La memoria humana posee muchos componentes distintos, uno de los cuales es tu memoria de trabajo, que esencialmente es el “bloc de notas” que llevas en la cabeza. La memoria de trabajo, memoria funcional, es la parte de tu cerebro que utilizas cuando intentas recordar la lista de la compra que escribiste antes y que luego olvidaste en casa. Imagina que un neurocientífico que estudiase la memoria de trabajo humana decidiera que solo tomaría como referencia los resultados procedentes de la IRM funcional, sin tener en cuenta todas las demás disciplinas, como la fisiología, la anatomía y la farmacología. Francamente, esa sería una práctica médica deficiente, que llevaría a una merma de la comprensión de la memoria de trabajo. Un buen científico emplea todos los instrumentos que están a su disposición e intenta encuadrar sus resultados dentro del contexto más amplio de otras disciplinas. De igual manera, intentar responder a preguntas sobre la identidad humana usando solamente la neurociencia supone quedarse corto. Para responder a las preguntas sobre la identidad, tenemos que ir más allá de la neurociencia. Por sí solas, las neuronas y las sustancias químicas cerebrales no nos llevarán hasta ese punto, y nos ofrecerán una concepción reducida de la persona humana. La pregunta “¿Soy solo un cerebro?” no es solo científica, sino también filosófica, de modo que nuestra ruta pasará por el terreno de la filosofía, no solo por el de la neurociencia
Para ser un buen científico es necesario estar abierto a nuevas ideas y a resultados inesperados. La comprensión común de la ciencia incluye procesos como establecer una hipótesis, reunir datos y después interpretarlos. La hipótesis es nuestra teoría de lo que esperamos observar. Si los datos encajan con la hipótesis, puede que vayamos por buen camino. La siguiente fase consiste en intentar obtener de nuevo los mismos resultados. Si tenemos éxito en varias ocasiones, empieza a parecer que la hipótesis era correcta. Sin embargo, si los datos no encajan con la hipótesis, tendremos que estar abiertos a la posibilidad de que nuestra hipótesis sea errónea y necesite que la revisemos.
A veces, los científicos se sienten tentados a “amañar” los datos para hacer que encajen con la hipótesis. Sin embargo, algunos progresos destacados de la ciencia se han producido gracias a unos resultados inesperados y a la valiente revisión de teorías bien arraigadas y enfrentándose a la crítica. Para que un científico alcance el éxito, es necesario que tenga una mente abierta. Quiero invitarte a que apliques la misma mentalidad abierta a los temas que estamos tratando en estas páginas.
¿HAS PERDIDO LA CABEZA?
Hasta el momento hemos estado hablando del cerebro, esa estructura con forma de champiñón alojada entre tus orejas, compuesta por millones de neuronas interconectadas bañadas por sustancias químicas y hormonas, y sujetas a actividad eléctrica. Pero no solo tenemos neuronas, sino también pensamientos. Según parece, también tenemos una mente. Entonces, ¿qué es exactamente la mente?
LAS NEURONAS SON LOS BLOQUES DE CONSTRUCCIÓN DEL CEREBRO
Se conectan entre sí mediante sinapsis.
El Merriam Webster Medical Dictionary define “mente” como:
El elemento o el complejo de elementos presentes en un individuo que siente, percibe, piensa, tiene voluntad y, especialmente, razona.
El Oxford English Dictionary la define de la siguiente manera:
La sede de la consciencia, el pensamiento, la volición, el sentimiento y la memoria.6
En otras palabras, la mente es la portadora de la vida interior e invisible de la persona, manifiesta bajo la forma de pensamientos, sentimientos, emociones y recuerdos. Cuando eliges una lista de reproducción de tu teléfono, recuerdas una conversación mantenida el día anterior o reaccionas ante un comentario ofensivo en las redes sociales, es tu mente la que actúa.
Entonces, ¿qué relación existe entre el cerebro y la mente, entre las neuronas y los pensamientos, entre las sinapsis y las sensaciones? ¿Cómo pasamos de los voltajes cerebrales a “Hoy me apetece jugar al tenis”?
La mente y el cerebro están claramente relacionados, pero ¿cómo exactamente? Esta es la pregunta del millón que vamos a tratar en este libro. Este enigma ha ocupado a filósofos, éticos y teólogos durante siglos. Se han ofrecido muchas respuestas diferentes a lo que se conoce como “el problema mente-cerebro”.
LA RELACIÓN ENTRE MENTE Y CEREBRO
¿Cómo pasamos de las neuronas a los pensamientos?
¿QUÉ OPCIONES HAY?
Una creencia popular moderna, que es la opinión que estamos analizando en este libro, dice que la mente es el cerebro. La mente y el cerebro son idénticos. Los pensamientos, los recuerdos y las emociones son la activación de las neuronas. Ni más, ni menos. A veces a este paradigma se le llama “fisicalismo reduccionista”. La mente es reducible (de aquí el “reduccionista”) al funcionamiento físico del cerebro (por eso “fisicalismo”). En otras palabras, en realidad no existe la mente, tan solo la actividad cerebral.
Las voces que defienden esta postura son potentes, pero no son ni mucho menos las únicas del coro. Hoy en día circulan varias descripciones alternativas de la relación entre la mente y el cerebro que, según las personas reflexivas, son viables y convincentes. Estas posturas defienden un concepto distinto de la mente que puede interactuar con el cerebro, pero que sin duda alguna no está a merced de él. En este libro quiero demostrar que “tú eres tu cerebro” dista mucho de ser la única opción disponible.
Una suposición alternativa dice que el cerebro genera la mente. Cuando los componentes del cerebro se combinan y alcanzan un grado determinado de complejidad, dan pie a que surja algo nuevo y distinguible: la mente. A esta postura se la llama fisicalismo no reduccionista (FNR). La mente nace del cerebro físico (de aquí “fisicalismo”). Pero, una vez formada, esta nueva entidad no se puede reducir de vuelta a sus componentes originarios (por eso el “no reduccionista”). Pero si esos componentes se disgregan, la nueva entidad desaparece.
Podríamos resumir esta concepción como: “El todo es mayor que la suma de sus partes”*.7 Según este punto de vista, la mente es más que el cerebro, pero está indisolublemente unida a él. Una pregunta evidente que plantea esta postura es la siguiente: Cuando el cerebro muere, ¿qué le sucede a la mente?
Una segunda alternativa propone que la mente trasciende el cerebro. La mente y el cerebro son dos sustancias diferentes que interactúan pero que también pueden funcionar con independencia una de otra. Esta visión se conoce como “dualismo sustancial” porque son dos las sustancias que participan en esta relación entre mente y cerebro: un cerebro físico y una mente no física.
Una pregunta que suscita este paradigma es: ¿Cómo interactúa exactamente una mente no física con un cerebro físico?, sobre todo porque la neurociencia manifiesta una poderosa conexión entre