En el envío está la clave de la misión juanina. Juan Bautista es enviado por Dios para dar testimonio acerca de Jesús. Jesús es enviado por el Padre para dar testimonio acerca del Padre y realizar su obra. El Paráclito es enviado por el Padre y el Hijo para dar testimonio acerca de Jesús. Y, finalmente, los discípulos son enviados por Jesús para hacer lo que Él hizo. Esta es la clave. La misión ha sido dada y el trabajo se ha venido haciendo desde entonces. La misión de Jesús está en el proceso de ser cumplida hasta que Él vuelva. Tenemos una misión.
Capítulo 1.
Sígueme. El llamado a la misión
“El siguiente día quiso Jesús ir a Galilea, y halló a Felipe, y le dijo: Sígueme” (Juan 1:43)
Una sola palabra significó el cambio de vida radical para Felipe: “Sígueme”.
Galilea fue el escenario en el cual se cambió el destino para dos hombres que aguardaban al Mesías de la misma manera que todo el pueblo de Israel. Sin embargo es a ellos a quienes se les revela de manera particular. No es solo el encuentro de Felipe con “aquel de quien escribió Moisés en la ley, así como los profetas,” es el encuentro de este hombre con una misión exclusiva, señalada en el tiempo, definida desde los cielos, estructurada con el Hijo como sujeto principal y desarrollada entre seres humanos tan simples como los que estaba empezando a reunir el Verbo hecho carne.
Es el llamado que trasciende la conciencia, que se instala más allá de los deseos, que prorrumpe violentamente en medio de la monotonía y desbarata de un tajo la tranquilidad de quien lo recibe.
Es el llamado a ser débil para ser fuerte, a tomar la cruz para caminar ligero, a ser humilde para ser exaltado, a entrar en discordias para alcanzar la paz, a desafiar los poderes malignos para marcar territorio, a entrar en la dinámica de un reino desconocido abdicando a los deseos pasajeros e instalándose en la eternidad.
Es el llamado para tomar el yugo fácil y la carga ligera, que sin embargo conduce al sacrificio mayor. Es el llamado de quien amará a su enemigo, bendecirá al que lo maldice, orará por quien lo ultraja y lo persigue, caminará la milla extra y se despojará de lo poco que tenga para hacer tesoros que no se corrompen.
Es el llamado a dejar tierra y parentela, a soltar las amarras de los botes que garantizan el sustento y dejar ir las barcas a la deriva, a seguir al que no tiene un lugar seguro donde reposar, a no voltear la mirada en un camino sin regreso, a seguir hasta el Gólgota a quien caminó desde los cielos en su peregrinación por este mundo. Es el llamado a la misión. Una misión desconocida, apabullante, estremecedora e inédita, pero surgida desde los mismos cielos y a punto de cambiar la historia para siempre.
Para Felipe, Jesús es la respuesta al anuncio de Moisés y los profetas. De Él se escribió desde tiempos antiguos. A Él se refirieron los profetas anhelantes de la verdad revelada. Por Él es que Israel camina mirando al futuro con esperanza.
Jesús no solo realizó una misión en la tierra, sino que invitó a sus seguidores a ser parte de la misma. El desafío de seguir a Jesús no solo implicaba dejar atrás las tareas propias de supervivencia que tenía cada uno de sus discípulos, sino además tomar una nueva y aún más desafiante labor a la cual se les llamaba como parte de la misión más amplia en la que entraban. Dentro de ese llamado eran necesarias las muestras de compasión hacia el necesitado, es decir, que la misión no solo conllevaba un dejar atrás de ciertas tareas, sino también la de asumir un nuevo carácter acorde con el modelo que se adaptaba al Reino anunciado. Pero aun no sería completo el llamado a la misión si no involucrara el sufrimiento como parte esencial de esta nueva vocación de sacrificio y entrega.
Seguir a Jesús es también seguirlo a donde El concluye su misión terrenal. Seguirle a Él implica necesariamente ir con El hasta el Gólgota mismo, donde se completará la obra misionera que transformó el mundo para siempre.
Felipe se enfrentó en aquel momento a una autoridad diferente que desafiaba su modelo de vida. Un llamado irresistible que convenció a este hombre de Betsaida para dejarlo todo e incluso involucrar a su amigo Natanael en tamaña aventura. Natanael (Bartolomé) ya había sido hallado por Jesús desde cuando le vio debajo de la higuera y supo que se trataba de un verdadero israelita. La confrontación entre el llamado de Jesús y la duda de Natanael por el origen de quien lo llamaba tenía que encontrar un punto débil para inclinar la balanza y lo halló cuando Jesús lo consideró como un hombre de gran estima.
Juan El Bautista ya estaba elevando su voz en el Jordán anunciando el arribo esperado del reino de Dios. La misión celestial estaba a punto de dar sus primeros pasos y Jesús necesitaba rodearse de hombres a quienes pudiera formar y promover en ese reino que se empezaba a percibir y cuyo anuncio rompió con el silencio del cielo de 400 años.
El Logos preexistente encarnado expresa en su llamado una autoridad de la cual carecían los fariseos y religiosos. Su misión se ha ideado en la armonía del cielo pero debe llevarse a cabo en medio de la tensión del mundo como escenario de su obra redentora. “Jesús de Nazaret, absolutamente por sí y a través de sí, a través de su mera existencia, naturaleza, instinto, sin prudencia, sin exhortación, se ha hecho manifestación completamente sensible de la palabra eterna, de un modo que antes que él nadie lo hizo.”53 Es importante entender cómo se conectan las ideas sobre el mundo, el hombre y la muerte con Jesucristo. Juan dirá en su evangelio que el Logos se hizo carne (1:14) y los demás evangelios conectarán su nacimiento en un momento histórico definido con el cumplimiento de la palabra escrita.
Nazaret representa un obstáculo a los ojos de Natanael en la concepción que él mismo tiene acerca del origen del Mesías anunciado. Parecieran dos instancias tan disímiles que no pueden reunirse en una noticia tan relevante. No puede venir nada bueno de aquella aldea insignificante y mucho menos cuando se trata de buscar el origen del esperado de todos los tiempos.
La expectativa judía no podría compaginar algo así en relación a su gran Mesías. El Dios de la historia no podría prorrumpir de esa manera en aquel ambiente intrascendente.
El pueblo de Israel se movía continuamente entre la expectativa y la esperanza, pero Jesús no parecía llenar ninguna de ellas. Su expectativa de un Mesías poderoso y la necesidad de encontrar un respiro a su condición de subyugación a través de ese Mesías, habían volcado la esperanza en un libertador que distaba mucho de parecerse a ese Jesús que se abrogaba para sí el derecho de llamar a Dios como Padre. El celo característico del pueblo judío para sus leyes y tradiciones, representaron siempre un obstáculo para poder ver enfrente de ellos al Mesías esperado.
En Malaquías 3: 1-2 se lee: “He aquí, yo envío mi mensajero, el cual preparará el camino delante de mí, y vendrá súbitamente a su templo el Señor a quien vosotros buscáis, y el ángel del pacto, a quien deseáis vosotros. He aquí, viene, ha dicho Jehová de los ejércitos. ¿Y quién podrá soportar el tiempo de su venida? ¿O quién podrá estar en pie cuando él se manifieste? Porque él es como fuego purificador, y como jabón de lavadores.”
Las profecías mesiánicas, presagiaban la llegada de un rey poderoso que haría notar públicamente su estela desde los cielos y llegaría en medio de los imperios para derribarlos y establecer a su pueblo en el trono.
Pero Jesús prorrumpe en la escena sin grandes aspavientos. No era un general llamando a su ejército para prepararlo para la batalla. Era un carpintero delineando un camino de transformación para quienes respondieran a su llamado y despertando a una misión trascendente a unos pocos escogidos.
El evangelista no lo ha introducido