Volvió a apartarse e intentó recuperar los restos de su autocontrol.
–El bebé y yo estamos bien. No tienes que preocuparte por nada –agarró el sándwich y se levantó–. Gracias otra vez, pero tengo que irme a dormir.
Él la dejó marchar con una suave risa la acompañó mientras subía por la escalera. Maldito fuera por preparar una velada perfecta y provocarla con un atisbo de lo que podrían compartir si ella se quedaba en San Francisco.
Capítulo 8
El Rosa Lounge no era lo que Lauren se había esperado. Sabía que se trataba de un bar, pero se imaginaba un local para intelectuales al estilo de los exclusivos clubes de Nueva York. Para su sorpresa, se encontró con el típico ambiente retro de San Francisco.
Música a todo volumen, focos de luz rosada y mobiliario blanco y negro cuyos contrastes visuales cautivaron a la artista que había en ella.
La comida tampoco se quedaba atrás, y se deleitó mojando los bocaditos de queso gratinado en salsa de tomate. Las náuseas ya eran cosa del pasado y parecía que su apetito intentaba recuperar el tiempo perdido. Sin embargo, nada podría superar los sándwiches de bombones Godiva con Jason.
Nada estaba resultando ser como había esperado. ¿Se atrevería a correr más riesgos lanzándose a una aventura con Jason? La idea le parecía descabellada, estando embarazada de su hijo, pero no se le ocurría otra manera para sacárselo de la cabeza.
Una mano se posó ligeramente en su hombro, sacándola de sus divagaciones.
–¿Sí?
–Hola –la saludó una mujer delgada y castaña, tendiéndole cordialmente la mano–. Soy Elle Linton, la ayudante de Brock.
–Lauren Presley… eh, Lauren Reagert, quiero decir. Aún no me he acostumbrado al nombre.
–Es natural –dijo Elle con una sonrisa comprensiva–. Las bodas express apenas te dejan tiempo para acostumbrarte a los cambios.
Una boda express de la que todo el mundo se había enterado gracias al arrebato de celos de Lauren. Recorrió el bar con la mirada y vio a Celia en el otro extremo del local, lo más lejos posible de ella.
–Jason y yo nos conocemos desde hace un año.
–Disculpa si te he ofendido con mi comentario. No pretendía insinuar nada –sus ojos azules brillaban de sinceridad y también de curiosidad–. Pero todos nos preguntamos por la mujer que ha conseguido conquistar a Jason Reagert.
A Lauren se le volvió a acelerar el pulso.
–¿Lo dices porque Celia Taylor le estaba tirando los tejos el otro día?
–Vaya… –exclamó Elle con los ojos muy abiertos–, sí que sabes hablar claro, Lauren.
–A menos que me equivoque, todos en la oficina sabéis lo que pasó. Ya sé que me puse un poco histérica, pero… me temo que siempre saco las uñas cuando otra mujer se atreve a acercarse a mi hombre.
Nada más decirlo puso una mueca. Y lo peor era que lo había dicho en serio. Volvió a mirar a Celia. La deslumbrante pelirroja le sonrió forzadamente al hombre que intentaba ligar con ella y luego miró hacia la puerta. Era obvio que no quería estar allí, pero no sabía cómo escapar.
–Lauren… –Elle le puso la mano en el brazo y la apartó para dejar pasar a un camarero con una bandeja–, nadie te culpa por tu reacción. Celia es muy guapa, y no son pocos los que piensan que se ha valido de su cuerpo para llegar a donde está.
A Lauren no le gustó nada compadecerse de Celia, pero no lo pudo evitar. Sabía lo difícil que era ascender en el mundo de los negocios sin provocar esa clase de rumores.
–Eso es muy ofensivo.
–A menos que sea cierto. Sólo te digo que aquí la gente es muy competitiva. Ten cuidado.
Lauren miró a Elle y vio que buscaba a su jefe con la mirada. ¿Podría ser que ella también tuviera celos? En cualquier caso, Elle tenía razón: debía andarse con cuidado, especialmente con la mano derecha de Brock.
Y sobre todo con un gran secreto que ocultar bajo la farsa de un matrimonio.
–Gracias por la advertencia, Elle. Es un detalle que te preocupes por mí, y seguro que Jason también lo apreciará.
–No hay de qué. Considérame la mediadora oficial.
–Hola, señoritas –las saludó Jason, apareciendo detrás de Lauren–. ¿Les apetece otra copa?
Lauren pudo oler su loción de afeitado mezclada con su incomparable olor corporal antes de que hubiera anunciado su presencia.
–A mí no, gracias.
–A mí tampoco –dijo Elle, levantando su Martini en un brindis.
Jason abrazó a Lauren por la cintura.
–¿Lo estáis pasando bien?
Lauren echó la cabeza hacia atrás para mirarlo.
–Elle me estaba poniendo al corriente de lo que pasa en la oficina…
–Muy propio de ella –dijo Jason con una sonrisa.
La aludida se echó a reír y miró el sándwich de Lauren.
–Voy a pedirme uno de ésos. Ha sido un placer hablar contigo.
Una vez que Elle se marchó, Lauren se giró en los brazos de Jason, con cuidado de no volcar el plato de comida.
–Creo que todo está saliendo bien.
–Mejor que bien. Ya has cumplido con creces con tu papel por esta noche. Ahora toca relajarse un poco –le quitó el plato y lo dejó en una mesa cercana–. ¿Quieres sentarte, comer, bailar…?
Lauren a punto estuvo de elegir la comida, pero el calor de las manos de Jason le despertó un deseo aún más fuerte. Quería estar en sus brazos. ¿Y qué mejor manera de poner a prueba sus deseos que sacarlos a la pista de baile?
Al fin y al cabo, ¿qué podía pasar?
Tres canciones después, Jason estrechó a Lauren entre sus brazos al tiempo que una canción lenta empezaba a sonar por los altavoces. Ella se puso rígida por un instante fugaz, antes de apretarse contra él con un suspiro. Una capa de sudor añadía un brillo adicional a su piel, y el olor almizclado le hizo pensar a Jason en el sexo. No era tan extraño, pues siempre pensaba en sexo cuando veía a Lauren. Era la tentación personificada.
El baile ofrecía la oportunidad perfecta para seguir adelante con su plan sin parecer demasiado impaciente. Quería acostarse con ella, pero esa vez sin remordimientos.
–Gracias por estar tan fabulosa esta noche –le dijo, apoyando la frente contra la suya.
–Sólo estoy cumpliendo con mi parte del trato –respondió ella. Sus piernas le rozaban las suyas y sus pechos se apretaban contra su torso. Tal vez no hubiera sido buena idea sacarla a bailar, pero…
–Eres increíble, y no sólo en un ambiente de trabajo, ¿lo sabías? –se movió lo justo para rozarle la boca con la suya y prolongar el contacto de sus labios. No duró lo bastante para provocar algo más, pero sí lo suficiente para que ella se derritiera contra él al tiempo que crecía su erección. Los labios de Lauren sabían a lima y queso fundido, y Jason no quería detenerse.
Una pareja los empujó un poco y no tuvo más remedio que apartar la cabeza. Lauren lo miró con los ojos medio cerrados.
–¿Intentas seducirme? –le preguntó con voz ronca y sensual, respirando agitadamente.
Él bajó las manos a su cintura y se detuvo allí, aunque sus dedos ansiaban seguir explorando.
–Sólo