Cierro los ojos y me pierdo en el interior de su cuerpo, aunque es por mi alma donde navego hasta que deseo abandonar su piel.
Tras el destello, Caleb se encuentra a mi derecha rodeado de ese extraño brillo blanco.
—No me dejes, amigo —susurra. Echa un vistazo discreto hacia la ventana de mi habitación, tan oscura como todo lo que siento en este instante.
Entra en casa. Le sigo de cerca. Su madre grita al verle y le abraza con fuerza. Les dejo abajo. Subo hacia su habitación. Me siento en su cama, desde donde se ve mi habitación. La ventana está abierta. Adivino que mi muerte ha dejado cierto tufo a cadáver. Mi cama sigue revuelta. También veo mi ropa ocupando todo de manera desordenada, mis banderines de los Vikings, mi balón firmado por Kirk Cousins, mi ordenador apagado, mi vida…
Observar desde fuera mi lugar favorito del mundo es como volver a estar en la piel de otro. Mis cosas están ahí, pero yo no. Siguen como siempre han estado, pero sin mí. Es una demencial alienación sin sentido. Ver tu vida en los objetos, en tu ropa, en las paredes de tu habitación… Soy el espectador de mi yo, que ya no volverá a dormir en esa cama, pensar en chicas bajo las sábanas o pasar el fin de semana con maratones de series online. No más estúpidos bailes con una raqueta como guitarra. Se acabaron las horas de estudio en el mismo escritorio que estudió papá con mi edad. Adiós a las largas tardes tirado sobre la moqueta.
Hasta siempre, Connor Payton.
Puedo oír el llanto de Caleb desde aquí. Su madre también trata de esconder en un abrazo la tristeza por la muerte del joven vecino. Así les imagino, abrazados, rogando porque a Caleb no le ocurra nada parecido. Solo se tienen ellos en esta vida. Yo tenía una familia, pero Caleb… No tuvo suficiente con perder a su padre en aquel accidente de coche, además me perdió a mí unos años después. Y aquí estoy, lamentando mi fallecimiento, sufriendo por mi marcha de este mundo, sin aproximarme siquiera a lo que mi amigo tuvo que padecer. Tengo que dejar de llorar, las lágrimas no van a servir de nada. Debo reconocer lo que ha ocurrido, porque estoy muerto y es hora de aceptarlo. Como también debo asumir que nadie más es culpable de mi muerte. Puede que en la fiesta alguien interviniera en mi destino, pero soy yo, el estúpido de Connor Payton, quien se ha colocado en la situación para que todo esto ocurra. Son mis acciones, las decisiones que he tomado y mi comportamiento las causas que me han llevado a observar como fantasma mi propia habitación desde la de Caleb. Lo que no resta importancia a saber qué me ha matado. Necesito saberlo. No pienso marcharme, si es que existe algo parecido a la otra vida, sin saber en qué momento firmé mi sentencia mortal.
Caleb sube cuando la noche ya ha caído sobre mi primer día como espectro. Mi casa sigue vacía. No he dejado de observar por la ventana en todo momento.
—¿Connor? Espero que sigas aquí —dice, con los ojos irritados.
Dejo de vigilar mi antigua vida para volver a entrar en Caleb. Comienzo el ritual como lo hice en casa de Beth. Antes de hacer el gilipollas por la habitación, me detengo en un detalle que quizás sea clave para estas dichosas posesiones. Es lo último que dije en ambas ocasiones. Puede que funcione.
—Caleb —pronuncio frente a él.
Una extraño poder me arrastra hacia su cuerpo a una velocidad demencial. Me siento absorbido, empujado, mientras una luz me ciega. Al abrir los ojos, ya no es mi mirada la que me devuelve la imagen en el cristal de la ventana.
—¿Connor? —vuelve a preguntar, aunque esta vez solo le oigo yo.
—Sí, Caleb, he vuelto. Ya sé cómo hacerlo.
—¿Y?
—Es tu nombre —le explico—. Necesito decir tu nombre para entrar en tu cuerpo.
—Eso quiere decir que si no conoces el nombre de alguien no podrías poseerle.
—Supongo…
—¿Has pensado en cómo vamos a dormir? —quiere saber.
—Pues, como cualquier persona. En realidad, estoy cansado, aunque puede que solo sea tu cuerpo.
—Descansemos, Connor.
—Sí, será lo mejor.
Sigo las directrices de Caleb antes de meternos en la cama, lo que sigue pareciéndome extraño. Ya no hay pudor a la hora de ir al baño, al menos por mi parte. Tampoco Caleb se queja cuando me desnudo para darme una ducha. Aún me sorprende lo que mi amigo escondía en su zona baja, aunque no despierta envidia o vergüenza alguna. Durante la ducha charlamos sobre lo que ha ocurrido en las series de anime que veíamos juntos desde que las dejé por el fútbol. Caleb disfruta hablando sobre nuestras antiguas aficiones. Yo me dejo llevar por la añoranza de unos años divertidos y consigo evadirme de la fría realidad.
Mientras lavo sus dientes, Caleb continúa la clase sobre Ataque a los Titanes y Dragon Ball Super. Emito mi opinión sobre el hecho de que Son Goku tenga ahora el pelo de color azul o rosa cuando manifiesta su poder. Discutimos. Me doy una bofetada en la cara para que Caleb lo sienta. Reímos. De repente, su brazo izquierdo se eleva y responde en la otra mejilla. Escupo la pasta de dientes sobre el espejo.
—¿Has sido tú? —le pregunto a su rostro en el espejo.
—Creo que sí.
—Intenta hacerlo otra vez —le pido.
No ocurre nada.
—Vamos, Caleb.
—Lo intento…
Entonces, su mano se enfrenta al espejo y me hace una peineta sin que yo intervenga en la acción.
—¡Genial! —grita.
—Vaya… No sé si es genial o no. Espera. —Me apoyo sobre el lavabo para concentrarme en evitar sus gestos—. Vuelve a intentarlo.
Nada.
—Con más garra, vamos —le insto.
—No puedo, Connor. Es como si alguien me sujetara el brazo.
—Ahora sí es genial —comento.
—¿Por qué?
—Porque si tengo que entrar en alguien para averiguar algo, no me gustaría que lograra doblegar mis actos —le explico.
—Tiene sentido.
Nos dejamos caer en la cama con el ordenador portátil.
—¿Estás seguro de querer verlo? —pregunta Caleb.
—No, pero me gustaría saber qué opina la gente sobre mí después de mi muerte.
Accedo a la cuenta de Instagram de Caleb. Nuestros compañeros de clases continúan con sus condolencias online. Parece una maldita competición por ver quién siente más la muerte de Payton. Incluso llevan a cabo un challenge, algo así como publicar la mejor fotografía que tengan conmigo. Jessica ha subido unas cincuenta. Hay publicaciones de gente que no conozco en las que se muestran llorando mientras forman un ocho con los dedos, mi número en el equipo.
—Ver para creer…
—Ya sabes que las redes son un escaparate al mundo —comenta Caleb.
Alan ha publicado una fotografía de espaldas con mi camiseta de los Timberwolves. Es lo único que tiene sentido de este circo, aunque el odio hacia él no ha desparecido. Una chica muestra en vídeo el altar improvisado que han montado con flores, velas y postales en la puerta del instituto. Hay uno igual en el campo de fútbol. Llantos, brindis en directo, imágenes de partidos en las que anoto un touchdown… No solo