En los anteriores mundiales la cosa no era tan enfermiza, tan demencial. Se cambiaban monas, se llenaban álbumes, se leían y escuchaban las noticias, se gritaban los goles, pero la fiebre no estaba presente porque Colombia no estaba allá. Y la gente prefería concentrarse en el evento a fin de olvidar las embarradas del “Boricua” Zárate, ese gol que se comió “Kiko” Barrios o ese árbitro de los mil demonios que parecía comprado en Montevideo.
Esta vez era diferente. La expectativa rondaba el Campeonato Mundial más que de costumbre, sobre todo porque se confiaba en una buena actuación. Desde hacía tres años éramos hinchas acérrimos del combo de Maturana, salvo unos que no olvidaban ciertos hechos ocurridos durante la Copa Libertadores de América del año anterior.
A las seis de la tarde, el centro de la ciudad era un hervidero humano. Las labores rutinarias se aceleraron y sobre el filo de la noche todo había quedado listo para la mañana siguiente.
Sudorosos y jadeantes por el trote, vimos la inauguración. Lo mejor fueron las modelos, especialmente aquellas que mostraban los diseños semitransparentes de Gianfranco Ferré. Entre los himnos y el inicio del partido, leímos los periódicos. No había nada en el mundo que tuviera más importancia.
Maradona mordió el polvo esa mañana de viernes y medio mundo respiró tranquilo, no solo por la personalidad del jugador, sino por esa inevitable necesidad interna de estar siempre a favor del equipo chico. Escuchamos la radio, los lamentos en lunfardo y los comentarios de periodistas que le cayeron al caído, como quien hace una cosa rutinaria. Sospechamos entonces que, el día que eliminaran a Colombia, muchos de ellos obrarían igual.
La tarde del viernes fue igual a la del día anterior, solo que lo que se avecinaba no era cualquier cosa: el debut colombiano en un mundial. “¡Qué orgullo, hermano!”. La radio no cesó de entrevistar a Marcos Coll, al “Caimán” Sánchez y a los héroes de Arica. Un Adolfo Pedernera, anciano y con la voz cansada, habló desde Buenos Aires, se refirió a los viejos jugadores como sus muchachos y reconoció que estaba tan emocionado como cualquier colombiano.
La televisión mostró una y mil veces la rabia de Lev Yashin por el único gol olímpico de la historia de los mundiales. Más adelante aparecían imágenes de un dribling de “Maravilla” Gamboa ante tres soviéticos. Sentimos nostalgia por las imágenes, sabíamos en el fondo que, al otro día, ya no las veríamos más, así que encargamos a los amigos que tenían betamax que las grabaran. El teléfono estaba ocupado.
A las nueve de la mañana del sábado 9 de junio era imposible conseguir un taxi. Cuarenta minutos más tarde las calles estaban vacías. Diez minutos más y había llegado la imagen a la televisión. Media hora después teníamos las uñas destrozadas y la garganta seca, todo porque jugaba Colombia, a pesar de que el partido en realidad era frío…
Colombia vs. Emiratos (2-0) (Redín, Valderrama)
Fue el partido del debut, esperado por jugadores, cuerpo técnico, directivos, medios e hinchas desde el ya lejano día del sorteo. De un buen comienzo dependía que sirviera el sacrificio de tantos meses de concentración y prácticas. Para todos los jugadores era su primera presentación en un torneo de tales características. Solo Higuita había sido suplente, por una lesión, en el Mundial Juvenil de la Unión Soviética.
Lo que muchos llamaron el temor escénico, el aparecer frente a miles de cámaras en un partido del Mundial, afectó a los jugadores. El comienzo fue tenso. Emiratos se paró defensivamente, con los jugadores en mitad de la cancha y haciendo dos líneas de cuatro que cerraban espacios e incomunicaban al equipo colombiano. Este mostró en la cancha su esquema táctico bien definido, pero con la obligación de ganar el partido y de ir al ataque. Al peso de la primera aparición se sumó la obligación de proponer fútbol para conseguir un resultado.
Para mantener la fidelidad del estilo, Colombia impuso un ritmo pausado y de andar cansino. El primer tiempo transcurrió en esa tónica. Al combinado nacional le costaba demasiado llegar. Trataba de controlar el partido, pero no había cambios de ritmo acertados ni explosión ofensiva. Aunque era claro que técnica y tácticamente los colombianos eran mucho más, la superioridad se diluyó paulatinamente. El pressing se hacía desde la cancha de ellos y Colombia, además de tener sus líneas adelantadas, ganaba buena parte de los rebotes. Sin embargo, cuando atacaban, perdían el balón a los dos o tres pases, debido a la insistencia en llegar por el centro. Hubo dos llegadas de peligro en los pies de Rincón. En la primera, le negó el pase a Redín y culminó con un disparo desviado a la entrada del área. En la otra, luego de un excelente pase al vacío de Valderrama, se engolosinó con el balón y no supo definir. Lo demás fueron tres tiros libres desviadísimos y aproximaciones al área, con algún peligro, que morían en la imprecisión de los volantes. No funcionaron los cambios de frente, los marcadores no ayudaron a abrir la cancha y la intrascendencia se apoderó de todo el equipo, aunque sin llevarlo a perder los papeles ni la brújula. Valderrama fue el organizador del equipo hasta tres cuartos de cancha, pero, cada vez que intentó pases al vacío o acelerar el ritmo, se equivocó. Como producto del querer, buscar y no poder, fue más punzante el único contragolpe de los Emiratos. En los últimos cinco minutos, Colombia se desconcentró, especialmente, en la línea defensiva y estuvo a punto de irse al descanso con un gol en contra. Un cobro de costado desde unos 35 metros fue cabeceado libremente por el delantero rival e Higuita tuvo que rechazar. Inmediatamente después, Andrés Escobar equivocó una devolución y lo salvó la salida rápida de Higuita y la falta de definición del delantero contrario. Para la perspectiva de Emiratos, el partido salía a pedir de boca.
Para el segundo tiempo Colombia tenía la obligación de liquidar el partido jugando bien o mal, bonito o feo. Esa disposición se vio cuando los marcadores se fueron al ataque y Leonel se la pasa a Barrabás, quien la devuelve de primera al vacío y evita el fuera de lugar. Leonel entra al área, va al fondo, levanta la cabeza y mide el centro atrás. Redín entra y cabecea al primer palo, midiendo al ángulo más difícil para la reacción del arquero. Gol: 1 a 0.
Por primera, y única vez durante el Mundial, Colombia estuvo arriba en el marcador. En esos momentos mostró algo más de su estilo y de su fútbol. Los volantes se juntaron, la salida se hizo más clara y se lograron combinaciones de más de quince pases seguidos. Cuando atacó, adquirió mayor peligrosidad porque las combinaciones fueron hacia adelante y de primera intención. Higuita sacaba largo para aprovechar que Emiratos ya había adelantado sus líneas. Los rebotes se ganaban en cualquier lugar de la cancha. Las pocas veces que resultaron los pases al vacío, los atacantes colombianos fueron ‘fauleados’ cerca del área. Sin embargo, los cobros resultaron improductivos. No obstante, se perdieron muchos balones. Redín y Rincón se equivocaron seguido en tres cuartos de cancha. Colombia fue un equipo intermitente e incapaz de demoler definitivamente a un rival débil. Hubo desconcentraciones y baches que armaron a Emiratos y que, a pesar de sus limitaciones, le permitieron arrimarse con peligro, con balones ‘globeados’ al centro de la defensa. En una de esas salvó René, en otras tuvo que salir del área a rechazar o a jugar casi hasta la mitad del campo.
Sobre los 30 minutos del complemento, entró Estrada, y en los últimos quince Colombia empezó a sostener el resultado. Sin retrasar las líneas, lateralizó el balón y usó el achique para dejar a los delanteros de Emiratos en fuera de lugar. La tensión se apoderó de los jugadores criollos. No arriesgaban mucho y cuidaban el balón. El partido no era complicado, pero del enredo y la intermitencia cualquier cosa se podía esperar. Colombia no había matado a su rival y desperdiciaba balones arriba, especialmente en los pies de Estrada, Redín y Rincón. Por momentos se rifó el balón.
Sobre el minuto 41, hubo un tiro de esquina en contra, el rechazo defensivo lo recibió Estrada, quien antes había perdido tontamente dos o tres balones. Hizo un pase magistral al vacío para el contragolpe mortífero. Picó Valderrama, encaró cuando llegaba Estrada por derecha, sacó a un defensor y disparó