La chica que se llevaron (versión española). Charlie Donlea. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: Charlie Donlea
Издательство: Bookwire
Серия:
Жанр произведения: Языкознание
Год издания: 0
isbn: 9788418711046
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Capítulo 60

       Capítulo 61

       Capítulo 62

       Capítulo 63

       Capítulo 64

       Capítulo 65

       Agradecimientos

       Si te ha gustado esta novela...

       Charlie Donlea

       Sinopsis

       Motus

      Amazing grace how sweet the sound

       That saved a wretch like me

      I once was lost but now I’m found

      Was blind but now I see.

      Amazing Grace

      Sublime gracia, cuán dulce el sonido

      Que salvó a una desdichada como yo

      Estuve perdida, pero ahora me he encontrado

      Estuve ciega, pero ahora veo.

      Himno Amazing Grace / Sublime Gracia

      de John Newton, 1779

      Emerson Bay,

      Carolina del Norte

      20 de agosto de 2016

      23:22 horas

      LA OSCURIDAD SIEMPRE FUE PARTE de su vida.

      La buscaba y coqueteaba con ella. Le resultaba pintoresca y encantadora, algo que a la mayoría le parecía incomprensible. Últimamente se había convencido, con algo de morbosidad, de las bondades de su compañía, de que prefería la oscuridad de la muerte a la luz de la existencia. Hasta esa noche, cuando se encontró de pie frente a un precipicio mortal y vacío como nunca había conocido, ante una noche sin estrellas. Cuando Nicole Cutty se vio ante ese abismo entre la vida y la muerte, eligió la vida. Y empezó a correr como si la persiguiera el demonio.

      Sin linterna, cegada por la noche, atravesó la entrada principal. Él estaba a un brazo de distancia detrás de ella, lo que hizo que la adrenalina la inundara; corrió unos pasos en la dirección equivocada hasta que su vista se adaptó al brillo empañado de la luna. Divisó su automóvil, se orientó y corrió hacia él; buscó a tientas la manivela y abrió la puerta con desesperación. Las llaves estaban puestas; Nicole puso en marcha el motor, movió la palanca de cambios y pisó el acelerador. La excesiva inyección de gasolina en el motor estuvo a punto de hacerla chocar contra el lateral del vehículo que tenía delante. Las luces dieron vida a la noche cerrada y por el rabillo del ojo vio brillar el color de la camisa de él cuando apareció por delante del capó del coche aparcado. No tuvo tiempo de reaccionar. Sintió el impacto sordo y el violento vaivén de la suspensión: las ruedas acusaron el accidentado paso por encima de su cuerpo antes de recuperar la tracción sobre el camino de grava. De manera instintiva, pisó el acelerador a fondo y giró bruscamente en U, para huir luego a toda velocidad por el estrecho camino, dejando todo tras de sí.

      Nicole giró el volante y derrapó al incorporarse a la carretera principal, agitándose en el asiento hasta que el coche se hubo estabilizado; el cuentakilómetros marcaba por encima de los ciento veinte kilómetros por hora, pero no le prestó atención. Dobló el brazo del que él la había sujetado; ya se le estaba formando un moratón. Sus ojos pasaban del parabrisas al espejo retrovisor. Transcurrieron más de tres kilómetros antes de que levantara el pie del acelerador y el motor se calmara. Estar a salvo no la aliviaba. Habían sucedido demasiadas cosas como para creer que el hecho de haber escapado pudiera hacer desaparecer los problemas de esa noche. Necesitaba ayuda.

      Al tomar la carretera que llevaba de nuevo hacia la playa, Nicole repasó mentalmente las personas a las que no podía pedir ayuda. Su mente funcionaba así, en negativo. Antes de decidir quién podría ayudarla, descartó a aquellos que no la comprenderían. Sus padres estaban en primer lugar. La policía, inmediatamente después. Sus amigas eran una posibilidad, pero eran débiles e histéricas y Nicole sabía que entrarían en pánico antes de que les explicara siquiera una pequeña parte de lo que había sucedido. Su mente dio vueltas y vueltas, pasando por stop la única posibilidad real hasta que hubo descartado todas las demás.

      Nicole se detuvo en la señal de alto y retomó la marcha mientras buscaba su teléfono. Necesitaba a su hermana. Livia era mayor y más sabia. Racional de un modo en que Nicole no lo era. Si dejaba de lado la última parte de sus vidas y pasaba por alto la distancia entre ellas, sabía que a Livia podía confiarle su vida. Y aunque no estuviera segura de ello, no encontraba otras opciones.

      Se llevó el teléfono a la oreja y lo escuchó sonar, con lágrimas cayéndole por las mejillas. Era casi medianoche. Estaba a una manzana de la fiesta en la playa.

      —Responde, responde, responde. ¡Por favor, Livia!——

      Dos semanas más tarde

      Bosque de Emerson Bay

      3 de septiembre de 2016

      23:54 horas

      SE QUITÓ EL SACO DE la cabeza y respiró a bocanadas. Le llevó unos minutos a su vista adaptarse y que dejaran de bailarle siluetas amorfas delante de los ojos, que se disipara la oscuridad. Escuchó, buscando la presencia de él, pero solo oyó el repiqueteo de la lluvia fuera. Dejó caer el saco al suelo y caminó de puntillas hasta la puerta de la cabaña. Sorprendida al ver que estaba entreabierta, acercó el rostro a la rendija que se abría entre la puerta y el marco, y observó el bosque oscuro castigado por la lluvia. Imaginó la lente de una cámara en su pupila mientras ojeaba por la estrecha abertura: el foco achicándose y retrocediendo lentamente para captar primero la puerta, luego la cabaña, después los árboles, hasta conseguir captar una panorámica del bosque entero. Se sintió pequeña y débil por esa imagen mental de sí misma, sola en una cabaña perdida en medio del bosque.

      Se preguntó si a se trataba de una prueba. Si se atrevía a salir por la puerta y adentrarse en el bosque, existía la posibilidad de que él la estuviera esperando. Pero si la puerta abierta y el hecho de haber podido liberarse momentáneamente del grillete fueran fruto de un descuido, el primero que él había cometido en dos semanas, se trataría de una oportunidad única para ella. La primera vez en la que no se encontraba encadenada a la pared del sótano.

      Maniatada y con las manos temblorosas, empujó la puerta y la abrió. Las bisagras chirriaron en la noche antes de que su quejido se amortiguara bajo el incesante sonido de la lluvia. Aguardó un instante, inmovilizada por el miedo. Cerró los ojos con fuerza y se obligó a pensar, tratando de sobreponerse al sopor de los sedantes. Las horas de oscuridad del sótano le atravesaron la mente como un relámpago en una tormenta. También la promesa que se había hecho de que, si surgía la oportunidad de escapar, la aprovecharía. Había decidido días atrás que prefería morir luchando por su libertad antes que entregarse como oveja al matadero.

      Salió con paso vacilante de la cabaña y se encontró bajo una lluvia espesa y pesada que le resbalaba a chorros fríos por la cara. Se tomó un momento para bañarse en ella, para dejar que el agua le lavara la niebla de la mente. Luego, echó a correr.

      El bosque estaba oscuro y la lluvia caía como una catarata. Con las manos atadas con cinta adhesiva, trató de desviar las ramas que le azotaban el rostro. Tropezó con un tronco y cayó sobre hojas resbaladizas; se obligó a incorporarse de nuevo. Había contado los días y creía haber desaparecido hacía doce. Tal vez trece. Aislada en un sótano donde su secuestrador la mantenía encerrada y la alimentaba, podía haberse olvidado de algún día en los que el cansancio le hundía en un largo sopor. La había trasladado al bosque esa misma noche. El miedo se había apoderado de ella cuando rebotando en el maletero del coche, presa de náuseas, imaginó que se acercaba el fin. Pero ahora tenía por delante la libertad; en algún lugar más allá del bosque, de la lluvia y de la noche, podía encontrar