pleno desarrollo, acrecienta la interdependencia con el mundo adulto sostenedor, tanto en el marco familiar como en el entramado social. La dimensión relación, la acogida del/de la adulta/o en los primeros años de vida, las experiencias en las niñeces, no solo es crucial en términos de cuidado y satisfacción de las necesidades universales, sino que es el factor principal de la constitución del sujeto como tal.
Ahora bien, ¿qué sucede con todo esto y las/os NNA que se encuentran en situación de cuidado alternativo, como consecuencia de una medida de protección excepcional?
En este punto, creemos que el psicoanálisis nos ayudará a avanzar en esta respuesta, pues diferencia “demanda” de “necesidad”:
El psicoanálisis distingue claramente la necesidad de la demanda. La necesidad hace referencia a lo puramente biológico, a esas cosas que el organismo necesita para sobrevivir –alimento, bebida, calor, limpieza–. La necesidad surge por razones puramente orgánicas y se descarga totalmente en una acción específica. El sujeto humano nace en un estado de desamparo, de indefensión tal, que es incapaz de satisfacer sus propias necesidades; por lo tanto, depende de Otro que lo auxilie (…) Para satisfacer sus necesidades y obtener la ayuda del Otro, el infante tiene que articularlas en el lenguaje, es decir, tiene que expresar sus necesidades en una demanda (Zuluaga, 2019, p. 1).
La/el NN en un primer momento grita porque tiene