A pesar de ello, no había forma de escapar a lo inevitable. Y siempre le quedaba el truco de apretar el botón de su busca de forma disimulada.
Caminó por el pasillo hasta la sala de reuniones y entró. Pero, en lugar de encontrarla vacía, vio que había alguien más esperando. Una mujer alta y esbelta con cabello corto rubio y los ojos azules más hermosos a aquel lado del Mississippi.
—Buenos días, Kari —saludó él.
Ella levantó la vista de la lista que había estado haciendo, frunció el ceño sorprendida y sonrió.
—Gage, ¿qué estás haciendo aquí?
—Esperando a Daisy. Va a hacerme una entrevista sobre el asalto al banco —contestó él y, tras dudar un momento, tomó asiento.
Algunas decisiones eran más difíciles que otras, como aquélla. ¿Quería sentarse cerca de ella, para poder captar su suave perfume, o sentarse frente a ella, para poder admirar sus bellos ojos?, se preguntó Gage. Decidió disfrutar de la vista y eligió la silla del otro lado de la mesa.
—¿Y qué te trae a ti por el periódico?
—Daisy me llamó y me pidió entrevistarme sobre el atraco. Me pregunto por qué quería que viniéramos al mismo tiempo.
Gage observó a Kari, que parecía intentar no mirarlo. ¿Sería a causa de lo que había sucedido la noche anterior? ¿Por su beso? La pasión que se había encendido entre ellos le había impedido dormir por la noche. Estando cerca de Kari, la reacción de su cuerpo era muy diferente a la que mostraba ante Daisy.
Aquella mañana, Kari, llevaba un vestido veraniego que ensalzaba su esbelta figura. Gage observó su corto cabello, que le llegaba por las orejas.
—¿Qué? —preguntó ella y se tocó el pelo—. Ya lo sé, está corto.
—Te dije que me gustaba.
—No estaba segura de si mentías —admitió Kari con una sonrisa—. Siempre creí que eras de los que prefieren el pelo largo.
—Lo cierto es que trato de ser flexible. Te queda bien, me gusta.
Gage siguió observando su rostro, fijándose en los pequeños cambios y en las cosas que no habían cambiado.
—¿Qué estás pensando? —quiso saber ella.
Gage sonrió. Estaba pensando que le encantaría llevársela a la cama. Después de que hubieran saboreado durante varias horas uno de los placeres más agradables de la vida, le gustaría conocer mejor a la mujer en que se había convertido mientras había estado fuera. Pero no podía confesarle aquello. En algunas ocasiones, las circunstancias podían forzar a un hombre a decir pequeñas mentiras piadosas.
—Me preguntaba cuánto trabajo planeas hacer en casa de tu abuela.
Kari parpadeó. Había esperado que él respondiera cualquier cosa, menos eso. La había estado mirando como si fuera el gran lobo malo y ella fuera su postre. De esa manera tan especial que hacía que el cuerpo de ella se calentara y su pulso se acelerara.
Así que ella había estado pensando en el beso de la noche anterior y él sólo había pensando en pintura de pared y en reformas, se dijo Kari. Era obvio que su habilidad de leerle la mente a Gage y de comportarse con estilo no había mejorado ni una pizca en todos aquellos años.
—Aún estoy tratando de decidirlo. El servicio de limpieza quincenal que tenía contratado ha conservado la casa en condiciones aceptables, pero está vieja y anticuada. Reformaría el lugar entero, pero eso no tiene sentido. Mi tiempo y mi dinero tienen un límite, así que voy a tener que establecer prioridades.
Gage asintió con la cabeza.
Oh, cielos, estaba tan guapo, pensó Kari. Se preguntó si alguna vez se cansaría de mirarlo. Si, para finales del verano, no sería para ella más que un tipo atractivo que vivía en la casa de al lado. ¿Tendría esa suerte?
Antes de que Kari pudiera responder su propia pregunta para sus adentros, Daisy irrumpió en la sala de reuniones. Era una mujer exuberante de la cabeza a los pies, con su blusa escotadísima, sus labios pintados de rojo y aquellos andares. Kari se sintió flaca y huesuda a su lado.
—Muchas gracias por venir —dijo Daisy y se sentó junto a Gage—. Estoy escribiendo un artículo sobre los hechos y pensé que sería divertido entrevistaros al mismo tiempo. Espero que no os importe.
Kari negó con la cabeza y trató de no darle importancia a lo cerca que Daisy se había sentado de Gage. La otra mujer rozó el brazo de él y le sonrió de una forma que hizo que ella pensara que eran algo más que amigos.
Pero eso no tenía sentido, pensó Kari. Gage no era el tipo de hombre que salía con una mujer y besaba a otra. Lo que significaba que Gage y Daisy habían estado saliendo o que estaban aún en la fase inicial. No le gustó ninguna de las dos posibilidades.
Daisy puso su cuaderno de notas sobre la mesa, pero no lo abrió. Miró a Kari.
—¿No fue emocionante? Un asalto al banco aquí, en PL.
—¿PL? —preguntó Kari.
—Possum Landing. Aquí no pasa nunca nada emocionante —señaló Daisy y miró a Gage—. Al menos, no en público. Fue increíble. Y Gage, tú, poniéndote en medio de las balas. Eso también fue increíble. Y muy valiente.
Él gruñó.
Con una velocidad pasmosa, Daisy cambió de tema y se giró hacia Kari:
—Así que has vuelto. Después de todos esos años en Nueva York. ¿Cómo son las cosas por allí?
—Interesantes —respondió Kari con precaución, sin estar segura de qué tenía eso que ver con lo que había pasado el día anterior—. Diferentes.
—Cualquier sitio es diferente de esto —dijo Daisy con una carcajada—. He pasado tiempo en la ciudad, pero tengo que confesar que soy una chica de provincias de corazón. PL es un sitio increíble y tiene todo lo que siempre he querido.
Daisy habló con emoción, mirando a Gage.
—¿Qué te parece volver a ver a Gage después de tanto tiempo? —volvió a preguntar Daisy, dirigiéndose a Kari.
—Uh… no estoy segura de qué tiene que ver eso con el asalto al banco —replicó Kari.
—Pensé que era obvio. Tu antiguo novio arriesga la vida por ti. Te protege de las balas. No puedes decirme que no te pareció romántico. ¿No crees que fue la bienvenida perfecta? Quiero decir, ahora que estás de vuelta.
Kari echó un vistazo a Gage, que parecía tan confundido como ella. ¿Adónde diablos quería ir a parar Daisy? Como no quería decir nada que pudiera ser sacado fuera de contexto e impreso para que todo el pueblo lo leyera, pensó un poco antes de responder.
—Lo primero —comenzó a decir con lentitud—. Gage y yo nunca fuimos novios. Salíamos. Lo segundo, no estoy de vuelta. No de forma permanente.
—Ya —dijo Daisy y apuntó algunas líneas en su cuaderno—. Gage, ¿qué pensabas cuando entraste en el banco?
—Que debí haber seguido el consejo de mi madre y haber estudiado para ingeniero.
Kari sonrió un poco y se relajó. Confió en Gage para que disipara la tensión que había en la sala. Sin embargo, antes de que pudiera saborear unos instantes de paz, Daisy estalló en carcajadas, lanzó su bolígrafo a la mesa y agarró el brazo de Gage.
—¿No eres fantástico? —dijo, mirándolo con ojos brillantes—. Siempre me ha encantado tu sentido del humor.
Por la expresión de la cara de Daisy, Kari pensó que la periodista había disfrutado de otras cosas también, pero prefirió no pensar mucho en eso. Intentó ignorar