Poco después, el gobernador de la isla lanzó una campaña para reclutar por la fuerza a hombres jóvenes para el batallón del ejército español local. Un oficial fue a la casa Bacardí para intentar persuadir a Emilio de que se enlistara. Cuando el oficial insistió e intentó obligarlo a que sujetara un rifle, Emilio lanzó con enojo el arma a la calle. El acto de rebeldía del joven Bacardí enfureció a las autoridades españolas, pero inspiró a sus amigos separatistas.
El movimiento independentista se propagó por toda la región oriental de Cuba y, para finales de octubre, los rebeldes habían tomado el control de ocho ciudades y conseguido el apoyo de más de 12 000 voluntarios. Lo que ocurrió a continuación fue un conflicto largo y sangriento.
La guerra trajo enorme sufrimiento para la población de Santiago. El ejército rebelde cortó el suministro de agua y las líneas de comunicación a la ciudad, y se establecieron comedores populares para los hambrientos. Una vez más, en 1869, la ciudad fue azotada por una epidemia de cólera.
El 26 de febrero de 1876 —a ocho años de haberse iniciado la Guerra de los Diez Años— Emilio se casó con María Lay Berlucheau, una dama francocubana de Santiago. Con el tiempo, el matrimonio Bacardí Lay tendría seis hijos: Emilio, Daniel, María, José, Facundo y Carmen.
Para entonces los rebeldes estaban agotados, desilusionados y divididos. Se declaró un cese al fuego, al que siguieron una serie de negociaciones, y España prometió numerosas reformas. En febrero de 1878, España y los rebeldes firmaron un acuerdo de paz.
Cuba permaneció bajo dominio español, pero el fervor revolucionario volvería a surgir. Los siguientes veinte años verían más insurrecciones y derramamiento de sangre.
ENCARCELADO EN UNA LEJANA COLONIA PENAL
La Guerra de los Diez Años devastó la industria cafetalera de Cuba y condujo a una depresión económica prolongada. También impactó a la compañía de ron de la familia Bacardí.
Del lado de los consumidores, predominaban el hambre, la miseria y las enfermedades, además de graves dificultades económicas. Del lado de la producción, había escasez de melaza, el ingrediente base para la elaboración del ron, debido a que la mitad de los ingenios azucareros del este de Cuba habían sido incendiados. Los precios de los suministros que quedaban se habían disparado. A pesar de los grandes esfuerzos de Facundo y sus hijos por mantener a flote la empresa, las ventas eran mínimas.
Cuando la guerra se acercaba a su fin, Emilio ya se había lanzado de lleno a la política. Muy pronto fue electo para desempeñar su primer cargo político como concejal del Ayuntamiento de Santiago. También fue designado para formar parte del comité de educación municipal.
La lentitud de las reformas prometidas en el acuerdo de paz trajo como consecuencia otra rebelión. En menos de un año desde el tratado, Calixto García, un agitador revolucionario que había estado encarcelado por su participación en la Guerra de los Diez Años, publicó un manifiesto en el que denunciaba el dominio colonial de España sobre Cuba.
En agosto de 1879, García y los líderes rebeldes Quintín Banderas, Guillermo Moncada y Antonio y José Maceo recuperaron algunas armas que habían ocultado y organizaron una fuerza de 300 hombres en las montañas. Y, de esa manera, la segunda guerra por la independencia de Cuba, la Guerra Chiquita, había comenzado.
En esta ocasión, los españoles decidieron capturar a un gran número de simpatizantes de los rebeldes. Emilio fue arrestado y, el 9 de noviembre de 1879, tras pasar unos días en el Castillo del Morro de Santiago, lo subieron a un barco rumbo a España. Emilio escribiría luego que mientras el barco se alejaba de Cuba sentía que lo arrancaban de «todo lo que cualquier hombre necesita, quiere y ama profundamente: una buena esposa, los hijos pequeños, los padres y la patria, que es como una segunda madre amorosa».
El general Martínez Campos, gobernador de Cuba, declaró poco después que los prisioneros serían liberados de las cárceles españolas y confinados en Cádiz, con lo que en esencia la declaró una ciudad prisión. En mayo de 1880 hubo un cambio de gobierno en España y el nuevo gobernador, Cánovas del Castillo, volvió a enviar a todos los revolucionarios a prisión. Pero Cánovas quería algo más para los prisioneros que la cárcel en España. Ordenó que fueran enviados a una colonia penal en las islas Marianas, un archipiélago volcánico en el océano Pacífico.
Sin embargo, las autoridades carcelarias en Cádiz consideraron que el capitán que había sido asignado a esa tarea no estaba capacitado para llevarla a cabo, y no había un barco adecuado disponible para el largo viaje. Por ende, decidieron dividir a los prisioneros y llevarlos a las temidas prisiones de Ceuta y Melilla, los enclaves españoles en la costa norte de Marruecos.
Por alguna razón, Emilio y otro reo fueron enviados a una prisión norafricana distinta, la colonia penal Chafarinas, ubicada en una isla frente a las costas de Marruecos. Emilio tenía un amigo en Madrid llamado Urbano Sánchez, abogado con conexiones de alto nivel y amigos influyentes, quien logró sacarlo de las islas Chafarinas y enviarlo a Sevilla a cumplir su condena.
Fue allí, deleitándose con la luz y el color de la soleada ciudad andaluza, que Emilio recuperó la motivación para volver a pintar. Más tarde afirmaría que pintar lo ayudó a aliviar su aislamiento y su tristeza: sabía poco de su familia y lo que oía de la guerra, también escaso, eran solo malas noticias. De hecho, la segunda guerra de independencia de Cuba estaba llegando a un final marcado por batallas perdidas y pelotones de fusilamiento. Para septiembre de 1880, la Guerra Chiquita había terminado.
Emilio pensó que sería liberado y le permitirían regresar a casa, pero se le prohibió regresar a Cuba hasta principios de 1883 porque se había negado a admitir su culpabilidad y a jurarle lealtad a la Corona.
EL RETORNO DE EMILIO
La Guerra Chiquita causó estragos a la empresa de la familia Bacardí.
A duras penas Facundo logró mantener la compañía a flote y en octubre de 1889 declaró que el negocio de fabricación de ron estaba oficialmente en quiebra. Pocas semanas después, la situación empeoró aún más cuando el incendio de un almacén se propagó hasta las instalaciones de Bacardí, a un lado, y las redujo a cenizas. El lugar no estaba asegurado.
No quedaba nada, excepto la fórmula secreta y la certeza de la familia de que su ron ahora era muy conocido y gozaba de buena reputación por su alta calidad. La situación era deprimente, pero los Bacardí tuvieron la disciplina, la energía y el compromiso para volver a levantarse. Lo que no tenían era el capital necesario.
Emilio regresó a Cuba y la familia comenzó a reconstruir. Dedicó la misma cantidad de tiempo a su hogar y al trabajo, pero seguía aferrado a su sueño de una Cuba independiente. No obstante, tras dos guerras fallidas, muchos ya pensaban que era exactamente eso: un sueño.
Una vez más, fue a través de una afortunada sociedad que el negocio logró recuperarse. Henri Schueg era hijo de Matheu George y Marie Louise Schueg, hacendados franceses nacidos en Cuba y propietarios de una plantación de café cerca de Santiago. Aunque les había ido bien, decidieron mudarse a Francia cuando Henri era un niño.
Su padre falleció cuando él tenía 5 años y su madre tuvo miedo de regresar a Cuba soltera, por lo que Henri fue al colegio en Francia. Murió cuando él tenía 18 años, y entonces decidió regresar al Caribe. Volvió a Santiago en 1880, solo para descubrir que la plantación de su familia había sido destruida. Vendió sus terrenos y con ese dinero se asoció con los hermanos Bacardí Moreau. Reunieron lo suficiente para comprar 100 cabezas de ganado y su proyecto ganadero demostró muy pronto ser rentable. Esas ganancias se las inyectaron a la empresa de ron y comenzaron la reconstrucción.
Don Facundo compró la parte de su hermano José. Sus hijos contribuyeron con sus propios fondos para comprar la mayoría de la participación