Ella giró la cabeza para mirarlo. El mechón errático le acariciaba la cara igual que le gustaría hacer a él.
–Me ha parecido muy simpático. Me lo imaginaba mucho más severo, conociendo sus conceptos tan rígidos sobre la moral y demás.
–Le has causado muy buena impresión –la rodeó con los brazos, animado por la aparente aceptación de Lauren, y entrelazó los dedos sobre su vientre–. Y a su mujer también, por cierto.
–Ella me pareció una mujer muy triste –se apoyó contra él, embriagándolo con el dulce aroma de su champú–. Me pregunto si ese estilo de vida encaja con ella.
–¿Y a ti? ¿Te gusta ese estilo de vida?
Era una parte muy importante de su vida que podría suponer un serio problema. Las fiestas, reuniones y compromisos continuos habían acabado minando el matrimonio de Flynn Maddox.
–¿Me lo preguntas en serio? Ya deberías saber que me encantan esos tejemanejes –se movió para ajustar la postura contra él, y el trasero se posó íntimamente sobre la prueba palpable de su erección.
–Sabes mantener la compostura… –no como él. Su presión sanguínea iba a estallar sólo por estar tocando su espalda.
Ella volvió a mirarlo.
–¿Qué piensas?
–Que no puedo dejar de mirarte. Eres preciosa.
–No tienes por qué halagarme –deslizó las manos sobre las suyas, que seguían posadas en el vientre–. Soy consciente de que perdí mi figura hace un par de semanas.
–No he sido el único que se ha fijado en ti esta noche –los celos volvieron a hervirle la sangre–. Eras la mujer más sexy de la fiesta, gracias al incomparable brillo que irradia tu piel de embarazada –con los pulgares le rozó la parte inferior de los pechos–. Llevo toda la semana muriéndome por tocarte…
Ella se rió suavemente y se giró en sus brazos para ofrecerle una clara imagen de su escote.
–Seguro que es por el tamaño.
Que lo llamara cavernícola si quisiera, pero él no podía apartar la mirada de sus pechos ni dejar de pensar en desnudarla para deleitarse con cada palmo de su piel, como no había hecho la vez anterior por culpa de las prisas y la ropa que no llegaron a quitarse.
–¿Sabes lo que daría por verte sin este vestido? Por Dios, Lauren, ya sé que dijiste que nada de sexo, pero el deseo está acabando conmigo, y no sé hasta cuándo podré aguantar sin tocarte.
Ella jugueteó con su corbata.
–Puede que me haya replanteado mis condiciones…
Sus palabras lo dejaron momentáneamente aturdido. Hasta ese momento había confiado en poder seducirla poco a poco, pero ¿sería posible que la fiesta le hubiera mostrado a Lauren la misma sintonía que él había descubierto entre ellos?
En cualquier caso, no iba a dejar pasar la oportunidad de volver a tenerla entre sus brazos.
La besó en la oreja y le apartó el mechón de pelo, y ella giró la cabeza para buscar su boca al tiempo que le rodeaba el cuello con los brazos. El deseo ardía en sus pupilas dilatadas, acuciándolo a seguir adelante.
Jason emitió un débil gruñido de alivio y la besó con toda la pasión contenida. Habían sido muchas noches despertándose con una erección por soñar con ella.
Lauren se aferró a sus hombros, como una mujer que supiera exactamente lo que quería. Subió los dedos por su cuello y los entrelazó en su pelo para tirar de él hacia ella, pero aún los separaba demasiada ropa.
Él le agarró el trasero y la apretó contra su cuerpo, pero se detuvo al recordar su estado.
–¿Cuál es la forma más segura de hacerlo para ti y el bebé?
Ella le abrió la chaqueta del esmoquin.
–Con cuatro meses y medio aún no hay peligro, pero los libros y los médicos sugieren probar posiciones nuevas más adelante. Quizá deberíamos empezar a practicar…
–Me estás dando ideas muy tentadoras –imágenes de ella ahora, y más tarde. ¿Seguirían juntos para entonces? No lo sabía, pero estaba decidido a aprovechar al máximo el momento, porque había descubierto que no le bastaba con besarla–. ¿Cómo puedes excitarme tanto con tu voz?
–Las palabras pueden ser un afrodisíaco muy potente. Tengo algunas fantasías que me gustaría compartir contigo…
Jason alargó una mano tras ella y corrió las cortinas.
–Me vuelve loco escucharte hablar de lo que sea.
Ella suspiró y le mordió el labio, y él le bajó la cremallera por la espalda. El vestido cayó al suelo… Y Jason se quedó boquiabierto ante la imagen que se le ofrecía.
Lauren lucía un sujetador de encaje sin tirantes y unas minúsculas bragas a juego que se estiraban por debajo de la suave curva del vientre. Abalorios dorados relucían en el encaje blanco, atrayendo la mirada de Jason a las sensuales curvas y piel cremosa. Jason la tocó y acarició con una fascinación reverencial, pues no concebía que hubiera algo más hermoso que la imagen de Lauren embarazada. Era como adorar a una diosa de la fertilidad. La excitación era tan poderosa que estuvo a punto de arrodillarse ante ella.
Los ojos de Lauren también estaban cargados de excitación, mientras se quitaba las horquillas del pelo y sacudía la cabeza para que la melena cayera sensualmente sobre los hombros.
–Me parece que uno de los dos lleva demasiada ropa… Empieza a desnudarte, chico de oro. Quiero que poses para mí desnudo.
–¿Posar? –repitió él, dubitativo.
–En la universidad, las clases de dibujo incluían la anatomía masculina.
El frunció el ceño.
–No sé si me gusta la idea de que estés en un aula con hombres desnudos.
Ella deslizó una uña por su pecho.
–Pues entonces desnúdate.
–A tus órdenes –sin apartar los ojos de ella, se quitó la camisa, los zapatos y los calcetines. Las prisas lo acuciaban, pero cuanto más tardara más podría contemplar a Lauren. En Nueva York lo habían hecho tan rápido que no había tenido tiempo de memorizar su imagen.
Lo que sí se le había quedado grabado era la sensación de estar rodeado por las elásticas paredes de su sexo.
Se quitó los pantalones y los bóxers y le tendió una mano. Ella se la agarró mientras volvía a recorrerle el pecho con una uña de la otra mano. A Jason se le aceleraron los latidos.
Tiró de ella hacia él y le quitó el sujetador. La prenda de encaje y satén se deslizó sobre sus manos antes de caer al suelo.
Ella se arqueó hacia atrás y presionó los grandes pechos contra su torso con un gemido de placer.
–No puedo aguantar más… ¿Qué te parece si esperamos a la segunda vez para hacerlo despacio?
–Con mucho gusto –aceptó él. Una segunda vez significaba que Lauren no iba a echarlo a patadas tras acabar la primera.
La llevó de espaldas hacia la pared, contento de que no hubiera muebles ni cuadros por medio, aunque no le habría importado lo más mínimo si hubieran tirado un Monet al suelo. Ella lo besó, mordió y le acarició la espalda y el trasero con el dedo mientras le susurraba las fantasías que tenía para ambos. Jason le quitó las bragas y se dio un momento para sentir el calor de Lauren que impregnaba la prenda. Era delicioso, pero de ninguna manera podría compararse con la fuente de ese calor. Una fuente que estaba al alcance de sus manos y dedos…
Lauren enganchó