Los Buguis. Joe Iljimae. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: Joe Iljimae
Издательство: Bookwire
Серия:
Жанр произведения: Языкознание
Год издания: 0
isbn: 9786124835810
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las ratas.

      —O los gallinazos —dijo Fernando, y soltó una sonrisa llena de odio.

      —Además —agregué—, pueden venir todos Los Buguis... ¡Todos!

      —¡Es verdad! ¡Vamos, vamos! —gritó Miguel fuera de sí.

      Cogimos al chico y lo arrastramos por el gran andurrial de basura que estaba a la espalda de La Era. Llegamos hasta los vagones y nos precipitamos sobre el río. En aquel instante el sol caía a disparos sobre Ñaña.

      —Fernando —dije—, llama a los otros buguis.

      —¿Yo?, ¿por qué?

      —Eres el más rápido.

      —Yo quiero quedarme —dijo—. Mándalo a Jesús.

      —Está bien —contestó Jesús al segundo—. Voy yo.

      Cuando llegamos a El Puquio, el muchacho de San Pancho había despertado y su rostro parecía estar cubierto por una máscara de miedo. Sus ojos estaban terriblemente abiertos y los huequitos de su nariz no dejaban de vibrar. Sentí pena al verlo en aquella situación y estuve a punto de soltarlo y darle un gran abrazo.

      De pronto, al verse tan solo, tan abandonado, comenzó a chillar.

      —¡Cállate! —gritó Fernando aventándole un pedazo de madera.

      El chico trató de cubrirse, pero la madera le cayó en la frente.

      —Acá veníamos con Jon —dije jalándole los pelos—. Acá se bañaba con nosotros... ¡No debieron meterse con él! ¡No debieron tocarlo!

      Siempre había sido lo mismo. Demostraba osadía y violencia por fuera, pero por dentro temblaba de miedo. La única forma de hacerme respetar era mostrarme duro y avezado. Algunos muchachos se cubrían de odio, de crueldad, de un inhumano espíritu feroz y, sin embargo, esa era una inequívoca señal de recelo, de horror y, sobre todo, de cobardía. Ese era mi caso cuando estaba con Los Buguis.

      —¿Estás escuchando, conchetumare? —grité, mientras le estampaba un puñete en el pómulo.

      El chico se aventó al suelo aullando de dolor. Parecía un pez sacado del agua, una lombriz desesperada. Entre espasmo y espasmo miraba el centro del lago como una válvula de escape a la libertad, a la vida. Me apenaba tratarlo así. Me enfermaba esconder mi asco a tan grande vejación. Pero debía de vengar a Jon delante de Los Buguis, debía darles la certeza de que tenían en su banda a un gran jefe. Cogí del cuello al muchacho y empecé a estrangularlo.

      —¡Hijo de puta! —grité.

      El muchacho se arrastraba por el barro, se hacía un ovillo, se ondulaba como un bicho. Yo solo quería darle una lección, asustarlo un poco, pues aquella acción también me estrangulaba a mí por dentro. Por fin, Miguel me detuvo. Se lo agradecí en el fondo y estuve a punto de echarme a llorar.

      De pronto, Fernando se acercó y se llevó al chico a un costado.

      —Jon debería ver esto —dijo y encendió un cigarro.

      —Sí —agregó Diego—. Se sentiría mejor.

      Jon, pequeño pendejo, ¿en serio merecías ser un bugui? ¿Merecías todo esto?

      —¡Miren! —exclamó Miguel—. Allá vienen los demás.

      Era verdad. Un grupo de muchachos venía corriendo hacia El Puquio por la parte del repecho. Eran Los Buguis que llegaban en bandada, dando feroces gritos de guerra. Recogí un guijarro del suelo y lo sopesé en mis manos. Era un excelente y moldeado guijarro. Me puse en posición y lo lancé contra la superficie del estanque con todas mis fuerzas. La piedrecilla rebotó cuatro veces en la base del agua hasta hundirse por completo. Había logrado hacer un buen sapito.

      —¿Qué me van a hacer? —preguntó de pronto el prisionero. Eran las primeras palabras que pronunciaba en aquella horrible tarde. No había dejado de llorar y de gemir. Temblaba como un reflejo en el agua. Sus ojos oscuros, medio azulosos, se desorbitaban en una mueca de terror que envolvía parte de su rostro.

      —Lo mismo que le pasó a Jon —contesté con tristeza.

      —¿Qué le pasó a Jon? —exclamó el chiquillo.

      —Ya verás —dije, y cogí el machete que habían traído mis amigos—. Ya verás.

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