Tristemente, es más probable que sea el trabajo de un amateur tratando de parecer un profesional (el trabajo de alguien que le pondría a su hija el nombre de su esposo con un extraño accent aigu). Algo que llamaba la atención era que los Ramsey parecían ser los únicos que no vieron la torpeza de la nota. Patsy “exageró” otra vez. Y sin embargo, en esta hipótesis, ella, a pesar de su confianza fantásticamente grande, emerge criminalmente heroica. Conduce a la nación en una “persecución a baja velocidad de una camioneta Bronco blanca5 de dos años”, según las palabras del conductor del talk show de Denver, Peter Boyles. Según un conocido, Patsy “no tenía sentido de la proporción”. Pero tenía una energía, una arrogancia y un temple fenomenales cuando se trataba de sostener a su familia.
Este es un caso donde se ve la complejidad de la vanidad catastrófica y en el que se intenta ser fabuloso, al estilo de Miss West Virginia. Es sobre ser excluido de la comunidad, si es que en nuestra sociedad nómade uno todavía puede hablar de algo así: pero el caso Ramsey habla de eso. La historia se trata también del sufrimiento marital y la catexis narcisista de los propios hijos. Es la historia de esa farsa de pies torpes que es el ama de casa feliz; una farsa actuada, a veces, hasta el punto de la locura. Es también la historia de la cobertura mediática carnívora y la manipulación mutua de la policía, los periodistas y los sospechosos. Es también una historia sobre el orgullo profesional y las frustraciones de la policía de Boulder (que no puede permitirse vivir en un Boulder próspero), frustraciones que fueron exacerbadas y complicadas por el caso Ramsey y culminaron en la renuncia llena de enojo de dos detectives. Por último es –muy posiblemente– la historia de la fantasía siniestra de chicos ricos con clubes de golf y computadoras.
En este libro no encontramos ninguna de esas historias, aunque quizás sea demasiado pronto para esas narraciones. (Si nos enteramos de algo nuevo en Perfect Murder, Perfect Town es cuán pocas personas tienen coartadas que involucran la noche de Navidad, pero cuán útiles son los cajeros automáticos para ese propósito). Uno desearía que el libro del señor Schiller no fuera tan exasperadamente similar a la nota de rescate de los Ramsey: desvergonzadamente esmerada, caóticamente improvisada, y una suerte de ventriloquía de una inquietante falta de voz: como si nadie en absoluto lo hubiera escrito.
(1999)
5 Hace referencia a la persecución de O. J. Simpson, sospechado del asesinato de su exesposa, por parte de la policía en la autopista de Los Ángeles en 1994. Esta persecución fue televisada en vivo con altos niveles de audiencia. [N. de la T.]
BROKE HEART BLUES, DE JOYCE CAROL OATES
Nuestra manufactura voraz y nuestra fácil investidura de fama (con sus ilusiones gemelas de accesibilidad e inaccesibilidad) es una suerte de comunión: acerca a los dioses y los hace comestibles. En palabras de mi hijo de cuatro años: “Las estrellas están más allá del espacio exterior. Están más allá de América del Sur. Están en Rusia”. Un comentario que, a pesar del decrescendo y la falta de certeza sobre geografía, expresa de forma efectiva la idea de que el glamour y el misterio son tan elusivos, rápidos, arbitrarios y sorprendentes, que también pueden encontrarse más cerca de lo que se pensaría (aunque cerca, por otro lado, podría terminar siendo lejos).
Nadie sabe eso mejor que el novelista estadounidense, desde Henry James, pasando por Scott Fitzgerald, hasta Joyce Carol Oates. El efecto dramático del (con frecuencia nuevo) chico glamoroso o la chica glamorosa de la casa de al lado sobre la vida de los ciudadanos comunes –y viceversa– es una historia a la que los escritores estadounidenses han regresado una y otra vez, peregrinos hacia algo parecido a un santuario. Esta puede ser la historia de una desaparición (El gran Gatsby o Agua negra de Oates) o una semi desaparición (El retrato de una dama), o puede tener un rayo amenazante de sátira volviendo a encender los eventos, como en la increíble nueva novela de Oates, Broke Heart Blues. En una novela como esta, lo extraordinario y lo ordinario intercambian destinos, negocian secretos y –en Oates– combinaciones de lockers. El mundo febril y jerárquico de la adolescencia (Puro fuego. Confesiones de una banda de chicas, You Must Remember This, Because It Is Bitter and Because It Is My Heart, así como su relato más famoso “¿Dónde estás yendo, de dónde vienes?”) es la gran musa de Oates.
Broke Heart Blues es sobre la maquinaria de la fama, local y de otro tipo. Especialmente la máquina fabricante de fama que es la escuela secundaria estadounidense. (Toda estrella necesita una audiencia atrapada e inclinada hacia la intoxicación). Dentro de ese escenario, se despliega la historia de un adolescente llamado John Reddy Heart, quien de niño se muda a “Willowsville”, un suburbio de la próspera ciudad de Buffalo en el estado de Nueva York, con su hermana, su hermano, su abuelo y su madre, Dahlia, una trabajadora del Black Jack de Las Vegas que ha heredado de alguna forma (¿los vecinos se atreven a preguntar cómo?) la mansión de un coronel viudo que se volvió un apostador patológico. Es la década de 1960 (en Willowsville, una continuación de los años cincuenta), y los Heart llegan a esta ciudad de estampado escocés, con tiendas tradicionales como Pendleton y Jonhathan Logan, como personajes de una película de David Lynch: figuras de glamour demente, desadaptación y sexo. Con el pelo platinado siguiendo a Lana Turner, Dahlia Heart (apodada la “blanca Dahlia”) solo se viste de blanco, usa anteojos de sol incluso al atardecer y es objeto de especulaciones y rumores procaces. En menos de tres años, logra crear un escándalo estilo Lana Turner: su hijo es arrestado y juzgado por el asesinato de un prominente hombre de negocios local, un bruto llamado Melvin Riggs, que era el amante (casado) de Dahlia. La defensa de los hijos de Dahlia es que su hermano estaba protegiendo a su madre de los puños asesinos de Rigg.
En este punto, o quizás antes, el apuesto John Reddy Heart se transforma en un héroe pop de secundaria y en una mascota psicosexual. Se habla de él en los medios a nivel local y nacional, y una banda de rock de nombre Made in USA graba un hit llamado “La balada de John Reddy Heart”, que afianza y mercantiliza su poder de seducción. (Oates utiliza fragmentos de esta “canción” para los epígrafes de sus capítulos). Por un breve lapso, John Reddy escapa de la justicia y es arrestado en “Nazarene”, Nueva York. Se reza por él, se escribe sobre él y es mitificado y comercializado. Cuando es absuelto por un jurado de gente muy distinta a él (no es solo un marginado sino también un menor tratado como un adulto), termina la secundaria mientras vive sobre un restaurante chino en el centro. Es amable y sexy; además, parece, puede hacer que los cojos caminen (una compañera se cura de esclerosis múltiple poco después de un dulce encuentro con él).
Los chicos de la escuela secundaria, enfermos por la devoción al ídolo, hablan de que él los ignora, de su aroma único, de su mística idiosincrática, así como de su Mercury lleno de manchas de óxido. Las chicas de Willowsville gimen y pierden la virginidad en su nombre. Al conseguir una lata de Coca-Cola en la basura usada por él, al rescatarla “del olvido”, se sienten extasiadas y se hiperventilan: “¡Su boca! ¡Su boca real!... La boca real de John Reddy Heart tocó esto”. En el desarrollo de la novela, es incierto si las fantasías eróticas de estas chicas de hacer el amor en grupo con él se hacen o no realidad. Pero en la narración surrealista e ingeniosamente recalentada de Oates, la fantasía de estos estudiantes de escuela secundaria es una realidad independiente de los hechos. La narración está demasiado ocupada para discusiones mezquinas.
Efectivamente, la estrategia narrativa es lo que hace de Broke Heart Blues un libro maravilloso y fuera de lo común. Mientras que la breve sección del medio es una suerte de interludio convencionalmente construido desde el punto de vista de John Reddy Heart adulto (ahora