El regreso del circo. Alfredo Gaete Briseño. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: Alfredo Gaete Briseño
Издательство: Bookwire
Серия:
Жанр произведения: Книги для детей: прочее
Год издания: 0
isbn: 9789566039631
Скачать книгу
fijaste que la Delia estaba muy interesada en el primo? Al mayor, me refiero.

      ―A Juan.

      ―Sí, a Juan.

      ―Veo que te has puesto muy sensible a los sentimientos amorosos de los demás… Pero si es así, mejor todavía, aunque habrá que ver si a él también le gusta ella… Y tú, ¿qué harás con la Cami?

      ―No lo sé, estoy confundido, ya sabes, me gustan las dos… ―Aprovechando el silencio que se produjo, Horacio continuó dando vueltas al desbarajuste que tenía en su mente.

      Miguel dio otra chupada a su cigarrillo y de nuevo dejó escapar el humo con lentitud por la nariz, contento de por fin hacerlo con fluidez.

      ―Nos juntaremos al frente de la casa de la vieja Ester después de almuerzo, un cuarto para las tres. Entonces iremos a buscar a las gemelas. Así que mejor nos vamos para alcanzar a almorzar. ¡Vivan las vacaciones!

      Horacio rio. Le producía gracia que, a la casa, ahora vacía, le siguieran llamando con el nombre de la vieja. Sopló el mechón liso de pelo rubio que le caía sobre la frente, en un vano intento por despejar la mirada del ojo derecho.

      ―Sí, este verano lo pasaremos de miedo. Seguro que las gemelas tendrán un montón de cosas curiosas escondidas…

      Miguel se puso de pie.

      ―Como la magia.

      Horacio pisó la colilla de su cigarrillo.

      ―Sí, y el anillo… A todo esto, la Cami y la Delia, ¿saben dónde nos juntaremos?

      ―Sí, yo les dije.

      ―Dime una cosa, Migue, ¿tienes por ahí tu slam book? Podrías llevarlo y pasárselo a la Sofía, y claro, también a la Alicia.

      ―Sí, porque con la Cami no te sirvió de mucho. Cuando respondió las preguntas, puso puras tonteras, nada que la comprometiera, nada que te sirviera, nada de nada.

      ―Con el mío hizo lo mismo, y también, incluso, con el de ella misma, así que hace tiempo me olvidé de eso, pero con las gemelas podría ser otra cosa, ¿no te parece…? ¿Por qué no lo llevas?

      ―No sé, quizás, pero no hoy.

      ―¿Por qué?

      ―Si quieres llévalo tú, pero yo, por lo menos, hoy no… ―Dio algunos pasos con la intención de bajar de la guarida―. ¿Qué te pasa?

      Horacio se había quedado clavado en el mismo lugar.

      ―No sé, de repente se vino a mi cabeza mi papá… No lo he acompañado casi nada durante estos últimos días… Y es tan buena gente que no reclama nada.

      ―Pero siempre lo acompañas harto: juegan a los naipes, ven monos animados en la tele…

      ―Sí, pero ahora último no, y eso me hace sentir mal… No sé si tal vez esta tarde debiera quedarme en la casa.

      ―Pero ya quedamos.

      ―No sé, si no aparezco, perdóname.

      ―Está bien, pero igual trata de ir, aunque tranquilo, si no puedes te entenderé... Todos lo haremos.

      Bajaron. Horacio se retiró a su casa y Miguel entró en la suya. Se lavó con esmero los dientes para que no pillaran que había fumado, y fue a su habitación a esperar que lo llamaran para almorzar.

      Del clóset sacó un cuaderno cuyas tapas estaban cubiertas en gran parte con diversas calcomanías de autos, motos y otras figuras; también había pegado algunas láminas con jugadores de fútbol provenientes de su último álbum. Se tiró sobre la cama y comenzó a hojearlo.

      En la primera página leyó los nombres de algunas amistades que habían escrito en el interior, ordenados uno bajo el otro, cada uno a continuación de un número, para más adelante diferenciar a los autores de las distintas respuestas.

      Después, cada página contenía en la parte superior una pregunta y el resto de la plana estaba en blanco para que sus amigos respondieran agregando su número.

      Las preguntas estaban hechas de modo que se pudieran contestar con respuestas cortas, como: "¿Cuál es tu cantante o banda preferida?”, "¿A dónde fuiste en las últimas vacaciones?”.

      Al avanzar volteando páginas, las preguntas se ponían conflictivas, por lo tanto, más difíciles de responder y al mismo tiempo más entretenidas, del tipo: “¿Quién te gusta?”. “¿Quién te cae mal?”.

      El primer nombre que aparecía en la página uno, era el suyo. También en las demás, bajo cada pregunta, para dar luces a los otros de cómo responder.

      Al comienzo de la primera plana había una corta explicación de qué debía hacer la persona que quisiera participar, porque un slam book debía circular entre las amistades y por tanto su dueño no siempre estaría presente para explicar.

      La justificación del juego obedecía a algún día poder mirar hacia atrás en los viejos slam books, como si fueran cápsulas del tiempo que capturaban el ambiente de una época determinada; sin embargo, en la inmediatez permitían averiguar datos personales difíciles de conseguir en forma directa.

      Pensó que la idea de Horacio no era mala, pero el cuaderno le incomodaría y también a cualquiera que se lo pasara, de modo que lo regresó al clóset.

      ―Ahí te quedarás, por el momento. ―Con una sonrisa marcada en sus labios, bajó a ver si el almuerzo estaba listo.

      Por su parte, luego de separarse de Delia, Camila reconoció en su interior que el panorama en bicicleta se veía entretenido, pero le costaba luchar para superar los celos que se la comían sin piedad. Recordó haber descubierto varias veces a Horacio poniendo sus ojos en Alicia, lo que una vez más le produjo rabia. También esa sonrisa insoportable que mantenía en su boca, lo que al mismo tiempo le fascinaba como si fuera una gallina hipnotizada. Suspiró. Tendría que pelear por lo que le correspondía, o sea, Horacio, aunque no sabía cómo. Se percibía atrapada por las circunstancias. Lamentó que él nunca se hubiera atrevido a pedirle pololeo. “¿Y si yo se lo pidiera?”. De inmediato su mente también reprodujo la voz de su mamá advirtiéndole cómo debía comportarse una señorita: “Solo las sueltas hacen ese tipo de cosas. Debes saber mantener la compostura, aunque te duela; por eso las mujeres debemos aprovechar que somos más inteligentes…”. Otra idea entró en su cabeza: “¿Sentirá por mí lo que yo creo que siente?”. La percibió como un golpe bajo. Pensó en el slam book de ella, nunca le había pedido que escribiera en él; de inmediato recordó que lo había hecho en el de ellos y había puesto puras tonteras, no se arriesgaría a que se vengara haciendo lo mismo.

      Capítulo 4

      Arriba de las bicis

      Las ruedas, luego de derrapar unos centímetros debido a las frenadas sobre el polvo, dejaron de rodar.

      Frente a los cuatro estaban las gemelas y Juan, también montados en sus bicicletas, dispuestos a emprender una aventura. Los acompañaba otro muchacho, Delia calculó que debía tener once o doce años, de modo que no le prestó mayor atención. Camila, en cambio, fue más empática.

      ―Hola.

      Sofía se adelantó.

      ―Él es Marco, el hermano chico de Juan.

      El niño puso cara hosca, claramente esa manera de ser presentado no le gustaba. Camila lo notó e hizo un esfuerzo para no reír.

      Sofía lo indicó con el dedo, lo que tampoco le agradó.

      ―¿Les importa si nos acompaña?

      Miguel lo miró intentando que no se notara su reticencia.

      ―Supongo, ¿tiene permiso para acompañarnos?

      ―Sí, y anda muy bien en bici. De hecho, hace un número equilibrándose sobre un monociclo.

      Camila