Muchas eran también las representantes del segundo grupo, aquellas a las que Grigori «mimaba». La escena tradicional de los «mimos» tenía la siguiente apariencia, descrita en confesión a Iliodor por una de las seguidoras del starets, Xenia, que contaba dieciocho años en el momento de los hechos: «Grigori me ordenó que lo desvistiera. Así lo hice. Después me ordenó desvestirme. Me quité la ropa. Se acostó en la cama ya preparada para acogerlo y me dijo: “ven y acuéstate conmigo, cariñito”. Yo ... obedecí ... y me acosté a su lado. ... Comenzó a besarme. Lo hacía de tal forma que no quedó un solo punto de mi cara que no hubieran cubierto sus labios. Me besaba, como suele decirse, chupándome, lo que me producía ahogos. No pude aguantar más y grité: “¡Grigori Yefímovich! ¿qué es lo que hace? ¡pobre de mí!”. “Nada, nada, tú quédate así y calla”, replicó. Le pregunté: “Hermano Grigori. ¿Conoce mi padrecito Iliodor las cosas que usted me está haciendo?”. “Claro que lo sabe”, me respondió. ... “¿Y también lo conoce monseñor Hermógenes?” “¿Cómo no lo va a saber? ¡Sí que lo sabe! Tú no te aflijas”. “¿Y lo saben también el padrecito zar y la madrecita zarina?”. “¡Bah! ¡Esos lo saben mejor que nadie! A ellos les hago lo mismo que te estoy haciendo a ti ahora; compréndelo, palomita” ... Me estuvo martirizando durante cuatro horas. Hasta que me fui a casa».212
Es lógico suponer que si en este caso se tratara de una unión carnal plena, el comentario «tranquilizador» de Rasputín acerca de que con los zares, incluyendo a Nicolás II, hacía «lo mismo», le habría parecido, por lo menos, absurdo, requiriendo entonces una aclaración por parte de la autora de las memorias citadas, cosa que no ocurre. No menos significativo es que Iliodor, quien conocía hasta el último detalle de esta historia, no la haya asignado a la cuarta categoría, la «carnal-pecaminosa».
Extraño es también el descuido profesional de A. N. Bojanov, quien al analizar este relato de la novicia Xenia, informa al principio que Iliodor lo había incluido en la cuarta categoría, para inmediatamente después acusar solemnemente al monje exclaustrado de «mentir».213
Algunas de las seguidoras de Rasputín pasaban a engrosar las filas del grupo de las «mimadas» después de que el starets las hubiera liberado con éxito de sus «demonios», es decir, que pasaban del «tercer» al «segundo» grupo. Con toda probabilidad, entre las que experimentaron ese tránsito se encontraba Akilina (Akulina) Nikitichna Laptinskaya, una campesina del distrito de Gorodets, provincia de Moguiliov,214 antigua novicia del monasterio de Ojtay y hermana de la caridad en el tren de Alexandra Fiodorovna, a la que Rasputín, que se la encontró al coincidir con ella en una misa, sanó de unos ataques de histeria que padecía y que se manifestaban en «posesiones diabólicas» que le sobrevenían en presencia del Crucificado. Desde entonces, y con el beneplácito de la abadesa del monasterio, esta «mujer astuta y calculadora, encargada de cobrar las gratificaciones a los visitantes de Rasputín y que actuaba como secretaria de éste»,215 se convirtió en una fiel sirvienta del starets 216 a la vez que se dedicaba a mantener «ejercicios eróticos» con él que, debido a la ausencia de cortinas, solían ser vistos desde la calle.217
Sin embargo, en muy contadas ocasiones conseguían las representantes del tercer grupo, el de las «posesas», permanecer a solas con el «padre Grigori» más de una vez. Rasputín no consideraba este tipo de contactos como una diversión, sino que le daba más bien el carácter de un trabajo duro y responsable, a la vez que agradecido e interesante. Iliodor tuvo ocasión de ser testigo de una de esas ceremonias de «expulsión del demonio», practicada por Rasputín a la rica esposa de un comerciante de Tsaritsin, una mujer de cincuenta y cinco años que parecía salida de un lienzo de Borís Kustodiev.218 Rasputín se pasó un buen rato buscando un lugar donde practicar el exorcismo, hasta que dio con una pequeña habitación en la que sólo cabía una cama grande. «Allá condujeron a la “enferma”, que comenzó a sacudirse y berrear. Entonces entró el starets, cerrando la puerta tras de sí ... De la habitación salía un enorme alboroto que se prolongaba sin pausa». Iliodor comenzó a inquietarse y, según escribe, «no pudiendo contenerme, miré a través de los visillos y me encontré con tal cuadro, que tuve que apartarme violentamente y en un estado de gran turbación. Unos cinco minutos después salió del “despacho” el starets. Se le veía terriblemente cansado y respiraba con notable agitación. “Uy, hermano, eso sí que era un demonio. ¡Uf, qué enorme! ¡Cómo me he fatigado! ¡Fíjate, qué mojada tengo la camisa! Ay, qué cansado que estoy y ella también, que se ha quedado dormida”. Y mientras el starets hablaba de esta guisa, el infeliz marido de la mujer lloraba sin parar». Y veamos lo que Iliodor escribe a modo de conclusión: «Esta vez sí que creí en Grigori. Y de sus métodos de tratamiento pensaba que así se tenía que hacer y nada más».219
Evidentemente, lo que Iliodor atisbó a través de los visillos no fue un acto de unión carnal o, de lo contrario, hubiera referido la historia con la mujer del comerciante a la categoría correspondiente, es decir, a la cuarta, la de los pecados de Rasputín. Sólo queda suponer que, tal y como ocurrió con la joven Xenia, en esta ocasión Rasputín también se limitó a desplegar su amplio abanico de caricias amatorias, incluyendo sus formas «más increíbles», según la terminología de Iliodor.
El secreto de las «inéditas sensaciones» con que Rasputín regalaba a sus seguidoras y pacientes se esconde en sus extraordinarias caricias, en cuanto a intensidad y particularidad, que con toda probabilidad se asemejan a lo que hoy conocemos como «masaje erótico». Resulta llamativo que el propio Grigori insistiera incansablemente en que curaba a las mujeres con «caricias» y no mediante la unión carnal: «Hay unos pervertidos por ahí que van diciendo que yo me acuesto con la zarina, pero esos diablos no saben que caricias hay más que ésa (hizo un gesto con la mano)». «A una de sus seguidoras le dijo retóricamente: “¿Quieres pensar tú misma en lo que se dice de la zarina? ¡Maldita la falta que le hago!”».220
«Hay sólo dos mujeres en el mundo que
me hayan robado el corazón»
Cuando Rasputín convencía a cualquier precio a las mujeres para que se le entregaran y las regalaba con sensaciones eróticas «que a nada podían compararse», en realidad, estaba resolviendo dos problemas que revestían una enorme importancia para él.
En primer lugar, ello le permitía mantener firmemente sometidas a su esfera de influencia a un buen número de mujeres que experimentaban una fuerte tensión sexual, incluyendo, con toda probabilidad, a sus principales protectoras: Alexandra Fiodorovna y Anna Vyrubova. El que el «padre Grigori» no encajara en absoluto, ni por su apariencia ni por sus maneras, en el perfil tradicional de «cortesano modélico» no parecía entorpecer en lo más mínimo sus propósitos. Vyrubova, por ejemplo, y a pesar de que declaraba ante la Comisión Extraordinaria de Instrucción, en circunstancias bastante particulares, no tuvo reparo en comentar que Rasputín lucía «viejo y nada apetecible».221 Ya en el mes de marzo de 1917, V. M. Bejterev adelantó la idea de que Rasputín poseía un «hipnotismo sexual».222 No existe una noción semejante en la actual terminología diagnóstica, aunque no es difícil comprender que el conocido psiquiatra de San Petersburgo aludía a la capacidad de Rasputín para generar una impresión imborrable, y, en ese sentido, hipnótica, en las exaltadas damas que frecuentaba.
En segundo lugar, y en este punto nos apoyamos en la opinión de D. D. Isaev, frente a una disminución del componente sexual de la libido, responsable del comportamiento propiamente sexual (la erección, la eyaculación, la realización del acto sexual, la duración del mismo, la frecuencia con que se practica), es decir, de lo que se conoce como potencia, en Rasputín se observa una acusada exacerbación