Amor perdido - La pasión del jeque. Susan Mallery. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: Susan Mallery
Издательство: Bookwire
Серия: Libro De Autor
Жанр произведения: Языкознание
Год издания: 0
isbn: 9788413751542
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de la tienda. También he sacado la vieja máquina de hacer pan, pero estaba llena de polvo y no te prometo que funcione.

      —Sí funcionará —respondió él, observándola.

      Sus palabras le pusieron la piel de gallina, lo que era una locura, pensó Kari. No era más que un viejo amigo de Possum Landing. Ella vivía en la ciudad de Nueva York. De ninguna manera se iba a dejar conquistar por Gage Reynolds. Claro que no.

      —¿Ya has hecho todo el papeleo y esas cosas que se hacen después de un robo? —preguntó ella mientras echaba un vistazo a la salsa para pasta.

      —Todo atado y bien atado —respondió él y se acercó para tomar la botella de vino que Kari había dejado sobre la mesa.

      —Kari Asbury, ¿esto es alcohol? ¿Has comprado la bebida del diablo dentro de nuestro condado de la ley seca?

      —Ya sabes. Recordé que no se permitía la venta de alcohol en las tiendas de Possum Landing, así que he traído el mío propio. Me detuve de camino para comprarlo.

      —Estoy conmocionado. Por completo.

      —Entonces, lo más seguro es que no quieras saber que tengo cerveza en la nevera.

      —No —contestó él y abrió la nevera para sacar una botella. Se la ofreció a Kari.

      —No. Esperaré a tomar vino en la cena.

      Gage abrió el cajón que contenía el abridor a la primera. Se movía en la casa con aire de familiaridad. Lo cierto era que sí era familiar para él. Se había mudado a la casa de al lado en la primavera anterior a la graduación de Kari. Ella recordó haberlo visto llevar cajas y muebles. Su abuela le había contado quién era: el nuevo oficial de policía. Gage Reynolds. Había estado en el ejército y había recorrido el mundo. Ante los ojos de una jovencita de diecisiete, aquel hombre de veintitrés había parecido imposible de alcanzar. Cuando habían empezado a salir aquel otoño, él le había parecido ser un hombre de mundo y ella…

      —¿Aún somos vecinos? —preguntó Kari, girándose para mirarlo.

      —Yo aún vivo en la casa de al lado.

      Kari recordó el comentario de Ida Mae sobre que Gage nunca había ido al altar. De alguna forma, había conseguido que no lo cazaran. Al mirarlo, con aquel uniforme caqui que ensalzaba el ancho de sus hombros y los músculos de sus piernas, se preguntó cómo era que las encantadoras damas de Possum Landing no habían conseguido atraparlo.

      No era asunto suyo, se dijo. Revisó el tiempo que le quedaba al horno para pan y vio que aún faltaban quince minutos, más el tiempo necesario para que se enfriara.

      —Vayamos al salón —invitó ella—. Estaremos más cómodos.

      Mientras lo seguía, Kari se sorprendió mirándole el trasero. Casi se tropezó al darse cuenta. ¿Qué diablos andaba mal con ella? Nunca le miraba el trasero a los hombres. Nada le había parecido demasiado interesante en ellos. Hasta ese momento.

      Suspiró. Era obvio que vivir tan cerca de Gage iba a ser más complicado de lo que había calculado.

      Gage se sentó en una mecedora y ella en el sofá. Él tomó un poco de su cerveza, dejó la botella en la mesa y se recostó. Debía de haber parecido fuera de lugar y extraño en aquel rincón tan femenino, pero no fue así. Quizá porque él siempre sabía estar cómodo en cualquier parte.

      —¿Qué piensas? —preguntó Gage.

      —Que pareces estar en tu propia casa.

      —Pasé aquí mucho tiempo —le recordó él—. Aún después de que tú te fueras, tu abuela y yo seguimos siendo amigos.

      Kari no quería pensar en eso… en las confidencias que ambos podían haber compartido.

      —Has cambiado —comentó Gage, tras observarla unos segundos.

      —Ha pasado mucho tiempo —replicó ella, sin saber si el comentario de Gage había sido positivo o negativo.

      —No pensé que volverías.

      Era la tercera vez en menos de tres horas que alguien le decía que había vuelto.

      —No he vuelto —le corrigió ella—. Al menos, no de forma permanente.

      Gage no pareció sorprendido ni tomó en cuenta su tono defensivo.

      —¿Entonces por qué has venido? Hace siete años que murió tu abuela.

      —Quiero arreglar la casa para poder venderla. Sólo pasaré aquí el verano.

      Gage asintió y no dijo nada. Kari tuvo la molesta sensación de estar siendo juzgada y acusada. Lo que no era justo. Gage no era el tipo de persona que juzgaba a las personas sin motivo. Ella se revolvió en su asiento, sintiéndose agitada.

      En lugar de hablar de sus problemas personales, que era mejor no destapar en público, Kari cambió de tema:

      —No puedo creer que hubiera un atraco aquí en Possum Landing. Será la comidilla de todo el pueblo durante semanas.

      —Probablemente. Pero no fue ninguna sorpresa.

      —No puedo creerte. No es posible que las cosas hayan cambiado tanto.

      —Seguimos siendo un pequeño punto junto a la carretera. Con los problemas típicos de un pueblo pequeño, pero nada parecido al crimen de la ciudad. Estos tipos estaban recorriendo el estado, robando en los pueblos pequeños. Yo les he estado siguiendo la pista y me imaginé que antes o después llegarían aquí. Hace cuatro días nos avisaron los federales. Querían tenderles una trampa. A mí me pareció bien. Se lo contamos a todos en el banco, señalamos un cajón lleno de dinero y esperamos que llegaran.

      Kari no pudo creerlo.

      —Tanta emoción aquí. Y yo he estado en medio.

      —Como viste, las cosas se complicaron un poco. No sé si es que los ladrones se precipitaron o qué pero, en esta ocasión, decidieron entrar cuando aún había clientes dentro. Las otras veces habían esperado a que las puertas estuvieran cerradas al público antes de entrar.

      —¿Así que no esperabas tener que lidiar con esa situación?

      —Nadie lo esperaba. Los federales querían esperarlos fuera. Pero alguien tenía que hacer algo dentro.

      —¿Entonces tú entraste sólo para distraerlos?

      —Me pareció lo más fácil. Además, quería estar allí para asegurarme de que nadie perdía los nervios y no había heridos. Al menos, nadie de los del pueblo. Los criminales me dan igual.

      Claro. Según Gage, ellos se lo habían buscado. Para empezar, no era responsabilidad de él que hubieran ido a Possum Landing a atracar un banco.

      —Yo estoy de acuerdo con el oficial de los federales —afirmó ella—. No sé si eres un valiente o un loco.

      Gage sonrió:

      —Podrías encontrar argumentos para apoyar ambos puntos de vista. Sabías que no estaba enojado contigo. Estaba sólo intentando distraer al tipo.

      Kari tembló al recordar la pistola en su cara.

      —Tardé unos minutos en entender lo que estabas haciendo.

      Sin embargo, Kari se preguntó cuánto de lo que él había dicho en el banco era cierto. ¿De veras pensaba Gage que ella era quien se había escapado?

      ¿Era lo que ella pensaba también?

      En un tiempo, habría contestado que sí. Antes de salir del pueblo, Gage había sido todo su mundo. Se habría lanzado bajo las ruedas de un tren sólo si él se lo hubiera pedido. Lo había amado con toda la devoción de que era capaz una adolescente. Ése había sido el problema. Lo había amado demasiado. Cuando había imaginado que había problemas, no había sabido cómo enfrentarse a ellos. Así que había huido. Cuando él no la había seguido, había confirmado su mayor temor…