–Bueno, me refiero a Cooper Construction. Hemos conseguido ese trabajo en…
–Cuánto me alegro –replicó Annie, y se volvió.
Chase sentía que aumentaba la presión de su sangre. Por educado que pretendiera mostrarse, Annie continuaba mostrándose tan fría como un cadáver.
Pero de pronto, asomó a los labios de Annie una auténtica sonrisa.
–Yuuujuu –llamó suavemente.
¿Yuujuu? ¿Yuujuu?
–Eh, aquí –saludó, moviendo la mano y uno de los invitados que estaba sentado a una mesa cercana le devolvió el saludo.
–¿Quién es ese tipo? –preguntó Chase sin poder contenerse.
Annie ni siquiera lo miró. Estaba demasiado ocupada mirando al tipo en cuestión y sonriéndole.
–Ese «tipo», es Milton Hoffman. Es profesor de inglés en la universidad.
Chase observó al profesor mientras éste se levantaba y se dirigía hacia su mesa. Era un hombre alto y delgado; llevaba un traje azul y una pajarita. Más que de profesor, tenía el aspecto de un cadáver.
Iba sonriendo mientras se acercaba. Y aquella sonrisa estuvo a punto de sacar a Chase de quicio.
–Anne –dijo Hoffman–, Anne, querida –Annie le tendió la mano y Hoffman se la llevó a los labios–. Ha sido una ceremonia muy hermosa.
–Gracias, Milton.
–Las flores eran perfectas.
–Gracias, Milton.
–Y la música, la decoración… todo ha sido maravilloso.
–Gracias, Milton.
–Y tú tienes un aspecto exquisito.
–Gracias, Milton –respondió entonces Chase.
Annie y el profesor se volvieron al instante hacia él. Chase esbozó una radiante sonrisa.
–Es cierto, ¿verdad? –dijo–. Me refiero a su aspecto. Está magnífica.
Annie lo miró con una dura advertencia en la mirada que Chase decidió ignorar. Se inclinó hacia delante y le rodeó los hombros con el brazo.
–Es especialmente bonito ese escote tan pronunciado, cariño, pero bueno, tú ya sabes cómo son estas cosas –le dirigió a Hoffman una retorcida sonrisa–. Algunos tipos no se fijan, ¿verdad, Milty? Pero yo siempre he sido…
–¡Chase! –el rubor tiñó el rostro de Annie. Hoffman pestañeó violentamente tras sus gafas.
–Usted debe de ser el marido de Annie.
–Eres rápido, Milty. Eso tengo que reconocerlo.
–No es mi marido –aclaró Annie con firmeza, apartando el brazo de Chase. Es mi ex-marido. Y francamente, no tenía ningún interés en verlo otra vez –le dirigió a Hoffman una encantadora sonrisa–. Espero que te hayas traído los zapatos de baile, Milton, porque pretendo pasarme toda la tarde bailando.
Chase sonrió. Casi podía sentir sus colmillos alargándose como los de un vampiro.
–¿Has oído eso, Milty? –le dijo con falsa amabilidad y sintió una inexplicable oleada de placer al ver palidecer a Hoffman, algo que parecía imposible en un rostro tan blanco como el suyo.
–Chase –le advirtió Annie entre dientes–, déjalo ya.
Chase se inclinó por encima de la mesa.
–Nuestra Annie es una excelente bailarina, pero cuando bebe champán, hay que tenerla vigilada. ¿Verdad, nena?
Annie abrió la boca y la cerró.
–Chase –dijo con un susurro estrangulado.
–¿Cuál es el problema? Milt es un viejo amigo tuyo, ¿no? No tenemos que tener secretos para él, ¿no te parece, nena?
–¡Deja de llamarme así!
–¿Que deje de llamarte cómo?
–Ya lo sabes –respondió Annie furiosa–. Y deja de mentir. No he estado borracha jamás.
Chase curvó los labios en una sonrisa traviesa.
–Amor mío, no me digas que ya has olvidado la noche que nos conocimos.
–¡Te lo estoy advirtiendo, Chase!
–Allí estaba yo, un inocente estudiante, pensando en mis propios asuntos y bailando con mi novia en la fiesta que celebraba su instituto por San Valentín.
–Tú no has sido inocente en toda tu vida.
Chase sonrió.
–Deberías conocerme mejor, nena. En cualquier caso, allí estaba yo cuando de pronto divisé a nuestra Annie, tambaleándose hacia la puerta y agarrándose el estómago como si se acabara de comer un montón de manzanas verdes.
Annie se volvió hacia Milton.
–Eso no es cierto. El chico con el que había ido al baile me había echado licor en el ponche. ¿Cómo iba a saber yo…?
Un ruido de tambores acalló su voz.
–… Y ahora –se oyó decir–, el señor y la señora Nicholas Babbitt, disfrutarán de su primer baile como marido y mujer.
La gente empezó a aplaudir mientras Nick abrazaba a Dawn y se dirigía con ella a la pista de baile.
Annie le dirigió a Milton una mirada implorante.
–Milton, escucha.
–No te preocupes, Annie –respondió él rápidamente–. Hoy es un día familiar, lo comprendo. Te llamaré mañana. Ha sido… interesante haberlo conocido, señor Cooper.
–Llámame Chase, por favor. No es necesario ser tan formal, teniendo en cuenta todo lo que tenemos en común.
Annie no sabía qué le apetecía más: si abofetear a Chase por su insufrible conducta o abofetear a Milton por haberse acobardado. Pero no tardó mucho en decidir que Chase era el blanco más deseable. Lo miró mientras Hoffman regresaba a su asiento.
–No podías haber caído más bajo –le reprochó.
–Annie, escucha…
–No, escúchame tú a mí –lo señaló con un dedo tembloroso–. Sé lo que estás intentando.
¿De verdad? Chase sacudió la cabeza. Porque en ese caso, sabía algo más que él, que todavía no sabía por qué demonios se había comportado de forma tan vil con ese tipo. ¿Qué más le daba a él que Annie saliera con alguien?
Annie tenía derecho a hacer lo que quisiera y con quien quisiera. Y no era en absoluto asunto suyo.
–¿Me estás oyendo? –le preguntó Annie–. Sé lo que te propones, Chase. Estás intentando arruinar la boda de Dawn porque no he hecho las cosas tal como a ti te habría gustado.
–¿Pero es que te has vuelto loca, Annie?
–Oh, no disimules. Tú querías una gran boda, en una iglesia importante, para poder invitar a tus importantes amigos.
–¡Estás completamente loca! Yo nunca…
–¡Baja la voz!
–No estoy gritando. Eres tú la que…
–Déjame decirte algo, Chase Cooper. Esta boda esta siendo exactamente tal como Dawn quería.
–Y supongo que debo dar las gracias por ello. Porque si hubiera sido por ti, nuestra hija habría terminado casándose en lo alto de una colina, con los pies desnudos.
–Oh, y quién sabe