4. Definiciones
He venido usando dos términos “niño maltratado” (battered child) y “abuso de niños” (child abuse). Ha sido reportado, a partir de entrevistas, que, en su Conferencia a la Sociedad Americana de Pediatría de 1961, Kempe escogió deliberadamente el uso de “niño maltratado” por encima del término de “abuso físico” con el objetivo de mantener el interés de una audiencia mayoritariamente compuesta por pediatras conservadores. No quería insinuar problemas legales, sociales o de marginación. El término síndrome medicaliza amablemente el asunto, como lo quería Kempe.
La palabra maltratado (battered) sin duda sugiere golpes. Los rayos x mostrados por Kempe en los que se ven las fracturas continúa con este énfasis, que incluye desde los niños que son arrojados contra las paredes o por las escaleras, hasta aquellos que son golpeados. En el derecho común, el “maltrato” (battery) es de hecho una categoría más amplia que ciertamente incluye actos como quemar a los niños con cigarrillos, usualmente en la espalda o los glúteos, echarles agua hirviendo y otros actos similares. Me dicen que además incluye el acto de sentar a un niño con el pañal mojado sobre radiador caliente hasta que sus genitales se pongan negros por las quemaduras con la orina. Pero el derecho y su aplicación no son claros en razón de otro derecho arraigado: el derecho de las familias a resolver sus propios asuntos.
Es aparente que hay muchas más formas de herir a un niño además del maltrato: desde negligencia que llega a la desnutrición o la hipertermia, por un lado, hasta el encierro en un sótano por largos períodos de vida o la vida entera, y el incesto, por otro. El término de “abuso de niños” tiene un rango de aplicación mucho más amplio que el de maltrato infantil. En vista de que mi preocupación es por las categorías y no por la historia o los problemas sociales –no que sea posible comprender categorías sin antes entender estas dos cosas– es normal que el primer paso sea mirar las definiciones. Acá hay dos, ambas escritas por el mismo hombre en menos de una década. En la primera definición, el abuso de niños es:
“Un ataque o lesión física, incluyendo lesiones mínimas y heridas fatales, causada a un niño de manera no accidental por personas que tienen a su cargo su cuidado” (Gil, 1968, p. 20).
La segunda definición:
“Se entiende por abuso de niños las brechas o déficits existentes entre las circunstancias de vida que facilitarían su desarrollo óptimo, a los que deberían tener derecho, y sus circunstancias actuales, sin importar quiénes sean los causantes o agentes del déficit” (Gil, 1975).
Ambas definiciones son de David G. Gil. La primera fue usada entre 1967 y 1968 para la primera encuesta nacional de niños abusados y sus abusadores. La segunda fue propuesta por Gil en un testimonio que rindió ante la subcomisión para los niños y la juventud del Senado de los Estados Unidos en 1973. Empecemos con la primera de ellas, que es en el fondo una definición de maltrato físico.
Gil y sus compañeros en la Universidad de Brandeis prepararon un cuestionario y lo enviaron a todas las agencias estatales encargadas de reportar el abuso de niños (y a muchas agencias locales). Recibió alrededor de seis mil reportes en el primer año y, tal vez, siete mil el siguiente. Además, hizo una encuesta para saber cuántas personas conocían por lo menos a un niño que había sido abusado, en los términos de la definición citada. También revisó la manera en la que los medios reportaban los casos, arrestos, etc.
Los resultados, publicados en 1970 como “Violencia contra los Niños” –Violence Against Children–, concluían que “la magnitud del abuso físico a los niños que termina en lesiones serias no constituye un gran problema social” (Gil, 1970, p. 13) porque no había mucho y solo el 40 % de los casos podían considerarse como graves. Solo el 3,4 % de los casos eran fatales y solo el 4,6 % conllevaba a daños (físicos) permanentes. Comparado con los millones de niños que sufrían de otras maneras en los Estados Unidos, el abuso físico, de acuerdo con la definición de Brandeis, es más bien un problema pequeño, así sea horrible en los casos individuales.
Antes de seguir con la segunda definición, es importante notar que Gil inmediatamente fue acusado de haber subestimado el problema de manera radical. Es razonable pensar así. En 1967 nos decía que existían 7.000 casos reportados, más aquellos que no se reportaban. El Centro Nacional sobre Abuso de Niños –National Center on Child Abuse– reportó que para 1982 –15 años después– 1,1 millones de niños habían sido abusados (una cifra que, como vimos, se elevó a 2,4 millones para 1989). ¡Esa parece una discrepancia bastante impresionante! Muestra que no estamos hablando de una pequeña variación en las definiciones. De hecho, de los 1,1 millones, solo 69.739 entran en la categoría de abuso y/o negligencia física. Esta última cifra no se ha disectado con confianza, pero se estima que la negligencia es responsable de alrededor de 70.000 casos. Dado el inmenso sistema de reporte que se implementó después 1967, las cifras de Gil pueden haber estado equivocadas solamente por una razón de tres.
La primera definición, la definición Brandeis, es quizás la mejor que cualquiera pudiera hacer en veinticinco palabras o menos. Los términos son claros, no son técnicos, pero tienen significados bien establecidos en la jerga jurídica y el precedente: “no accidental”, “ataque físico”, “herida física”, “cuidadores”. La segunda definición de Gil, en comparación, parece un monstruo gramatical. A pesar de que en esta segunda definición pone su opinión de forma engorrosa, en el fondo está diciendo algo muy importante. En la primera, estaba intentando no parecer radical ante un público conservador. Pensaba que el maltrato infantil no era un problema tan grande. También consideraba que la sociedad americana trataba injustamente a sus niños. En el paso de un lenguaje de protección a los términos de su segunda definición, su objetivo se iba aclarando. Para él, existían tres niveles de abuso: la familia, la institución y la sociedad en general. El abuso institucional incluía el que cometían los colegios, guarderías, la policía, el sistema judicial, las casas de paso, los establecimientos médicos, las instituciones de ayuda social, etc. El nivel social pareciera incluir toda la sociedad.
Gil lamenta que por no querer enfrentar de raíz los problemas en los tres niveles, nos tengamos que resignar meramente a aliviar la situación de los niños. Pero, para mí, si uno se ciñe estrictamente a su definición, pareciera que todas las familias con hijos, todas las instituciones que tengan niños a su cargo y todas las sociedades, incurren en abuso de niños.
El hecho de que las cifras de abuso de niños vayan de 7.000 a 1,1 millones dice mucho sobre las definiciones. También dice mucho que un autor cuidadoso pueda cambiar, en tan solo cinco años, de una definición precisa a una emotiva. Estos dos fenómenos están relacionados. Son los cambios en las definiciones los que permiten los cambios en los números. Los cambios en los procedimientos para reportar nos pueden mover de 7.000 a alrededor de 30.000, pero solo un cambio en la definición de la categoría nos puede llevar de 7.000 a 1,1. millones. Y si uno leyera de manera estricta la segunda definición de Gil, 1,1 millones parecen quedarse cortos. Mi estimado es que, para 1982, el número de niños abusados en los Estados Unidos era de alrededor de 50 millones.
Puede que esa haya sido la intención de Gil quien, por lo menos en sus publicaciones, parece radicalizarse. Es interesante ver los dos caminos que toman quienes trabajan por ampliar el concepto de abuso de niños. Por un lado, están quienes enfatizan el carácter catastrófico del abuso físico:
Cada año en los Estados Unidos, por lo menos seis millones de hombres, mujeres y niños son víctimas de ataques físicos por parte de sus parejas o padres –este número es dos veces la población de Los Ángeles–. Imagínese