Él miró a su alrededor.
—¿Puedo invitarte a una taza de café?
—Claro —respondió ella señalando al final de la calle—. Por allí hay un Starbucks.
Comenzaron a bajar la calle. Miles de preguntas se le agolpaban en la mente, aunque no se sentía capaz de formular ni una sola. Tenía curiosidad, pero también vergüenza, una mezcla que no propiciaba una conversación fluida y natural.
—¿Cuánto tiempo llevas...?
—Creía que...
Hablaron al mismo tiempo.
Ella suspiró.
—Hemos perdido el ritmo; qué pena.
—Ya lo recuperaremos —le aseguró—. Dale un poco de tiempo.
Llegaron al Starbucks y él le sujetó la puerta, pero Patience se detuvo antes de entrar.
—¿Has vuelto para siempre? ¿O al menos para un poco?
—Sí.
—¿No desaparecerás en mitad de la noche?
—No.
Ella asintió.
—No sabía qué pensar. Estaba asustadísima.
Él posó esa intensa mirada azul en su cara.
—Lo siento. Sabía que estarías preocupada. Quise decirte algo, pero no pude.
Patience vio a un par de mujeres mayores acercándose y entró corriendo en el local. Al llegar al mostrador, sacó su tarjeta del Starbucks, pero Justice la apartó.
—Yo invito. Es lo menos que puedo hacer después de lo que pasó.
—¡Sí, claro! Con que intentas disculparte y crees que te va a bastar con un café en lugar de invitarme a un solomillo.
Él le sonrió y esa sonrisa le resultó tan familiar que se le encogió el corazón al mismo tiempo que experimentó un cosquilleo muy claro debajo de su vientre. «¡Guau, qué guapo!». Había pasado tanto tiempo que le llevó un segundo reconocer la presencia de la atracción sexual.
«Eres patética», pensó al pedir lo de siempre: su latte de vainilla grande light. Eso era lo más parecido a una cita que había tenido en los últimos cinco o seis años. Estaba claro que necesitaba salir más y, en cuanto tuviera un poco de tiempo libre, se pondría a ello.
—En jarra grande —le dijo Justice a la chica.
Patience puso los ojos en blanco.
—Muy masculino. Ni siquiera me sorprende.
Él le lanzó otra sonrisa.
—No te veo pidiéndote un latte de soja.
—No, pero pagaría por ver tu cara mientras te bebes uno.
—No hay suficiente dinero en el mundo para eso.
Se apartaron para esperar a que preparan su pedido y después lo llevaron a una mesa de una esquina.
—Imagino que querrás sentarte de espaldas a la pared, ¿verdad? —preguntó ella al sentarse.
—¿Y por qué lo dices?
—Alguien me ha dicho que eres guardaespaldas, ¿no?
Estaba frente a ella, con esos hombros tan anchos y ese cuerpo que parecía estar desafiando al espacio que los separaba.
—Trabajo para una empresa que proporciona protección.
Ella dio un trago de café.
—¿No puedes responder que sí, sin más?
—¿Qué?
—La respuesta es «sí». No sería más fácil que decirme que trabajas para una empresa que proporciona protección?
Él se inclinó hacia ella.
—¿Cuando éramos pequeños eras tan fastidiosa?
Ella sonrió.
—He mejorado con la edad —levantó su vaso—. Bienvenido, Justice.
Los ojos marrones de Patience parecían danzar de diversión, tal como él recordaba. Estaba un poco más alta y había desarrollado unas curvas fascinantemente femeninas, pero por lo demás seguía siendo la misma. «Atrevida», pensó. No era una palabra que habría utilizado para referirse a una adolescente, pero sí que encajaba a la perfección ahora. La Patience que recordaba había sido todo carácter y franqueza, y parecía que eso no había cambiado.
Ella miró a su alrededor y suspiró.
—¿Qué habrá? ¿Unos cinco millones como este en todo el país? Necesitamos algo distinto.
—¿No te gusta el Starbucks?
—No —respondió antes de dar otro trago—. Adoro Starbucks, pero ¿no crees que un pueblo como Fool’s Gold debería tener un establecimiento local? Me encantaría abrir mi propia cafetería. Qué tontería, ¿no?
—¿Por qué va a ser una tontería?
—No es un gran sueño. ¿No deberían ser grandes los sueños? ¿Como, por ejemplo, acabar con el hambre en el mundo?
—Tienes derecho a soñar lo que quieras.
Ella lo observó.
—¿Con qué sueñas tú?
Él no era un gran soñador. Quería lo que el resto de la gente no valoraba: la oportunidad de ser como los demás. Pero eso no lo podía tener.
—Acabar con el hambre en el mundo.
Ella se rio, y ese alegre sonido lo hizo retroceder en el tiempo hasta aquella época en la que eran niños. Lo habían obligado a mentir cada segundo del día. Lo habían intentado disuadir de que se hiciera amigos y se relacionara demasiado, pero los había desafiado a todos al decir que Patience era su amiga. Incluso, entonces, había sabido que era distinto, pero, aun así, había querido sentir que ese era su sitio. Ser su amigo había sido lo único «normal» de su vida. La había necesitado para sobrevivir.
Había hecho una elección egoísta y ella había pagado el precio. Cuando había tenido que marcharse, ni siquiera había podido decirle por qué, y más adelante había sabido que ponerse en contacto con ella la introduciría en su mundo y la apreciaba demasiado como para hacerle eso.
Pero entonces, ¿cuál era su excusa ahora? Mientras la miraba a los ojos sabía que de nuevo había optado por lo que quería en lugar de lo que era correcto para ella. Sin embargo, no había podido resistirse a la llamada de su pasado. Tal vez, en el fondo, había estado esperando que no fuera tan maravillosa como la recordaba y ahora tenía que lidiar con el hecho de que era aún mejor.
Patience se inclinó hacia él.
—Has estado fuera demasiado tiempo, Justice. ¿Qué ha pasado todos estos años? Primero estabas ahí y al segundo habías desaparecido.
Aún llevaba el pelo largo y él podía recordar esas suaves ondas y cómo se le había agitado el cabello al caminar. Muy sexy.
Por entonces, había sido demasiado mayor para ella. Al menos, eso se había dicho cada vez que se había visto tentado a besarla. Un chico de dieciocho años haciéndose pasar por uno de dieciséis para engañar al hombre que quería verlo muerto.
—Estaba en el programa de protección de testigos.
Ella abrió los ojos de par en par y se quedó boquiabierta.
Justice esperó a que asimilara