Tebas, la de las Siete Puertas ¿Quién la construyó?
En los libros figuran los nombres de los reyes.
¿Arrastraron los reyes los grandes bloques de piedra?
Reponer la práctica y la voz de esas grandes masas es necesario y justo no solo desde el punto de vista ideológico y moral sino por razones científicas, en función del conocimiento de nuestro objeto. Sin reconstruir el papel de las grandes mayorías productoras no podremos comprender científicamente la historia de las sociedades. Así, historia crítica e historia científica coinciden.
Federico Engels realizó aportes fundamentales sobre la concepción materialista de la historia en el punto IV de su “Ludwig Feuerbach y el fin de la filosofía clásica alemana”, cuyo contenido polémico con respecto a la ciencia social mantiene una gran vigencia luego de 128 años.
Engels critica en ese texto la filosofía idealista de su tiempo para la cual “la historia era concebida, en conjunto y en sus diversas partes, como la realización gradual de ciertas ideas” Así la historia se dirigía hacia una meta ideal fijada de antemano y “la trabazón real de los hechos, todavía ignorada, se suplantaba por una nueva providencia misteriosa, inconsciente o que llega poco a poco a la conciencia”.
Explicaba Engels, “la historia del desarrollo de la sociedad difiere sustancialmente, en un punto, de la historia del desarrollo de la naturaleza. En ésta -si prescindimos de la reacción ejercida a su vez por los hombres sobre la naturaleza-, los factores que actúan los unos sobre los otros y en cuyo juego mutuo se impone la ley general, son todos agentes inconscientes y ciegos... nada acontece por obra de la voluntad, con arreglo a un fin consciente. En cambio, en la historia de la sociedad, los agentes son todos hombres dotados de conciencia, que actúan movidos por la reflexión o la pasión, persiguiendo determinados fines; aquí, nada acaece sin una intención consciente, sin un fin deseado”.
Esta especificidad de la historia -como resultado de la acción de personas movidas por su conciencia y su voluntad (lo que podríamos llamar móviles subjetivos)- surge del hecho de que toda acción humana, toda práctica, involucra el pensamiento (y la emoción) de las personas, y siempre tiene un correlato representacional.
Para Engels la historia es el resultado de la acción conjugada de esas fuerzas personales entrelazadas en sus relaciones, que incluyen la conciencia y la voluntad de la gente, y no solo de los grandes hombres o de un pequeño grupo de personas. Sin embargo las múltiples voluntades que se encuentran y chocan en escenarios que nunca son completamente conocidos ni controlados, conducen a resultados no contenidos en los motivos subjetivos de los agentes. La práctica social previa y posterior desborda, trasciende la representación que cada uno puede tener del proceso en el que está involucrado.
Por otra parte, aunque toda práctica tiene un correlato de conciencia, y ésta guía la acción, frecuentemente dicha acción no está determinada por el contenido ideatorio con que nos la representamos. Como afirmó Marx respecto del acto de intercambio mil veces repetido en que los hombres cambian las mercancías según el valor contenido en ellas: “No lo saben, pero lo hacen”. A su vez, podemos agregar que el hacerlo es la condición de su saberlo algún día. Por eso, continuaba Engels, “en conjunto, los acontecimientos históricos también parecen estar presididos por el azar”.25
Sin embargo, ahondando tras esa apariencia, concluía:
“allí donde en la superficie de las cosas parece reinar la casualidad, ésta se halla siempre gobernada por leyes internas ocultas, y de lo que se trata es de descubrir estas leyes.
Los hombres hacen su historia, cualesquiera que sean los rumbos de ésta, al perseguir cada cual sus fines propios con la conciencia y la voluntad de lo que hacen; y la resultante de estas numerosas voluntades, proyectadas en diversas direcciones, y de su múltiple influencia sobre el mundo exterior, es precisamente la historia. Importa, pues, también lo que quieran los muchos individuos. La voluntad está movida por la pasión o por la reflexión. Pero los resortes que, a su vez, mueven directamente a éstas, son muy diversos. Unas veces, son objetos exteriores; otras veces, motivos ideales. Pero, por una parte, ya veíamos que las muchas voluntades individuales que actúan en la historia producen casi siempre resultados muy distintos de los perseguidos -a veces, incluso contrarios-, y, por tanto, sus móviles tienen una importancia puramente secundaria en cuanto al resultado total. Por otra parte, hay que preguntarse qué fuerzas propulsoras actúan, a su vez, detrás de esos móviles, qué causas históricas son las que en las cabezas de los hombres se transforman en estos móviles.
Esta pregunta no se la había hecho jamás el antiguo materialismo. Por esto su interpretación de la historia, cuando la tiene, es esencialmente pragmática; lo enjuicia todo con arreglo a los móviles de los actos; clasifica a los hombres que actúan en la historia en buenos y en malos, y luego comprueba, que, por regla general, los buenos son los engañados, y los malos los vencedores. De donde se sigue, para el viejo materialismo, que el estudio de la historia no arroja enseñanzas muy edificantes, y, para nosotros, que en el campo histórico este viejo materialismo se hace traición a sí mismo, puesto que acepta como últimas causas los móviles ideales que allí actúan, en vez de indagar detrás de ellos, cuáles son los móviles de esos móviles. La inconsecuencia no estriba precisamente en admitir móviles ideales, sino en no remontarse, partiendo de ellos, hasta sus causas determinantes. (...)
Por tanto, si se quiere investigar las fuerzas motrices que -consciente o inconscientemente, y con harta frecuencia inconscientemente- están detrás de estos móviles por los que actúan los hombres en la historia y que constituyen los verdaderos resortes supremos de la historia, no habría que fijarse tanto en los móviles de hombres aislados, por muy relevantes que ellos sean, como en aquellos que mueven a grandes masas, a pueblos enteros, y, dentro de cada pueblo, a clases enteras; y no momentáneamente, en explosiones rápidas, como fugaces hogueras, sino en acciones continuadas que se traducen en grandes cambios históricos. Indagar las causas determinantes que se reflejan en la mente de las masas y en las de sus jefes -los llamados grandes hombres- como móviles conscientes, de un modo claro o confuso, en forma directa o bajo un ropaje ideológico e incluso divinizado: he aquí el único camino que puede llevarnos a descubrir las leyes por las que se rige la historia en conjunto, al igual que la de los distintos períodos y países. Todo lo que mueve a los hombres tiene que pasar necesariamente por sus cabezas; pero la forma que adopte dentro de ellas depende en mucho de las circunstancias” (...)26
Lo que ocurre entonces, no es la mera sumatoria de las acciones individuales sino que la propia acción individual está condicionada por la acción social de todos, más allá de la conciencia y la voluntad de cada individuo. Lo sepamos o no, lo querramos o no, nacemos en un país, en un tiempo, en una cultura, en una clase social y estas son determinaciones objetivas y sociales, colectivas, que nos preexisten y configuran, condicionando nuestra vida y nuestra práctica. Este es el aspecto materialista de la historia. A su vez, nuestra práctica contribuye a consolidar y reproducir o a desgastar y transformar esa misma estructura que nos condiciona. Este es el aspecto dialéctico.
Para comprender y explicar los procesos históricos, e incluso los móviles subjetivos, colectivos e individuales, indagamos la naturaleza de esas fuerzas motrices que están detrás de los mismos y relacionamos la práctica con las representaciones, el proceso objetivo, social, material de la acción humana objetiva con el correlato mental, subjetivo, la constelación de ideas, dominantes o no, la cultura y el pensamiento de cada persona. Se trata de estudiar la interacción entre las condiciones objetivas (a la vez naturales y sociales, producto de la acción de las generaciones precedentes) y la práctica social transformadora de los hombres.
Sintetizando las afirmaciones de Engels, podemos decir que son los hombres los que hacen