Estaba segura de que su hermano no tardaría en darse cuenta de que ella tenía razón. Era necesario, casi urgente, encontrar un pediatra que atendiera a Anthony y le hiciera las oportunas revisiones. Pensó entonces en las vacunas que iba a necesitar. Courtney ni siquiera se había molestado en comentarles nada al respecto.
Había tratado de convencer a Max para que localizara a su exnovia y le hiciera todas las preguntas que tenían. Pero no había tardado en darse cuenta de que con su hermano, era mejor no insistir tanto y debía tratar de convencerlo usando alguna otra táctica. Pero le resultaba complicado cambiar a esas alturas de su vida.
Los dos eran adultos y debía recordar que no podía tratarlo como si fuera su madre ni atosigarlo ni darle órdenes.
Max parecía harto de tener que contarle cada detalle de su vida. Esperaba que fuera así porque ya había madurado, no porque siguiera siendo el mismo niño testarudo que siempre había sido. Por eso, cuando le sugirió que buscara a su exnovia, Max había decidido hacer exactamente lo contrario, asegurándole que no la necesitaba para cuidar de su hijo.
Pero ella tenía sus dudas. Por eso había salido de casa sin que la viera para llevarlo a la clínica aprovechando que Max estaba buscando trabajo. Sabía que a su hermano le habría molestado saber que estaba ocupándose del niño como si fuera su hijo y que, una vez más y tal y como él se encargaba de recordarle continuamente, estaba interfiriendo en su vida.
Y no le sorprendía que se comportara así con ella. Se había mostrado rebelde y había evitado seguir sus consejos desde la adolescencia. Pero esa nueva situación era distinta y mucho más importante. Creía que incluso Max podía darse cuenta de ello. Al menos, eso era lo que esperaba.
Pensaba que su hermano debía olvidar el pasado y restablecer sus prioridades. La salud y el bienestar del pequeño Anthony debían estar por encima de cualquier otra consideración.
Buscó las llaves en el bolso al llegar a la puerta y la abrió.
—¿Tienes hambre? ¿Te apetece un biberón? —le preguntó a Anthony mientras dejaba la bolsa de pañales en el vestíbulo.
El bebé había estado comiendo cada tres o cuatro horas y se imaginó que no tardaría en tener apetito de nuevo.
Cuando llegó al salón, extendió la toquilla azul en el suelo enmoquetado y lo colocó con cuidado encima.
—Ahora mismo vuelvo, precioso.
Anthony empezó a protestar y ella corrió a la cocina para prepararle rápidamente un biberón con agua mineral y leche en polvo.
Habría deseado tener más experiencia con bebés. Había trabajado como canguro en algunas ocasiones durante sus años en el instituto, pero apenas sabía qué hacer con niños tan pequeños como Anthony.
Los dos primeros días habían sido especialmente duros. Max y ella habían ido aprendiendo sobre la marcha, cometiendo muchos errores mientras trataban de entender cómo cuidar al pequeño. Pero ya empezaban a estar más cómodos con la situación. De hecho, a ella le encantaba tener un bebé en casa y le había hecho pensar en cómo sería tener algún día su propia familia.
Volvió al salón con el biberón ya preparado, tomó al niño en brazos y se sentó en la mecedora que tenía junto a la ventana. Sonrió al ver el ansia con el que Anthony comenzaba a chupar y tragar la leche, como si estuviera muerto de hambre.
Se dio cuenta entonces de que tenía muy buen apetito y se imaginó que era una prueba más de que gozaba de buena salud. Aun así, tenía la intención de volver a llevarlo a la clínica en cuanto tuviera ocasión. Esperaba que los del taller mecánico la llamaran pronto para ir a recoger su coche, así no perdería tanto tiempo en los trayectos hasta el hospital.
Había sido un alivio ver que su hermano aún no había regresado y, aunque no había conseguido que un pediatra examinara en condiciones a Anthony, al menos el médico del aparcamiento la había tranquilizado un poco.
Cada vez que pensaba en ello, se sentía más avergonzada. No podía creerlo. Había tenido la desfachatez de acercarse a ese hombre y pedirle que examinara al bebé. Había estado tan preocupada por el pequeño que no había pensado en lo extraña que podía resultarle a cualquiera su actitud.
Afortunadamente, el médico había sido muy amable con ella. No se le había pasado por alto lo apuesto que era. Tenía el pelo muy rubio y algo largo, como lo llevaban los surfistas californianos. Sus ojos la habían mirado con calidez y, durante medio segundo, tuvo la sensación de que ya se conocían y se quedó sin aliento. Sabía que no era posible, de otro modo, habría recordado a un hombre tan atractivo como él.
Era una pena que no se le hubiera ocurrido preguntarle cómo se llamaba, pero había estado demasiado preocupada para pensar en esos detalles.
De hecho, no le habría extrañado que el médico la hubiera tomado por una mujer completamente desequilibrada. Era una pena, le habría encantado que el atractivo cirujano ortopédico obtuviera una buena impresión de ella, pero ya no había remedio. Había sido muy amable al detenerse para contestar sus preguntas e incluso había tenido el detalle de acariciar la mejilla de Anthony.
Pero no había podido quedarse para seguir hablando con él, había tenido que correr para no perder el autobús que la llevara de vuelta a casa antes de que su hermano se diera cuenta de que había salido con el bebé.
Anthony terminó enseguida el biberón y ella lo colocó contra su hombro mientras le frotaba la espalda para que pudiera eructar. Estaba haciéndolo cuando escuchó que alguien abría la puerta.
—¿Qué tal te ha ido la búsqueda de empleo? —preguntó al ver a su hermano entrando en el salón.
Max suspiró antes de contestar.
—No ha habido suerte, me temo que vas a tener que aguantarnos durante algún tiempo más.
Le iba a costar seguir compartiendo su casa con su hermano, pero no sentía lo mismo por Anthony.
—No te preocupes por eso —repuso ella mientras contemplaba la carita del bebé—. Me encanta poder ayudar.
—Pero, ¿qué va a pasar si te llaman de otra empresa para ofrecerte trabajo como contable? Tienes que trabajar para poder pagar la hipoteca, no puedes seguir cuidando de Anthony mientras yo busco trabajo.
Sabía que su hermano tenía razón, pero tenía muy claro que Max no podría encontrar trabajo y cuidar del bebé al mismo tiempo sin su ayuda.
Le daba la impresión de que su hermano no estaba tan preocupado como ella. Tampoco parecía haberse parado a pensar en lo difícil que le iba a resultar pagar un alquiler y una guardería para el pequeño cuando empezara a trabajar.
—Por ahora, puedo seguir cuidando de él —le dijo ella—. Ya decidiremos qué hacer si se da el caso.
No era una situación ideal. Habría preferido no tener a su hermano en casa, pero no tenía otra opción. Max era toda la familia que le quedaba y siempre había sido su responsabilidad cuidar de su hermano pequeño.
Aunque cuando echaba la vista atrás, se daba cuenta de que lo había ayudado demasiado, permitiéndole que siguiera con un modo de vida que no lo había convertido en un adulto responsable e independiente, sino todo lo contrario. Cuanto más dinero le daba, más parecía necesitar.
Pero había leído un libro un par de años antes que había conseguido abrirle los ojos y hacerle ver que no estaba ayudándolo y que no podía seguir solucionando todos sus problemas. De ese modo, sólo estaba alargando una dependencia que no era buena para ninguno de los dos. Fue entonces cuando le dijo que no iba a seguir cuidando de él y que tendría que valerse por sí mismo. Después de todo, su hermano había sido entonces un joven de veinticuatro años y había empezado a salir con Courtney. Para Max, la situación más cómoda había sido irse a vivir con su novia. Consiguió además trabajo en una tienda de piensos en la que había estado durante