En estos contextos maduramos porque somos expulsados de la propia zona de confort; y seguimos adelante –¡tubo adentro!– si somos capaces de cambiar-madurar en respuesta a este malestar. El cambio-maduración es posible si ponemos en juego recursos vitales que no habríamos desarrollado en condiciones de confort: «reconexión» con amigos que nos apoyan; nuevas formas de serenarnos; renuncia a sueños de grandeza; renuncia al culto al propio cuerpo o a la propia salud, etc. En el fondo, pasar por el tubo y madurar significa romper los límites que me impone mi psicología y acceder a una realidad más amplia, más profunda: en donde los demás (que me quieren y a quien yo puedo querer) me sacan de la soledad inspirándome un proyecto de vida más humano y socialmente transformador.
El problema de «pasar por el tubo» se da cuando una persona o una familia deben pasar por demasiados tubos a la vez: en vez de madurar nos quemamos y aparece el estrés o la enfermedad mental. De hecho, la sociedad y la economía de hoy hacen pasar a mucha gente por demasiados tubos a la vez: horarios laborales de noche o de fines de semana que impiden la convivencia familiar y la educación de los hijos; baja calidad de los servicios de salud o de educación; desempleo de larga duración o precarización del trabajo; falta de condiciones para la rehabilitación de quienes viven en las cárceles o en otras situaciones de marginación; barrios enteros de ciudades en que se hace casi imposible llevar vidas dignas y hacer crecer a los hijos de manera sana.
Luis Espinal (1932-1980), otro jesuita catalán, hablaba de algo parecido al «pasar por el tubo» de Ramón con la expresión «gastar la vida». Él gastó la vida en Bolivia, justamente trabajando por los pobres, que son los que tienen que «pasar por demasiados tubos a la vez». Trabajó en medios de comunicación, denunciando la dictadura de Luis García Meza y apoyando movimientos de mineros. La noche del 21 de marzo de 1980 fue secuestrado por orden del propio dictador, fue largamente torturado y finalmente asesinado. Hoy es venerado por muchos bolivianos, que llevan flores al lugar donde murió.
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Señor Jesucristo, nos da miedo gastar la vida,
pero la vida tú nos la has dado para gastarla;
no se la puede economizar en estéril egoísmo.
Gastar la vida es trabajar por los demás, aunque no paguen;
hacer un favor al que no lo va a devolver;
gastar la vida es lanzarse aun al fracaso,
si hace falta, sin falsas prudencias;
es quemar las naves en bien del prójimo [...]
(LUIS ESPINAL, «Gastar la vida», en Oraciones a quemarropa)
Siento miedo a la violencia sobre mi persona. Se me ha advertido de serias amenazas precisamente para esta semana. Temo por la debilidad de mi carne, pero pido al Señor que me dé serenidad y perseverancia. Y también humildad, porque siento también la tentación de la vanidad (Óscar Romero, obispo mártir de San Salvador, 1980).
Te harán prisionero y te pondrán en hielo,
pero yo soy el fuego y el calor
de tu verdadero anhelo
–te dije–.
(RUMI, Canto a mi alma)
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• ¿Qué tubos me humanizan y tengo que aceptar y qué otros me deshumanizan y tengo que trabajar para que no me quemen?
• ¿Cómo puedo acompañar a niños, jóvenes y mayores para que «pasen por tubos» que les harán madurar?
• ¿Qué personas o colectivos a mi alrededor están «pasando por demasiados tubos a la vez»?
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¿PODREMOS?
En una noche electoral reciente, los seguidores de «Barcelona en Comú» volvieron a gritar: «Sí, se puede». Pensé en el lema que había acompañado a Obama hasta la Casa Blanca: Yes, we can.
Yes se opone al «no» que repica en los cerebros de los ciudadanos para hacernos bajar la cabeza y aceptar políticas públicas deshumanizadoras que hacen pagar a la mayoría los excesos de la minoría.
We recuerda que el ciudadano solo no puede cambiar las cosas. De hecho, la cultura mercantilista promueve el aislamiento de este ciudadano. Pretende reducirle a consumidor que busque singularizarse comparándose con otros desde el tener. Y convierte a los trabajadores en competidores unos de otros, anestesiando la dimensión comunitaria del trabajo.
Can remite a la posibilidad que se vuelve real cuando el «nosotros» emerge en torno a problemas sociales concretos, acompaña a las víctimas, les busca soluciones y termina promoviendo propuestas políticas y estructurales para que el problema no se reproduzca. Pienso en la Plataforma de Afectados por las Hipotecas, la Asamblea Nacional Catalana y tantas otras coaliciones de ONG que combaten por diversas causas.
Sí, nosotros podemos. Pero es lícito preguntarse: ¿podremos? Es decir, ¿cuánto durará esta ilusión, esta energía balsámica que sustenta el «nosotros» humanizador de las sociedades? ¿Cuánto tiempo seremos capaces de no volver los ojos ante los problemas ciudadanos? ¿Cuánto tiempo resistiremos el impulso mercantilista que nos aísla del «nosotros»?
De hecho, hace veinte siglos, en el Israel ocupado por el Imperio romano, dos jóvenes judíos ya respondían a una pregunta de su maestro afirmando categóricamente: «Sí, podemos». Su maestro les había preguntado si serían capaces de resistir los sufrimientos que conlleva el compromiso por la justicia. Y les advertía: «Sabéis que los que son tenidos por gobernantes de las naciones disponen de ellas como sus dueños y sus magnates las mantienen bajo su poder. No debe ser así entre vosotros: sino que el que quiera llegar a ser grande entre vosotros que se haga siervo [...] como también el Hijo del hombre ha venido no a ser servido, sino a servir y a dar su vida en rescate por una multitud» (Mc 10,42-45).
Podremos si trabajamos día a día para no vivir nuestra individualidad como una comparación. Si somos capaces de renovar cotidianamente la inspiración (gozo, fuerza... Espíritu) en el servicio a la comunidad.
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La revolución social será moral o no será (Charles Péguy).
¿Qué rey, si va a la guerra a luchar contra otro rey, no se sienta primero para decidir si con diez mil hombres puede hacer frente al que viene contra él con veinte mil? Y, si ve que no puede, enviará una embajada a pedir la paz cuando el otro está todavía lejos. Así pues, cualquiera de vosotros que no renuncia a todos sus bienes no puede ser discípulo mío (Lc 14,31-33).
¿Para qué sirve tu vida,
si no usas tus huesos
como leña de Su fuego?
(RUMI, Leña para su fuego)
Impulsos genuinos hacia la compasión se pueden difuminar en algo menos noble (Matthew Green, periodista).
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• ¿Qué ideas repican más en los cerebros de los ciudadanos en relación con políticas públicas deshumanizadoras?
• ¿Con qué bienes de consumo (coche, móvil, casa...) siento que me comparo con otros para sentirme superior?
• En el trabajo, ¿qué dinámicas de comparación me distraen de descubrir el sentido comunitario de mi trabajo?
• ¿Qué prácticas cotidianas que ya realizo me ayudan a renovar el sentido de servicio a la comunidad? ¿Qué otras observo a mi alrededor que me podrían ayudar?
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