Sin miedo al fracaso. Tompaul Wheeler. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: Tompaul Wheeler
Издательство: Bookwire
Серия: Lecturas devocionales
Жанр произведения: Документальная литература
Год издания: 0
isbn: 9789877982893
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que entró al arca de Noé: el delfín.

       Tenemos wifi gratis, ¡tómalo como una señal divina!

       La preocupación es un cuarto oscuro donde se revelan los negativos.

      Bueno, ese último me gusta. No es un mal chiste; de hecho parece una frase que Salomón habría escrito si hubiera estado de humor y hubiera conocido las cámaras de rollo fotográfico. Lo que viene a decir esa frase es: “La vida es dura, pero no te concentres en los problemas; deja que esta iglesia te ayude”.

      Jesús dijo a sus discípulos que hace falta más que palabras para entrar en su reino. Dijo: “No todos los que me dicen: ‘Señor, Señor’, entrarán en el reino de los cielos, sino solamente los que hacen la voluntad de mi Padre celestial. Aquel día muchos me dirán: ‘Señor, Señor, nosotros comunicamos mensajes en tu nombre, y en tu nombre expulsamos demonios, y en tu nombre hicimos muchos milagros’. Pero entonces les contestaré: ‘Nunca los conocí; ¡aléjense de mí, malhechores!’ ” (Mat. 7:21-23).

      Al describir a aquellas personas que presumían de religiosidad pero cuya religión era meramente superficial, Jesús citó a Isaías: “Este pueblo me honra con la boca, pero su corazón está lejos de mí” (Mat. 15:8). Dios quiere más que nuestra adoración de labios para afuera, o que llevemos su nombre en una camiseta o en una calcomanía del parachoques del auto. Él quiere nuestro corazón.

       Y hagas lo que hagas, no seas una imitación religiosa. Sé original, tal como Dios te hizo.

      Superestrellas del karaoke

      “He guardado tus palabras en mi corazón” (Sal. 119:11).

      El karaoke no es precisamente mi fuerte.

      Pasando el rato en la casa de un amigo la otra noche, Lisa y yo nos dimos cuenta de la primera regla del karaoke: es mucho más divertido cuando cantas bien.

      Lisa no afirma tener habilidades de canto. En general, yo puedo mantenerme técnicamente afinado, lo que hace que la canción sea al menos reconocible; pero la realidad es que a ninguno de nosotros nos han invitado nunca a dar un especial en la iglesia. Cuando me vi en medio de un grupo al que le encantaba cantar mientras la computadora los calificaba y aparecían luego unos jueces para criticar sus esfuerzos, lo único que quise hacer fue evitar lo inevitable.

      Desafortunadamente, comenzando el juego perdí la oportunidad perfecta: dejé pasar una canción de Johnny Cash. Por supuesto, Johnny Cash solo hay uno; pero es que Cash básicamente hablaba en muchas de sus canciones. Para mí fue el primer rapero del mundo. También tenía el beneficio adicional de que me sabía la mayoría de la letra. Sin embargo, por sugerencia de Lisa cometí el error de elegir una balada de los setenta de la que me sabía exactamente siete palabras: el título y el coro. Obligado a jugar, hice lo que pude. Cuando los sarcásticos jueces aparecieron al final de mi patética actuación, sacudieron sus cabezas de dibujos animados, diciéndome: “¿Cómo te atreviste a cantar?”

      Ahora, lo que realmente me sorprendió ese día fue la cantidad de canciones de las que recordaba las letras, incluidas algunas que no había escuchado en años. La música tiene una curiosa cualidad: engrasa los ejes de la memoria como ninguna otra cosa puede hacerlo.

      Cuando tenía seis años, un maestro de Escuela Sabática me enseñó los libros de la Biblia en orden. Desafortunadamente, aunque todavía puedo cantar una melodiosa canción, que dice: “Génesis, Éxodo, Levítico, Números, Deuteronomioooooo...”, todavía me tranco en los profetas menores. Incluso después de todos estos años, aún no puedo recordar lo que viene después de Miqueas. Y por supuesto, sé que después de “Mateo, Marcos, Lucas y Juan” vienen Hechos y Romanos, pero en las Epístolas me confundo también. Si mi vida dependiera de ello, creo que cantaría muy rápido y luego pronunciaría un triunfante “...y Apocalipsis” al final.

      Yo tenía un compañero de clases en el seminario que, a pesar de ser ciego, había memorizado gran parte del Antiguo Testamento en hebreo. Me hizo reconsiderar lo que califica como discapacidad.

      Relájate

      “Vengan a mí todos ustedes que están cansados de sus trabajos y cargas, y yo los haré descansar. Acepten el yugo que les pongo, y aprendan de mí, que soy paciente y de corazón humilde; así encontrarán descanso. Porque el yugo que les pongo y la carga que les doy a llevar son ligeros” (Mat. 11:28-30).

      “El agua te sostendrá si lo permites. Y yo no voy a dejar que te hundas”. Mi prima Heather, nadadora y socorrista, esperó pacientemente mientras yo, el peor nadador del mundo, trataba de no pensar en que me hundiría. Nos habíamos detenido en la piscina del campus en un momento tranquilo del día. Teníamos la piscina para nosotros, salvo un pequeño grupo de personas mayores que practicaban aeróbicos en una esquina.

      Intenté no mirar a Heather con demasiado escepticismo. Claro, confiaba en esta chica a la que conocía desde siempre, pero dieciocho años de experiencia (y frustrados maestros de natación) también me habían enseñado a temerle al agua. Si arrojabas una piedra, una cuchara o a mí al agua, el hundimiento estaba asegurado.

      Contuve la respiración, pero consciente de que se suponía que debía relajarme. Me recosté y dejé que mis pies y rodillas subieran a la superficie del agua. “Ahí tienes –dijo Heather, manteniendo su mano sobre mi hombro–. Ahora déjate llevar y flota. ¡Perfecto!”

      Heather me soltó. Cerré los ojos y me relajé. El agua me retuvo, me amortiguó, me tranquilizó. Por primera vez en mi vida, floté.

      Después de una vida de riquezas, mujeres y poder, el rey Salomón entendió que la vida continúa su rumbo por mucho que nosotros nos esforcemos y nos estresemos. Al final de Eclesiastés, su clásica meditación sobre el significado de la vida, resumió todo lo que la vida le había enseñado: “Diviértete, joven, ahora que estás lleno de vida; disfruta de lo bueno ahora que puedes. Déjate llevar por los impulsos de tu corazón y por todo lo que ves, pero recuerda que de todo ello Dios te pedirá cuentas. Aleja de tu mente las preocupaciones y echa fuera de ti el sufrimiento, porque aun los mejores días de la juventud son vana ilusión” (Ecl. 11:9, 10).

       Haz una pausa. Relájate. Quítate los zapatos y siente la hierba debajo de tus pies. Sumerge tus oídos debajo del agua del baño y escucha los latidos de tu corazón. Sintonízate con el Espíritu Santo. Suelta el mundo. E independientemente de lo que amenace ahogarte, confía en que Dios te sostendrá.

      Tu tiempo, tu toque

      “Al bajar Jesús de la barca, vio la multitud; sintió compasión de ellos y sanó a los enfermos que llevaban” (Mat. 14:14).

      Durante una visita a un país extranjero con la clase de Enfermería del Union College, sentí que había retrocedido mil años en el tiempo. Los niños cargaban a sus hermanitos bajo el sol intenso; los animales de granja eran tan comunes y conocidos como las ardillas donde yo vivo; los jóvenes jugaban al béisbol en las tardes, y en las noches era el turno de las jóvenes; las casas son palafitos de madera construidos sobre estacas; la desnutrición y la cultura del lugar obligan a los niños a madurar y a hacerse adultos demasiado rápido.

      Vi a muchas quinceañeras embarazadas llegar a la clínica ya con un niño de un año en brazos. Los hombres trabajan en los campos, las mujeres cuidan a los niños y los niños tienen mucho espacio y tiempo para deambular. Cuando me veían, se reían y salían huyendo de mi cámara, para luego asomarse por una esquina para verificar si aún estaba jugando con ellos. Escuchamos sus corazones, los curamos y oramos para que nuestros tratamientos hicieran efecto en ellos. Los pacientes más pequeños eran los que más nos impresionaban, como el niño de tres semanas con una infección