Las cosas iban de mal en peor, y no tuvo otra opción más que declararse en bancarrota. En 1855, según muestran los registros, Facundo Bacardí y Compañía dejó, oficialmente, de ser un comercio.
Al parecer, en medio del caos Facundo había mantenido la relación con su viejo conocido productor de ron, Nuñes. Tras cerrar su tienda, se enfocó en el negocio del ron. Empezó a pasar tiempo en la destilería rudimentaria, visitando clientes, ajustando precios y organizando ventas en los barcos del puerto.
Fue una manera de costear una vida austera en un momento en el que todo lo demás había fracasado. El 4 de febrero de 1862, pudo comprar la parte del negocio de Nuñes. Era ya dueño del 100 % de la compañía, que consistía de un alambique viejo de cobre y hierro fundido que producía pequeñas cantidades de un licor tosco de olor fuerte.
Aunque nadie podría haberlo adivinado en aquel momento, la muerte tres años antes de Clara Astie, la madrina de su esposa, terminaría desempeñando un papel importante en la transformación de la incipiente empresa. Doña Clara dejó un patrimonio valorado en unos 19 000 pesos, el equivalente a unos 610 000 dólares de hoy. Le heredó dos tercios de esa pequeña fortuna a su ahijada, doña Amalia, y a los hijos varones de esta.
Entre los activos que heredó Facundo hijo había una casa en Santiago que alquilaba en ese momento un químico y confitero francés llamado José León Boutellier.
Cuenta la historia que un día, Facundo padre fue a recoger la renta en nombre de su hijo y el inquilino lo invitó a tomar un trago entre amigos.
Cuando la conversación se centró en las técnicas para la fabricación de dulces y la pequeña destilería de Facundo, Boutellier dijo que tenía algo que podría interesar al productor de ron. Le enseñó un sistema de destilación que utilizaba para producir pequeñas cantidades de coñac en la trastienda. Era mucho más avanzado que el alambique primitivo que Facundo le había comprado a Nuñes, y el confitero le explicó su funcionamiento.
Don Facundo quedó fascinado por lo que vio. Tenía tiempo anhelando crear un licor más ligero y suave que atrajera a la sofisticada comunidad de exiliados franceses y a la emergente clase media de Cuba, quienes preferían los licores y vinos europeos. Además, quería producir este licor más refinado en cantidades comerciales. Comprendió que el equipo moderno de destilación de Boutellier y las técnicas mejoradas de producción que le había explicado eran precisamente lo que necesitaba para volver realidad su sueño.
Ambos vieron las ventajas de combinar sus conocimientos, recursos y experiencia, y eso fue exactamente lo que hicieron. Formaron una sociedad comanditaria —una sociedad limitada— llamada Bacardí, Boutellier & Compañía. José, el hermano menor de Facundo aportó capital sin involucrarse en la operación.
El 12 de abril de 1862, el gobierno municipal de Santiago de Cuba emitió el título de propiedad y registró la marca comercial de ron BACARDÍ.
Gracias a su socio capitalista y a la asistencia financiera adicional de doña Amalia, pudieron comprar un edificio más grande y resistente cerca del puerto, y establecieron un sistema de destilación mejorado y de mayor tamaño.
El negocio estaba andando y tenían serias intenciones de lograr que funcionara y elevar la calidad. Ya no habría marcha atrás.
MURCIÉLAGOS EN LAS VIGAS: UN BUEN AUGURIO
Amalia, la esposa de Facundo, fue quien sugirió que se usara un murciélago como el nuevo logo de la compañía de ron.
Al parecer, había una colonia de los mamíferos alados que pendía de las vigas del cobertizo rústico donde se añejaban las barricas de ron de Bacardí, Boutellier & Compañía, por lo que los vecinos se referían al producto como «el ron del murciélago».
En la Cuba rural, los murciélagos eran considerados una señal de buen augurio, ya que polinizan la caña de azúcar y devoran las plagas que amenazan los cultivos. Su excremento, llamado guano, es un rico fertilizante agrícola, y muchas plantas tropicales dependen exclusivamente de ellos para la polinización y la dispersión de semillas.
En el folklor catalán de la tierra natal de Facundo se consideraba que los murciélagos eran símbolos de hermandad (algunas colonias superan el millón) y perseverancia (vuelan durante la noche, aparentemente a ciegas). Se les idealizaba por su gran movilidad y por ser sociales y longevos.
Aunque algunos podrían considerar a esta criatura nocturna y voladora demasiado tenebrosa para ser la mascota de un producto —ciertamente también se les asocia con la oscuridad, los vampiros y la muerte—, Facundo aceptó la sugerencia de doña Amalia y adoptó un audaz murciélago negro como el logo de la destilería.
Para la familia Bacardí, el murciélago siempre ha sido más que una marca registrada o un diseño de mercadotecnia. Ha representado los valores y los obsequios que Dios nos ha concedido: éxitos y buena fortuna, orgullo de pertenencia, lazos y tradiciones familiares, una búsqueda incansable por la calidad, compromiso, lealtad, sacrificio, trabajo arduo y reservas inagotables de fuerza y resiliencia.
Al mismo tiempo, el murciélago ha sido para nosotros un símbolo de las fuerzas impulsoras del subconsciente, no escritas ni definidas, que nos dieron un sentido de dirección y guiaron nuestras decisiones en los tiempos más oscuros.
A través de terremotos y epidemias, muertes e insurrecciones, bancarrotas, guerras y encarcelamientos, el murciélago, siempre un compañero leal y constante, ha contemplado a generaciones enteras de la dinastía de la familia Bacardí.
Y así, con el murciélago vigilante sobre su hombro, don Facundo había dado el primer gran paso.
Una vez que se estableció la empresa de ron, con el murciélago como su símbolo, un nuevo edificio provisto de equipo de destilación actualizado, los conocimientos de química y confitería del socio francés, financiamiento y un mercado listo y dispuesto a recibir algo más refinado que el aguardiente de las plantaciones que corría por las venas de la isla, la nueva empresa puso manos a la obra.
En cuanto el emprendimiento echó a andar, Facundo le dio un trabajo a su hijo Emilio, que para ese entonces tenía 18 años. Se dedicaría a hacer mandados, a ayudar con el llenado de facturas, pagar las cuentas y a atender otras labores de oficina.
Los vecinos recuerdan haber visto al serio joven sentado en un escritorio cerca de las ventanas abiertas al frente de la oficina, pasando páginas de libros y absorto entre papeles. Si bien estaba completamente dedicado a su trabajo, se sabe que Emilio también escribía reflexiones personales, ensayos y, posteriormente, audaces tratados políticos.
Un par de años después, Facundo hijo también se incorporó al creciente negocio familiar, trabajando con su padre en el área de producción.
En 1862, de niño, Facundo hijo sembró un cocotero en la entrada de la destilería. Conocido con cariño como «el Coco», el árbol tuvo unos primeros años difíciles en los que casi muere en un par de ocasiones, pero los hermanos Bacardí lo regaron y lo mantuvieron vivo.
En una carta a Emilio, su hermano Facundo le escribió: «Cuiden al Coco, y sobrevivirá mientras exista la compañía». Esas palabras fueron proféticas: la querida palma murió el año en que los comunistas de Fidel Castro incautaron la empresa.
Facundo padre continuó durante muchos años el trabajo práctico de experimentar, modificar y ajustar los elementos complejos y superpuestos del proceso de elaboración del ron. Esto incluía los ingredientes y «las cinco claves» de la producción: fermentación, destilación, añejamiento, filtración y mezcla.
LA ALQUIMIA DE LOS PLANTÍOS DE CAÑA: DESTILANDO EL LICOR
Entonces, ¿cuál era en concreto —y sigue siendo— la «ciencia» detrás de la producción de ron?
Los asentamientos de los poderes coloniales europeos en el Nuevo Mundo dedicaron grandes extensiones de tierra al cultivo de caña para obtener azúcar, un producto valioso. Los tallos leñosos se trituraban en molinillos y el jugo que se extraía, el guarapo, se hervía y se curaba.
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