La pasión de Jesús. Euclides Eslava. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: Euclides Eslava
Издательство: Bookwire
Серия:
Жанр произведения: Философия
Год издания: 0
isbn: 9789581205776
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que en dos versículos quedara cristalizada la doble tragedia de la pasión: de una parte, que se condenara y ejecutara a un inocente; y, por otro lado, que ese hombre se entregara voluntariamente a la humillación aunque era omnipotente. La conclusión de aquel futuro católico fue que, si bien el cristianismo “no dejaba de ser tan falso como cualquier religión, no era fácil desecharlo; algo había en el mito del sacrificio de Cristo que trascendía la historia y la lucha de clases” (Amhari, 2019, p. 63).

      Comenzamos nuestro itinerario por el pasaje más crucial de la vida de Jesús con un testimonio contemporáneo, que nos ayuda a valorar la trascendencia de los eventos que consideraremos en estas páginas. Y es que el misterio de la pasión del Señor ha removido muchas conciencias a lo largo de la historia. La fuerza del sacrificio del cordero pascual sigue confrontando a las personas que, al considerar esas escenas, caen en la cuenta de que no son simples relatos del pasado sino que conservan su actualidad: que somos protagonistas de esos hechos, tanto porque formamos parte de la multitud culpable como porque somos beneficiarios de aquel holocausto.

      Estas páginas aspiran a ser un retiro espiritual, un rato de conversación con Dios sobre los momentos definitivos de Jesucristo y de la humanidad entera y, por tanto, de nuestra vida personal. De esa manera, se espera hacer vida el anuncio que el papa Francisco hizo a los jóvenes:

      Ese Cristo que nos salvó en la Cruz de nuestros pecados, sigue salvándonos y rescatándonos hoy con ese mismo poder de su entrega total. Mira su Cruz, aférrate a Él, déjate salvar, porque “quienes se dejan salvar por Él son liberados del pecado, de la tristeza, del vacío interior, del aislamiento” (2013b, n. 1). Y si pecas y te alejas, Él vuelve a levantarte con el poder de su Cruz. Nunca olvides que “Él perdona setenta veces siete. Nos vuelve a cargar sobre sus hombros una y otra vez. Nadie podrá quitarnos la dignidad que nos otorga este amor infinito e inquebrantable. Él nos permite levantar la cabeza y volver a empezar, con una ternura que nunca nos desilusiona y que siempre puede devolvernos la alegría” (2013b, n. 3). (2019, n. 119)

      La Madre de Jesús es una de las pocas personas fieles al Señor en el Calvario. A ella le pedimos que la meditación de este libro nos ayude a una nueva conversión, a recomenzar cada día nuestra lucha para unirnos al sacrificio redentor de acuerdo con su enseñanza: “Si alguno quiere venir en pos de mí, que se niegue a sí mismo, tome su cruz y me siga” (Mc 8,34).

      Bogotá, 6-10-2020

       1. Camino de Jerusalén

       1.1. Primer anuncio de la muerte y resurrección

      En el capítulo 16 del evangelio de san Mateo, y en el octavo de san Marcos, se presenta una peculiar encuesta que hizo Jesús sobre quién decía la gente que era él, y qué habían comprendido los Apóstoles sobre su persona y su misión. Pedro respondió con audacia que Jesús era el Mesías, ante lo cual el Maestro los conminó a guardar esa verdad como un secreto. Podemos intuir el sentido último de ese diálogo con el anuncio que el Señor hizo a continuación: “comenzó Jesús a manifestar a sus discípulos que tenía que ir a Jerusalén y padecer allí mucho por parte de los ancianos, sumos sacerdotes y escribas, y que tenía que ser ejecutado y resucitar al tercer día” (Mt 16, 21).

      La clave del mesianismo del Señor pasa por la cruz, de acuerdo con lo que habían predicho los profetas, como se ve en los cánticos del siervo del Señor que presenta Isaías (50,5-9): “Ofrecí la espalda a los que me golpeaban, las mejillas a los que mesaban mi barba; no escondí el rostro ante ultrajes y salivazos”. Pedro, representante de nuestra falta de fe, lo reprendió por decir tales cosas justo cuando acababa de confirmarles el esplendor de su mesianismo: “Se lo llevó aparte y se puso a increparlo” (Mc 8, 32). Jesús, a su vez, le hizo ver que razonaba con lógica humana ante el modo de obrar de Dios. Quizás el primer papa entendía el papel de Jesús en clave política, como casi todos sus contemporáneos. Jesús no dudó en corregirlo de modo llamativo: “¡Ponte detrás de mí, Satanás! ¡Tú piensas como los hombres, no como Dios!”.

      La reconvención —vade retro— puede considerarse enigmática: se solía traducir como “apártate de mí”, y ahora se ha mejorado con la versión “ponte detrás de mí”, que el papa Benedicto XVI (2006) glosa:

      No me señales tú el camino; yo tomo mi sendero y tú debes ponerte detrás de mí. Pedro aprende así lo que significa en realidad seguir a Jesús. Nosotros, como Pedro, debemos convertirnos siempre de nuevo. Debemos seguir a Jesús y no ponernos por delante. Es él quien nos muestra la vía. Así, Pedro nos dice: tú piensas que tienes la receta y que debes transformar el cristianismo, pero es el Señor quien conoce el camino. Es el Señor quien me dice a mí, quien te dice a ti: sígueme. Y debemos tener la valentía y la humildad de seguir a Jesús, porque él es el camino, la verdad y la vida.

      La increpación de Jesús a Pedro se completa y explica con la siguiente invitación: “Si alguno quiere venir en pos de mí, que se niegue a sí mismo, tome su cruz y me siga. Porque, quien quiera salvar su vida, la perderá; pero el que pierda su vida por mí y por el Evangelio, la salvará”.

      Es como una nueva vocación. Muchas personas han sentido el llamado divino al escuchar estas palabras: “Es la ley exigente del seguimiento: hay que saber renunciar, si es necesario, al mundo entero para salvar los verdaderos valores, para salvar el alma, para salvar la presencia de Dios en el mundo” (Benedicto XVI, 2006).

      No hay mejor negocio: “el que pierda su vida por mí y por el Evangelio, la salvará”, gozará la verdadera alegría ya en esta tierra y después, mucho más, en el cielo. Pero el precio es perder la vida. Como dice el Catecismo: la perfección cristiana “pasa por la cruz. No hay santidad sin renuncia y sin combate espiritual. El progreso espiritual implica la ascesis y la mortificación que conducen gradualmente a vivir en la paz y el gozo de las bienaventuranzas” (Iglesia Católica, 1993, n. 2015).

      Juan del Encina lo enseñaba de manera poética: “Corazón que no quiera sufrir dolores, pase la vida entera libre de amores”. El Santo Cura de Ars (san Juan María Vianney, 2015) predicaba que,

      … desde que el hombre pecó, sus sentidos todos se rebelaron contra la razón; por consiguiente, si queremos que la carne esté sometida al espíritu y a la razón, es necesario mortificarla; si queremos que el cuerpo no haga la guerra al alma, es preciso castigarle a él y a todos los sentidos; si queremos ir a Dios, es necesario mortificar el alma con todas sus potencias. (p. 66)

      Sacrificarse voluntariamente por amor a Jesús no es otra cosa que seguir sus huellas: él nació y vivió pobre, ayunó cuarenta días con sus noches, no tenía dónde reclinar la cabeza, pasó hambre y sed, sufrió persecución, padeció en la cárcel y en juicios inicuos, fue sometido al Vía Crucis y, finalmente, murió en la cruz. Tú y yo, ¿qué hemos hecho para seguirle de cerca?, ¿nos damos cuenta de la importancia de negarnos a nosotros mismos, de tomar nuestra cruz —siempre pequeña, comparada con la suya— y de seguirle?

      Probablemente a nosotros no nos toque repetir los padecimientos y los ayunos de Jesús, pero vale la pena mirar en la oración qué cosas pequeñas (o no tan pequeñas) podemos ofrecerle a Dios. La única manera de seguir a Jesucristo es negándonos a nosotros mismos, a nuestros egoísmos, a nuestra sensualidad, rechazando las tentaciones que pretenden apartarnos del camino. Pero el seguimiento de Jesús no es solo un sendero de negaciones. Ese “ponerse detrás” del Maestro que Jesús recomienda supone, sobre todo, tomar positivamente la cruz, buscarla en las circunstancias ordinarias.

      Por eso es tan importante que, en nuestra lucha interior, tengamos una lista de mortificaciones, de pequeños sacrificios que son como la oración del cuerpo, con los que vamos condimentando la jornada: desde el primer momento, podemos ofrecer el “minuto heroico”, la levantada en punto, que tanto nos ayuda a vivir con talante de lucha. Cada uno puede hablar con el Señor, comprometerse con él en otros pequeños ofrecimientos a lo largo del día: bañarse con agua fría; dejar ordenados el cuarto y el baño antes de salir; comer con templanza, en cuanto a la cantidad y a la calidad; llegar