CAPÍTULO 3
ERAN CERCA DE LAS CUATRO de la tarde cuando Livia terminó la autopsia. Las rondas en la jaula habían empezado hacía una hora. Estaba retrasada y mal preparada, y había visto las consecuencias de presentarse así en la jaula. Una ausencia injustificada estaba mejor vista que un mal desempeño, por lo que, en lugar de ir a las rondas, Livia dejó las muestras para análisis en los laboratorios de patología dental y dermatológica, luego recogió las radiografías que había solicitado y subió. Se escurrió junto a la jaula, donde las luces habían sido atenuadas para la presentación que Jen Tilly estaba llevando a cabo. El doctor Colt y los otros médicos presentes estaban de espaldas a la entrada, con la atención fija en la pantalla, lo que le permitió a Livia huir sigilosamente. Subió por las escaleras al segundo piso, donde estaba el laboratorio de patología neurológica y encontró a Maggie Larson detrás de su escritorio, ocupada con el papeleo.
La doctora Larson estaba a cargo de todo lo relacionado con el cerebro. Tenía un solo becario asignado, que seguramente se encontraba en la jaula escuchando a Jen Tilly.
—¿Doctora Larson? —dijo Livia desde la puerta.
—Livia —respondió la doctora, entornando los ojos—. ¿No tienes rondas esta tarde?
—Se están desarrollando ahora, pero me asignaron un caso y necesito ayuda antes de presentarme en el matadero allí abajo.
La doctora Larson irguió el mentón al notar el contenedor transportable que Livia llevaba colgando al costado del cuerpo como un balde de agua.
—¿Qué tienes allí?
La mujer tenía un sexto sentido en lo relativo a tejido cerebral. Livia y los otros becarios sabían que no se podía conversar con la doctora Larson si había tejido cerebral sin analizar en los alrededores. Era como tratar de hablar con un perro sosteniendo un bizcocho con forma de hueso en la mano.
—Tengo dudas con respecto a algo que descubrí durante la autopsia y quería pedirle su opinión.
La doctora Larson se puso de pie y señaló la mesa de examen. Era una mujer de baja estatura, cuyo cabello hacía tiempo que había comenzado a encanecer en las raíces y ahora se veía marmolado, con mechones oscuros que no se daban por vencidos todavía. Margaret Larson ostentaba un doctorado PhD además de su título médico, lo que le decía a Livia que había pasado años inmersa en papeleo y laboratorios. Livia colocó el contenedor sobre la mesa mientras la doctora encendía la luz superior.
—Veamos qué hay aquí.
Colocándose guantes de látex, ambas rodearon la mesa; la doctora Larson se subió a una butaca para lograr más altura desde la cual examinar la muestra.
—Los investigadores trajeron un supuesto flotante hallado por unos pescadores esta mañana. El examen externo me dice que el cuerpo no estaba flotando. —Livia extrajo el cerebro, del que chorreaba la solución de formol con su olor punzante, y lo colocó sobre la mesa—. Al examinar el cráneo, me encontré con esto. —Livia le alcanzó las fotografías de los orificios en el cráneo.
Sin vacilar, la doctora Larson las alineó junto al cerebro e introdujo el dedo meñique, protegido por el guante, dentro de uno de los orificios en el tejido cerebral.
—Pensé que podrían ser perdigones de una escopeta, pero no encontré cuerpos extraños.
En silencio, la doctora Larson tomó su escalpelo, que se asemejaba mucho a un cuchillo largo y dentado para cortar pan, y comenzó a cortar el cerebro en secciones sagitales de dos centímetros de espesor. Lo seccionó de punta a punta, como un chef experto en un programa televisivo de cocina. Livia observó cómo caían las rebanadas hacia el costado, fofas, mojadas y vetustas.
La doctora Larson inspeccionó cada una de las secciones.
—No hay restos de perdigones. Y el patrón no se corresponde con un disparo de escopeta. Se vería más desorden y el ángulo de los perdigones vendría desde una misma dirección. —Señaló la fotografía de la autopsia—. ¿Ves esto? Este grupo de orificios está situado en la zona temporal por encima de la oreja. Este otro grupo está ubicado en una zona más posterior. Los perdigones de una escopeta solo pueden entrar en línea recta, no pueden trazar una curva.
La doctora miró a Livia para asegurarse de que comprendía. Livia asintió.
—¿Placas radiográficas? —solicitó la doctora Larson. Livia extrajo las radiografías de un sobre y la doctora las levantó hacia la luz—. No hay cuerpos extraños en el cerebro, así que abandonemos la teoría de la escopeta. ¿Qué más tienes?
—Mi otra teoría apuntaba a una infección —respondió Livia, sabiendo que estaba errada, pero buscando confirmación con la doctora Larson, sabiendo que ella lo esperaría.
—No hay pérdida ósea periférica ni colateral —confirmó, examinando las radiografías—. ¿Qué más?
—¿Un problema congénito? —arriesgó Livia.
La doctora Larson negó con la cabeza.
—No tengo más teorías.
—Me parece munición escasa para presentarte en la jaula.
—Concuerdo —dijo Livia—. ¿Tiene alguna sugerencia?
—Con este material, no. Voy a tener que examinar el cráneo con mis propias manos. Pero una cosa te puedo decir: no murió recientemente. El cerebro está blando y la descomposición no se debe solamente al contacto con el agua.
—La dermis estaba erosionada en un noventa por ciento —dijo Livia—. ¿Cuánto tiempo piensa que pudo haber pasado?
—¿Masa muscular?
—Completa, sin demasiada erosión. Con presencia de ligamentos y cartílagos en todas partes.
La doctora Larson levantó una de las secciones sagitales del cerebro y la colocó plana sobre la superficie de su palma enguantada.
—Diría que un año. Tal vez más.
Livia ladeó la cabeza.
—¿En serio? ¿El cuerpo puede durar tanto debajo del agua?
—¿En las condiciones en que describes? De ninguna manera.
La doctora Larson aguardó a que Livia procesara la idea. Por fin, Livia levantó los ojos y la miró.
—Alguien lo sumergió tiempo después de que murió.
—Es posible. ¿Estaba vestido?
—Vaqueros y sudadera. Los guardé como pruebas.
—Muy bien. Iré a examinar el cráneo, para ver qué puedo descubrir. Sería una buena idea contárselo al doctor Colt.
Livia asintió.
—Bajo ahora mismo y se lo informo.
Veinte minutos más tarde, cuando Livia entró en la sala de autopsias con el doctor Colt, la doctora Larson ya tenía el cadáver fuera de la cámara frigorífica y estaba revisando los orificios del cráneo.
—Maggie —saludó el doctor Colt—. Entiendo que tenemos un caso complicado.
—Intrigante, por cierto —concordó Maggie Larson desde detrás del barbijo, inclinada por encima del cuerpo. Llevaba puestas lupas que magnificaban el área del cráneo en la que estaba interesada. El doctor Colt se colocó guantes de látex, un barbijo y fue directamente a la pierna quebrada.
—Esta