Con la certeza de la insurrección, el grupo (integrado por Fabricio Apolo Gómez Souza, Alejandro López Murillo, Camilo Estrada Luviano, Salvador Castañeda Álvarez, José Luis Guerrero, J. Candelario Pacheco, Leonardo Mendoza y Juan Raúl Ching Rodríguez) transitó por un periodo de conversión de sus integrantes, de estudiantes en guerrilleros.5 Ese cambio impactó en su mentalidad para asumirse como un destacamento insurgente con el fin de hacer la revolución en México desde la perspectiva del foco guerrillero y bajo la influencia del guevarismo revolucionario.6 Los fundadores fueron receptivos a las ideas del maoísmo y del marxismo vietnamita en contraposición al revisionismo soviético que rechazaban.7
Su objetivo fue afianzar el MAR “porque entendíamos que era político por el contenido y militar por la forma, y entendíamos que la principal propaganda que se puede hacer de manera revolucionaria, era la propia acción revolucionaria, ese era un principio o un postulado de inicio”,8 así como trazar su Declaración de Principios9 para ratificar que las condiciones en México estaban dadas para la toma del poder a través de la guerra de guerrillas10 y desembocar en una revolución socialista.11 El cambio se haría bajo la dirigencia obrera,12 proposición suplantada en los hechos, en donde la participación obrera fue nula, pues su discurso no logró convocar a los trabajadores para la revolución.
En ese proceso, “nos planteamos primero hacer una declaración de principios. Y llegamos a la conclusión de que era necesario tener esa preparación [militar], no sólo eso, sino venirnos para acá, no estar en Moscú, ése era el otro planteamiento, pero estaba condicionado a conseguir entrenamiento”.13
El núcleo fundador retornó a México en 1968. Se determinó una dirección colectiva de siete miembros, aunque fue sustituida en los hechos por un liderazgo protagónico apropiado por Fabricio Gómez Souza. El reclutamiento en numerosos casos se realizó sin seguir un protocolo de seguridad.14 No hubo análisis previos “de la situación operativa, carencia de preparación mínima, [… y] gran subjetivismo que dio lugar a indiscreciones, incorporaciones prematuras y deserciones posteriores”.15 Muchas de estas apresuradas afiliaciones al MAR estuvieron influidas por la represión al movimiento estudiantil, así como por la cancelación de vías de acceso al ejercicio de la política dentro del marco institucional.16
A pesar de las inconsistencias en la construcción de la organización armada, se planteó precipitadamente la instrucción militar, sin haber reforzado su estructura. Aun así se acudió al principio del internacionalismo proletario17 y se buscó y obtuvo la solidaridad de la República Democrática Popular de Corea. El razonamiento de la autoridad coreana fue apoyar a grupos que eventualmente tomarían el poder para extender la red solidaria intercontinental. Alejandro López Murillo aseguró que la decisión del gobierno coreano para darles soporte radicó en el contexto geopolítico de la época, haciendo suyas la tesis guevarista de “abrir varios Vietnam” para diluir la posibilidad de que el imperialismo estadounidense agrediera a Corea, y porque consideraba que un proceso revolucionario en México le complicaría la situación a Estados Unidos; no obstante, los norcoreanos reconocieron que en México no estaban dadas las condiciones para la insurrección armada.18
El gobierno de Corea del Norte adiestró a 53 militantes trasladados en tres grupos a Pyongyang entre principios de 1969 y la primera mitad de 1970.19 También recibieron teoría, a partir de la experiencia norcoreana.20 Factor que repercutió en los sesgos en torno al carácter de la revolución, asumidos por la dirigencia del MAR a su regreso a México, debido al conocimiento del pensamiento norcoreano cuya máxima figura fue Kim Il Sung, su dirigente.
El sector afín a Gómez Souza reelaboró la concepción revolucionaria deslumbrado por su estancia en Corea del Norte; y bajo la influencia de los modelos norcoreano, vietnamita y chino reivindicó la revolución democrática popular. El grupo liderado por Salvador Castañeda, J. Candelario Pacheco y Alejandro López Murillo se inclinó por definir la revolución únicamente como socialista.21
En este entramado puede identificarse un primer punto de quiebre en el arranque de la guerrilla al aflorar las rivalidades durante su estancia en el país asiático, y al inhibirse el pensamiento crítico entre la base22 se añadieron las diferencias sobre el concepto de revolución, amén del intento fallido de integrar el partido revolucionario, por el peso excesivo del militarismo y por la falta de puentes establecidos con movimientos sociales.23
El regreso del grupo a México implicó una compulsión por la actividad guerrillera. En este tenor, “una parte del MAR sostenía la ‘subida’ en caliente, llegar a la montaña para operaciones armadas”.24 El apremio en esta etapa llevó a su dirigencia a plantear dos vías tácticas de operación con soporte poco viable. Por un lado, las expropiaciones para allegarse recursos económicos,25 cuya práctica prevaleció en las distintas etapas de la organización con resultados no siempre exitosos, muchos de ellos inclusive resultaron fatales con numerosas bajas en muertos y detenidos. Por el otro, el secuestro político, aunque nunca se llevó a cabo por carecer de planes que lo sustentaran como estrategia operacional.26
Esta actitud fue criticada por Jaime (Salvador Castañeda), quien en julio de 1970 elaboró un documento recomendando medidas para corregir la improvisación y mejorar el funcionamiento del grupo armado.27 Jaime señaló los criterios para establecer escuelas con conductores y adiestramiento de alto nivel. Por tanto, “la creación de las escuelas deberá de ser a su tiempo y no antes. Hacerlo en las actuales condiciones organizativas, equivale a despreciar al enemigo y de paso sobreestimar nuestra capacidad”. Y proponía que los centros de entrenamiento contabilizaran no más de tres miembros con un responsable; su puesta en marcha tendría una fachada para encubrirlos en condiciones de absoluta clandestinidad y con movilidad constante para evitar ser descubiertos.28
Estas propuestas no tuvieron eco en el funcionamiento del MAR. En enero de 1971 subsistían las fallas en su accionar clandestino y se habían profundizado por el incremento acelerado del contingente armado.29
Todo esto se constata al revisar el documento de la Comisión Coordinadora de Reclutamiento, de la que era integrante el propio Jaime, remitido “A los compañeros de la Dirección”, y resulta revelador de las condiciones en las que se encontraban: a esas alturas carecían de suficientes recursos materiales, dinero,30 armas, implementos militares, casas de seguridad y medios de transporte.
La versión de la dirigencia de Gómez Souza, a través del testimonio de Pineda Ochoa, es contradictoria, pues asegura que el grupo realizaba en forma periódica “balances donde todos teníamos derecho a externar nuestras opiniones, fomentando la crítica y la autocrítica como un ejercicio democrático”, y aunque se refiere a casos aislados de indisciplina, no aborda las críticas de la Comisión de Reclutamiento.31
El laberinto del caos
Acaso, como acota Castañeda,32 la plenaria —de haberse realizado en 1970— hubiese modificado el camino azaroso de la organización clandestina,33 cuyo desenlace fue la captura de 19 de sus militantes en febrero de 1971.34 Este golpe fue otro punto de quiebre,35 “y le dio al MAR un vuelco a sus objetivos inmediatos y un rumbo distinto a su trayectoria clandestina”.36
Tres meses después de su caída, los presos del MAR intentaron difundir el documento “Algunas verdades sobre el M.A.R. (Movimiento de Acción Revolucionaria)”, fechado en la prisión de Lecumberri en mayo de 1971,37 asentando su testimonio sobre la tortura a la que fueron sometidos para obtener información sobre su accionar clandestino. No consiguieron su divulgación debido a que la prensa, con un enfoque tergiversado, los acusó de terroristas, y esa imagen fue difundida en los medios de comunicación luego de ponerse en marcha una verdadera campaña anticomunista dirigida a estigmatizar al grupo armado.38
En medio de esta situación