De cerca, Damen no parecía la serpiente que era. Estaba tan guapo como siempre. Pómulos marcados, mentón firme; nariz larga, unos labios sensuales y unos ojos verdes como un bosque en el que brillara la luz del atardecer. Todo ello coronado por un cabello oscuro que ella sabía lo suave que era.
–Por Emma y Christo –dijo él–. Y por que sean felices el resto de sus vidas.
Bebió y Steph miró fascinada el movimiento de su nuez. Entonces él la miró y ella sintió una sacudida.
«No, no, no. No es atracción. Eso queda en el pasado. Lo rechazas, lo desprecias».
–Gracias por la copa –dijo, esforzándose por tratarlo como a un desconocido–. Será mejor que vuelva junto a Emma.
–Está rodeada de familia y amigos. Puede prescindir de ti un rato.
–Aun así, quiero volver.
–Pensaba que podríamos hablar.
–No tenemos nada de que hablar –dijo Steph con firmeza.
La mirada de Damen se ensombreció y súbitamente Steph intuyó que pasaba algo.
–De Melbourne.
–No hay nada que decir. Forma parte del pasado.
–No lo parece. Me miras con hostilidad, Stephanie.
Ella asió el pie de la copa para reprimir el impulso de tirarle a la cara lo que quedaba de champán.
–¿Te sorprende? –preguntó.
–Me disculpé.
–¿Crees que eso basta? –Steph describió un círculo con la mano y derramó el champán.
–Hice lo necesario para ayudar a un amigo.
–¡Me raptaste! –Steph clavó un dedo en el pecho de Damen.
–Brevemente. Christo estaba desesperado por saber dónde se escondía su novia el día de la boda.
–Eso no es excusa. Emma mandó un mensaje diciendo que estaba bien. Además, no puedes culparla por marcharse cuando descubrió la verdadera razón por la que Christo se casaba con ella.
Damen sacudió la cabeza lentamente.
–Han hecho las paces. Pero aquella semana Christo estaba loco de preocupación. Tenía que ayudarlo a encontrarla. Y tú –Damen le atrapó la mano y se la cerró sobre el pecho– sabías dónde estaba.
–Asumiste que lo sabía –dijo ella, manteniendo la vista fija en su rostro.
–Era evidente que alguien la había ayudado a desaparecer, Stephanie, y tú solo contestabas con evasivas. Por eso pensé que si te tenía a solas podría persuadirte de…
Steph se ruborizó violentamente y liberó su mano de golpe al tiempo que retrocedía.
–¿A eso lo llamas persuadir? –preguntó con la respiración agitada.
Aunque Damen palideció, Steph no sintió ninguna satisfacción en incomodarlo porque estaba demasiado ocupada recordando que ella había dado el primer paso aquella noche.
Exhausta tras una intensa semana de trabajo, no había encontrado ninguna excusa cuando Damen había aparecido diciendo que creía tener una pista sobre dónde estaba Emma. Le había pedido que lo acompañara para convencerla de que volviera junto a Christo. Ella sabía que estaba en Corfú, pero no podía admitirlo, así que había accedido a acompañarlo, y se había quedado dormida durante el viaje fuera de la ciudad.
Al despertar, el coche estaba parado y Damen se inclinaba sobre ella. Adormecida, ella había reaccionado instintivamente, alzando una mano a su rostro. Él se había quedado parado y ella había sentido cómo el aire se cargaba de electricidad. Entonces Damen la había rodeado con sus brazos y la había besado con una intensidad que le había hecho descubrir más sobre el deseo que lo que había sabido hasta entonces. Sus dedos le habían acariciado el cabello con un ansia que evidenció la atracción que había intentado disimular. Durante toda la semana había visto como el guapo y considerado Damen se preocupaba por los amigos y la familia de Emma mientras la buscaba sin descanso.
Solo cuando dejaron el coche y fueron a la aislada casa de la playa, había descubierto la verdad y la burbuja estalló. Damen le dijo que la retendría allí hasta que le dijera dónde estaba Emma. Aun así ella no le creyó y pensó que bromeaba. Hasta que fue a tomar su móvil y Damen le dijo que se lo había quitado. Eso era lo que estaba haciendo cuando ella había despertado en el coche, no robarle un beso. Solo se había aprovechado de su reacción instintiva, asumiendo que seducirla le facilitaría la tarea.
Steph cerró los ojos para bloquear el recuerdo y la humillación de aquella noche.
–¿Stephanie, estás bien? –preguntó Damen, tomándola del codo.
–No me toques.
Steph dio un paso atrás y chocó contra el tronco de un ciprés. Se irguió y miró fijamente a Damen. Era un gran actor. El año anterior, en Australia, le había hecho creer que se sentía atraído por ella.
Lo peor era que para él solo había sido un «breve rapto», puesto que Christo había llamado al poco tiempo anunciando que había localizado a Emma. Entonces su secuestrador se había disculpado por tomar medidas extremas y la había devuelto amablemente a su casa.
Steph se había sentido tan ninguneada como en todas las ocasiones en las que su padre había incumplido la promesa de ir a verla, porque siempre tenía cosas más importantes que hacer que estar con su hija.
–Quería disculparme –repitió Damen con aparente sinceridad. Pero Steph nunca creería en su palabra.
–Ya lo has hecho.
–Se ve que no ha funcionado –dijo él, alzando un hombro. Al ver la mirada inquisitiva de Steph, añadió–: No me has perdonado.
Steph apartó la mirada. No estaba dispuesta a absolverlo para que se sintiera mejor.
–No puedes tenerlo todo.
–Sin embargo, no le has contado a Emma lo que pasó.
–No ha valido la pena –Steph se encogió de hombros–. Después de todo, eres el mejor amigo de su esposo. ¿Para qué iba a hacer que le cayeras mal si iba a tener que verte a menudo?
–¿Es eso lo que sientes? ¿Te caigo mal?
Una vez más, Steph creyó percibir algo parecido al sentimiento de culpabilidad en su tono, pero supuso que se trataba más bien de curiosidad. Dada su fortuna y encanto, debía resultarle extraño que alguien lo rechazara.
Tomó aire.
–Me enseñaron a ser educada, Nicolaides, pero está claro que no quieres entenderlo. La respuesta es que sí: me caes mal.
Steph lamentó que no pareciera afectarle en lo más mínimo. Alzó la barbilla y añadió:
–Espero no tener que volver a verte ni a hablarte.
Solo entonces percibió una leve tensión en sus facciones, un temblor en los labios y un brillo transitorio de sorpresa en sus ojos. En una fracción de segundo, todo ello desapareció y Damen volvió a recuperar la expresión de quien no tenía ninguna preocupación en la vida
–Es una lástima –dijo, desplegando una encantadora sonrisa–, porque confiaba en que pudiéramos pasar un tiempo juntos.
Steph lo miró atónita.
–¿Bromeas? No pasaría tiempo contigo ni aunque me ofrecieras un millón de dólares.
Se produjo un silencio que Steph aprovechó para empezar a caminar hacia a casa, hasta que la voz de Damen la detuvo:
–¿Y por dos millones de dólares?
Capítulo