Las cosechas son ajenas. Juan Manuel Villulla. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: Juan Manuel Villulla
Издательство: Bookwire
Серия: Tierra indómita
Жанр произведения: Документальная литература
Год издания: 0
isbn: 9789874039248
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mínimo en cada bolsa”16. Por su parte, hasta los comunistas mantenían su trabajo político y sindical en el sur santafesino apoyados en las Bolsas de Trabajo de la época (Kohen, 1968).

      No obstante, más allá de sus esfuerzos de resistencia, en el año 1960 los censos registraron que dese 1937 ya 250.000 braceros habían abandonado el campo. Por el contrario, en el mismo lapso de tiempo los tractores se habían cuadriplicado, pasando de 19.935 a 83.852 unidades. Los modelos que se conseguían en el mercado a principios de los años ‘60 eran siete veces más potentes que los primeros, y con ellos los agricultores podían sembrar una hectárea en cuatro veces menos tiempo que en la era del caballo (Tort y Mendizábal, 1980; Coscia y Torchelli, 1968). En simultáneo se difundieron las cosechadoras-trilladoras autopropulsadas para cosechar el trigo, y con ellas el sistema de carga a granel. Este método venía a reemplazar el de las bolsas, que además de llenado requería tareas de costura y estiba que ocupaban a miles de braceros manuales (Coscia y Cacciamani, 1978).

      En la misma línea, la cosecha mecánica de maíz fue el cambio más drástico operado a principios de la década de 1960. Las nuevas maquinarias podían ser operadas por dos o tres obreros que hacían el trabajo casi diez veces más rápido que antes —de 100 a 11 horas hombre por hectárea—, ya sin necesidad del concurso de decenas de braceros que levantaran el maíz de los surcos con sus propias manos, ni que operaran la monumental desgranadora después de juntar las mazorcas (Coscia y Torchelli, 1968; Balsa, 2004). Por último, la introducción de herbicidas reemplazó labores manuales por procesos químicos, gracias a los cuales una hectárea de maíz pudo prevenirse de malezas con sólo media hora de trabajo, mientras tradicionalmente podía demandar un mes, y por lo tanto, necesitar de muchos hombres y mujeres para terminar la tarea a tiempo (Coscia y Torchelli, 1968).

      Mientras todo esto sucedía a la plebe de estibadores y ayudantes de todo tipo nucleada en los sindicatos rurales, no se conoce actividad sindical alguna de los obreros que sí manejaban las máquinas por las cuales eran reemplazados aquellos. Sucede que a lo largo de la década de 1960 y alimentada por la mecanización, también se profundizó la división de los trabajadores agrícolas entre la masa proletaria en retroceso que realizaba las tareas periféricas y de manipuleo de granos, y la capa mejor calificada de los asalariados agrícolas que —en tanto las unidades familiares se autoabastecían de mano de obra— tendieron a concentrarse en las explotaciones medianas y grandes. Allí operaban los nuevos tractores, sembradoras y cosechadoras mecánicas y automotrices, y cumplían un ciclo anual completo de tareas, haciéndose más sedentarios y desarrollando relaciones laborales más regulares, cercanas y personales. Y en ese tránsito, aunque mantuvieran sus especializaciones, necesariamente se hacían peones menos exclusivamente agrícolas y más “generales”, combinando su trabajo sobre el suelo con otras tareas en los grandes campos. De esta manera, este sector de trabajadores transmutaba a un tipo de obrero rural permanente similar al peón individualizado más típicamente asociado a las estancias ganaderas. Lo cual incluía menores niveles de politización y sindicalización, y una vida personal entremezclada con los ritmos de trabajo de su establecimiento y las relaciones de autoridad allí reinantes. Además, su separación de las capas mejor organizadas del movimiento obrero rural, contribuía al desdibujamiento de los antagonismos de clase que fomentaban la negociación personal y la convivencia diaria con patrones y capataces.

      Esta capa de obreros calificados en el manejo de la mecánica y las maquinarias, exigía mayores remuneraciones que las de los braceros de la Bolsa (Bocco, 1991; Fienup et al, 1972). Sin embargo, lo hacían de forma más individual y discreta que ellos, a través de negociaciones bilaterales que apenas mantenían las tablas oficiales como referencia no vinculante. Su único instrumento de presión era la escasez