El capítulo cuarto cubre la Segunda Guerra Mundial, y arranca con el Pacto de no agresión Germano-Soviético. Tras la firma de este tratado, Alemania invadió Polonia desde el oeste, mientras la Unión Soviética lo hacía desde el este, invadiendo también los países bálticos y Finlandia. El capítulo continúa con la invasión nazi de la Unión Soviética en junio de 1941, a la que el país sobrevivió a duras penas. El ejército alemán se adentró profundamente en territorio soviético y en pocos meses ya había llegado a las afueras de Leningrado y Moscú. Para movilizar los esfuerzos bélicos necesarios, los líderes soviéticos se apoyaron en las mismas prácticas estatales que habían usado durante la Guerra civil y los años treinta: control estatal de los recursos económicos, vigilancia y propaganda para asegurarse la lealtad de la población, y arrestos de la policía secreta para neutralizar cualquier potencial disidencia. Aunque la Unión Soviética terminó derrotando a la Alemania nazi, veintisiete millones de ciudadanos soviéticos perdieron sus vidas durante la guerra. Para el pueblo soviético, la historia de la Segunda Guerra Mundial no significó solamente una victoria, sino también represión, sacrificio y muerte.
El quinto capítulo analiza los años posteriores a Stalin, 1946-1953. Como resultado de la victoria en la guerra, la Unión Soviética alcanzó el estatus de superpotencia en el sistema internacional, rivalizando con los Estados Unidos por el dominio del planeta. Esta prominencia internacional afectó profundamente tanto a la política exterior soviética como a la doméstica. La Unión Soviética impuso gobiernos comunistas en las naciones del este de Europa, y estas acciones produjeron tensiones que cuajaron en la Guerra Fría con los Estados Unidos y sus aliados. En la política doméstica, la mastodóntica tarea de reconstruir un país en el que millones de personas estaban sin hogar y pasaban hambre, fue completada a través de un férreo y coercitivo control estatal. A pesar de las esperanzas que el pueblo albergaba de una liberalización política tras la guerra, el régimen estalinista siguió siendo igual de represivo. La victoria bélica pareció ser un refrendo del sistema estalinista, y la Guerra Fría exigió una vigilancia continua.
La conclusión aborda el legado del estalinismo, un legado que arroja una larga sombra sobre el resto del periodo soviético y más allá aún. Nikita Kruschev, el sucesor de Stalin, se embarcó en una polémica campaña de desestalinización, denunciando el culto a la personalidad de Stalin y su uso de la violencia contra los miembros del Partido. Pero con la destitución de Kruschev en 1964 cesó la discusión sobre las represiones estalinistas, que solo sería reavivada a finales de los ochenta bajo el mandato de Mijaíl Gorbachov. En ese momento, la completa revelación de las represiones estalinistas desacreditó al gobierno soviético, lo cual, junto a una serie de descontentos étnicos y económicos, produjo el rápido colapso del sistema soviético. El final de la Unión Soviética, sin embargo, no acabó con el debate sobre el estalinismo, que sigue desatando agrias discusiones incluso en la Rusia de nuestros días.
El estalinismo tiene una importancia central en nuestra comprensión de la historia del siglo XX. Durante la era estalinista, la Unión Soviética se convirtió en una superpotencia militar e industrial, capaz de ganar la Segunda Guerra Mundial y de rivalizar con los Estados Unidos durante la Guerra Fría. Pero el estalinismo no es simplemente un relato sobre la modernización industrial y el triunfo militar. Aunque el sistema estalinista representó un modelo alternativo de desarrollo y un serio desafío ideológico a la democracia liberal y al capitalismo, también se cobró un precio descomunal en términos humanos. Nuestra obligación de estudiar la era estalinista proviene no solo de su importancia, sino también de nuestra responsabilidad en cuanto a dar a conocer una de las páginas más negras de la historia de la humanidad.
[1] Aquellos que deseen saber más sobre el papel personal que tuvo Stalin tienen a su disposición muchas biografías, entre ellas Isaac DEUTSCHER, Stalin: A Political Biography. New York, NY, 1967; Adam ULAM, Stalin: The Man and His Era. New York, NY, 1973; Dmitrii VOLKOGONOV, Stalin: Triumph and Tragedy. New York, NY, 1988; Robert H. MCNEAL, Stalin: Man and Ruler. New York, NY, 1988; Robert SERVICE, Stalin, A Biography. Cambridge, MA, 2004; Hiroaki KUROMIYA, Stalin. New York, NY, 2005; Kevin MCDERMOTT, Stalin. New York, NY, 2006; Sarah DAVIES y James HARRIS, Stalin, A New History. Cambridge, UK, 2005; Oleg V. KHLEVNIUK, Stalin: New Biography of a Dictator. New Haven, CT, 2015; Stephen KOTKIN. Stalin: Waiting for Hitler, 1929–1941. New York, NY, 2017.
[2] Richard Pipes apunta que se dieron «inconfundibles afinidades» entre el mandato zarista y el soviético; PIPES, A Concise History of the Russian Revolution. New York, NY, 1996, pp. 397–99.
[3] Theodore vON LAUE, Why Lenin? Why Stalin? Why Gorbachev? The Rise and Fall of the Soviet System. New York, NY, 1993.
[4] Laura ENGELSTEIN, “Combined Underdevelopment: Discipline and the Law in Imperial and Soviet Russia”. American Historical Review 98: 2 (April 1993), p. 344.
[5] Para una explicación del estalinismo centrada en la ideología, véase Martin MALIA, The Soviet Tragedy: A History of Socialism in Russia, 1917–1991. New York, NY, 1994. Para una interpretación diferente del estalinismo, véase Chris WARD, Stalin’s Russia. London, UK, 1993.
[6] Véase Erik VAN REE, The Political Thought of Joseph Stalin. New York, NY, 2002.
[7] Sobre el «evolucionismo promovido por el Estado» y las políticas nacionales soviéticas, véase Francine HIRSCH, Empire of Nations: Ethnographic Knowledge and the Making of the Soviet Union. Ithaca, NY, 2005, pp. 7–8.
[8] Para abundar en este tema, véase David L. HOFFMANN, Cultivating the Masses: Modern State Practices and Soviet Socialism, 1914–1939. Ithaca, NY, 2011, pp. 19–29.
[9] Peter HOLQUIST, “‘Information is the Alpha and Omega of Our Work’: Bolshevik Surveillance in its Pan-European Context”. The Journal of Modern History 69: 3 (1997).
[10] Eric LOHR, Nationalizing the Russian Empire: The Campaign against Enemy Aliens during World War I. Cambridge, MA, 2003, p. 178.
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