—Mm. Pides tantas cosas de Zondervan’s que cuando pediste esto… —le dijo, levantando el brazo y agitando la mano con el anillo—. ¡Salieron corriendo en tu ayuda!
—¿Y? —le dijo él, a la defensiva—. ¡Por lo menos no mando a mi secretaria para que corte con las chicas con las que salgo! No soy tan cerdo.
Ella soltó el aliento de golpe, como si tirara la toalla.
—No eres un cerdo —volvió a sentarse en la cama. Le miró de reojo durante unos segundos y se las arregló para seguir allí sentada, recolocándose la toalla para que le tapara las rodillas.
Drew pensó en decirle que ya era demasiado tarde para molestarse en esconder algo, porque ya lo había visto todo, y en alta definición.
—Sólo es esta situación —le dijo ella, haciéndole volver a tierra firme—. Me está volviendo un poquito… Muy loca.
Drew hubiera querido sentarse a su lado, pero el sentido común le advirtió que sería mejor no hacerlo. Además, como ya andaba un poco falto de cordura, lo mejor era estar alerta.
—Sólo serán unos días —le aseguró, hablándose a sí mismo, más que a ella—. Después volveremos a casa y las cosas volverán a la normalidad.
—Hasta que tengamos que planificar una boda y mudarnos a vivir juntos —dijo ella en voz baja—. ¿Y si la gente nos pregunta si ya tenemos fecha para la boda? ¿Qué se supone que vamos a decirles?
—Les diremos que todavía estamos pensándonos la fecha. Oye, les diremos que tenemos pensado irnos unos días a Las Vegas. No sé… Algo así. Ya se nos ocurrirá algo.
Ella le miró de reojo.
—No tienes fiebre ni nada parecido, ¿verdad? Quiero decir que estamos hablando de todo esto del matrimonio y la boda demasiado a la ligera.
—Qué lista.
Drew hizo un esfuerzo por recordar aquello que había pasado cuatro años intentando olvidar.
Deanna Gurney no sólo era una secretaria brillante, sino también una mujer espectacular. Y en Red Rock todos pensaban que era su mujer. Resultaba irónico pensar que ella estaba más fuera de su alcance que nunca, a cuenta del trato que habían hecho. Sin embargo, todavía recordaba muy bien cómo había sido besarla cuatro años atrás.
—Ya veremos qué hacemos —le dijo, intentando desterrar de su mente la imagen de ella desnuda.
Ella se estaba mirando las manos. Las tenía sobre su regazo.
—¿Lo prometes?
—Sí. Lo prometo —esbozó su mejor sonrisa pícara y ella se la devolvió—. Tómate el café. Se te va a enfriar. No sé qué le pone Isabella, pero está buenísimo.
Ella apretó los labios un momento.
—Muy bien.
—Yo iré a ver si encuentro algo que hacer durante la próxima media hora. ¿Es suficiente tiempo para que puedas terminar de vestirte?
Ella sonrió, pero la sonrisa no le llegó a los ojos.
—Sólo necesito cinco minutos.
Drew se sorprendió. Nunca había conocido a una mujer que pudiera vestirse tan rápidamente. Desvestirse, en cambio, era otra cosa.
La vista se le iba de vez en cuando hacia la base de su cuello. Nunca se había dado cuenta de lo sexy que era esa zona del cuerpo.
—¿Drew?
Él volvió a la realidad y agarró la puerta.
—Bueno, que sean quince minutos, entonces. Cuando me duche y me cambie, tendremos que irnos a la iglesia directamente, pero puedes picar algo en la cocina mientras yo me visto. Quedaban muchas cosas del desayuno, y sé que Isabella está deseando conocerte.
Deanna volvió a poner cara de preocupación.
—No te preocupes. Les vas a encantar —le aseguró y se marchó sin más dilación.
No quería hacer o decir algo de lo que pudiera arrepentirse en el futuro.
Cuando antes terminara la boda, antes estarían de vuelta en San Diego.
Vuelta a la normalidad, por fin.
—¡Bueno, aquí están los recién prometidos!
La calurosa bienvenida reverberó por todo el jardín situado entre el abarrotado aparcamiento y la iglesia. Mientras caminaban por el césped rumbo a la pintoresca capilla, Deanna sintió que Drew le apretaba la mano con más fuerza. Era un templo pintado de blanco, con una alta torre y rodeado por un jardín color verde esmeralda con flores rosas y rojas. Había guirnaldas verdes y blancas enroscadas alrededor de la barandilla de la pequeña escalera que llevaba a las dobles puertas de madera.
Por primera vez desde la debacle de la mañana, Deanna consiguió poner la mente en blanco y olvidar todo lo ocurrido durante unos instantes. Todo, o casi todo… El tacto de la mano de Drew alrededor de la suya propia le impedía borrar ciertas cosas de su memoria. Aun así, no obstante, aquella iglesia parecía sacada de una revista, o de un cuento de hadas.
—Es preciosa —exclamó.
—Qué pena que vaya a ser el escenario del peor error de mi padre.
—A juzgar por las miradas de felicidad que veo a mi alrededor, parece que hay muchos que no comparten tu opinión —señaló ella, manteniendo la voz baja—. Sólo prométeme que no te vas a levantar y a armar un escándalo cuando el sacerdote pregunte si hay alguien que tenga algo que objetar.
Habían ido solos al pueblo, en una de las camionetas del Orgullo de Molly, pero no parecía que hubieran llegado muy pronto. Ya casi no quedaban plazas vacías en el aparcamiento y había un montón de gente esperando fuera, frente a la iglesia.
—Ése es Nick —le dijo Drew, levantando la mano que tenía libre para saludar al hombre que les había dado tan efusiva bienvenida.
Teniendo en cuenta la descripción que él mismo le había dado de sus hermanos, Deanna no tuvo problema en identificarle. Nick era más o menos de la misma estatura, aunque quizá un poco más delgado. Tenía el mismo pelo castaño y los mismos ojos oscuros. Además, le acompañaba una preciosa pelirroja con un bebé en brazos.
—Y Darr debe de ser él que está a su lado.
—Sí.
El benjamín de los hermanos Fortune no era tan alto como Nick, pero era fuerte y musculoso. Llevaba una corbata de cuero, camisa blanca y traje negro, además de un sombrero vaquero.
Drew le había dicho que Darr era el más texano de los hermanos afincados en Red Rock y su aspecto no dejaba lugar a dudas.
—Señora —le dijo a Deanna a modo de saludo, tocándose el sombrero y mirándola de arriba abajo con una sonrisa de chico malo.
Deanna esbozó una sonrisa temblorosa. Lo que la familia de Drew pensara de ella tenía que traerle sin cuidado, pero no podía evitar sentir ese nudo en el estómago. Todos los ojos estaban puestos en ella. Drew se los presentó a todos y después le levantó la mano.
—Y ésta es Deanna Gurney.
—Tu prometida. Toda la familia se enteró a primera hora de la mañana —dijo Bethany, la pequeña rubia de ojos azules que iba de la mano de Darr.
—Menos mal que tuvimos tiempo para recuperarnos de la sorpresa —comentó Darr, guiñándole un ojo a Deanna.
Todo el mundo se rió a carcajadas.
—Oh, cómo eres —Bethany le dio un pequeño codazo. Se volvió hacia Deanna y la sorprendió dándole un efusivo abrazo—. Nos alegramos mucho por vosotros —retrocedió y la miró con ojos brillantes.
Bien podría haber