La izquierda mexicana del siglo XX. Libro 3. Arturo Martínez Nateras. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: Arturo Martínez Nateras
Издательство: Bookwire
Серия: La izquierda mexicana del siglo XX
Жанр произведения: Социология
Год издания: 0
isbn: 9786073033954
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son más restringidos, las proporciones más asimétricas. Además de los cambios de políticas de un sexenio a otro, las cancelaciones para editar materiales diferentes —en lenguas— y los avatares propios de los programas nacionales de publicaciones, hay otros problemas, propios de la edición en lenguas indígenas.

      El programa multicultural, además de cumplir con las normas de selección establecidas hace 15 años por un equipo interdisciplinario de especialistas, que no aceptaba la traducción de textos no indígenas a las lenguas, debería tener a estas alturas alfabetos oficiales, equipos de dictaminadores, traductores, correctores, tipógrafos y editores; debió invertir en promotores y ocuparse, con las instituciones obligadas a ello, de eliminar las restricciones al uso de los acervos en algunas bibliotecas —para que los libros cumplieran su cometido—; debió haberse asociado con intelectuales hablantes de lenguas, autores, editores, bibliotecarios, y crear equipos de valuación, seguimiento y transparencia que los convirtieran en algo más que compradores o proveedores de mercancías.

      El libro ha sido durante siglos un objeto ajeno a muchas culturas, indígenas o no indígenas, y ahora deben crearse modos particulares de apropiación, un modelo indígena de lectura que incluya además de la información procedente de los pueblos y comunidades, el reciclaje y la vuelta de los acervos a quienes los generaron. Cualquier iniciativa hacia los indígenas debe regirse por el respeto y reconocimiento: no por proyectos de redención, filantropía, beneficencia o complacencia que maquillen su realidad. Los libros para indígenas jamás se venden en librerías —su costo los vuelve clasistas—, no aparecen reseñados en ninguna parte: son invisibles. Sólo sentimos su existencia al escuchar su eco en nuevos escritos hechos por los niños.

      Los islotes ganados al sistema romo e insensible, se convierten en cuotas que ni siquiera se cumplen cabalmente. Los indígenas que podrían servir de aliados prefieren ser parte de un privilegiado y mínimo sector de becarios estatales o federales, pues ya no hay apoyos específicos para artistas o artesanos indígenas. Los porcentajes se aplican a discreción y según los usuarios, que deben conocer y manejar formularios complejos y procedimientos para la incorporación a estos sistemas. No gana el mejor artesano ni el mejor artista, sino el gestor más hábil y mejor relacionado. Ya ni la demagogia es lo que solía ser.

      México es un país multicultural solamente en el papel; se reformó la Cons­titución sin tener la ideología, la infraestructura ni las posibilidades para ejercer una declaración políticamente correcta en el ámbito internacional, pero insostenible en términos reales. En el terreno de los hechos, el racismo, la discriminación y la ignorancia de una parte, y la pobreza, marginación y anuencia de la otra, parecen borrar gran parte de los esfuerzos individuales, comunitarios o institucionales por sobreponerse a dicha realidad.

      La globalización ha sido un éxito: ha atraído a su seno a todos los ciudadanos —indígenas incluidos— manteniéndolos lejos de las esferas de las decisiones y sometidos a la masificación de la cultura, la educación y la información. La televisión y los libros de texto gratuito han llegado a los más recónditos orificios de la patria; esta penetración pretende que los muy distintos consumidores abandonen sus culturas particulares para divulgar y pregonar las bondades que supone la salida de la barbarie hacia el consumo. Por otra parte, la modernización ha sido un fracaso: las lenguas y culturas permanecen, las comunidades luchan a pesar del acoso, prohibiciones, legislaciones, ideología colonial o neocolonial; de la marginalidad, represión, políticas diversas de integración, asimilación, aculturación, o como les dé por llamarla, según la época y el vocero.

      “Un México donde quepan todos” no es posible cuando los intelectuales —de izquierda o de derecha— y la clase gobernante esgrimen un pensamiento evolucionista y moralista. Donde la cultura del mall, de la academia o del partido se considera superior a cualquier idea de cualquier indígena y se solapa el genocidio a través de los medios y la educación. La supeditación de los indígenas al Estado o sus instituciones sufrió un resquebrajamiento radical tras el levantamiento zapatista. Pero la atención a los indígenas y la parodia de su participación no sólo conservan una inercia perniciosa, sino que eliminan el espacio posible para crear otras formas de relación.

      A principios del siglo xxi seguimos padeciendo una herencia histórica de soberbia, salvacionismo mesiánico, demagogia jactanciosa, semejantes en izquierdas y derechas. También la izquierda apoya y ha apoyado a los indígenas; ha avalado, como el gobierno, iniciativas de la antropología más progresista: después de todo, no importa, es un lujo que se pueden dar. Ocuparse de ellos, o eliminarlos, da lo mismo. La indiferencia y la vergüenza son compartidos por gobiernos, izquierdas, maestros, individuos, leyes, por los indios mismos. Se trata cuando mucho de repetir gestos, no de ejercer justicia. Y de curar en salud la mala conciencia. Los indios nunca serán una amenaza al sistema. Las lenguas y las culturas, institucionalmente, se respetan, rescatan, admiran, denigran; desaparecen, se conservan, por decreto, pareciera, y no porque sus hablantes las mantienen vigentes, fluidas, en marcha.

      Por otra parte, la multiculturalidad nunca es universal, recae solamente sobre los indígenas. A diferencia de ellos, los no indígenas nunca han recibido una educación multicultural ni han sido sometidos a las presiones que se padecen en las aulas indígenas. Las políticas oficiales, legislación e iniciativas que favorecen la multiculturalidad educativa, editorial o informativa entre los hablantes del español son pocas, superficiales, históricas e idílicas, o de tinte folclorizante y mediático. Los medios, a su vez, son franca y mayoritariamente racistas: ensalzan modelos contrarios a los indígenas y hacen sorna de las diferencias hasta inculcar el ridículo en el seno mismo de sus víctimas. La educación no indígena tampoco ha cumplido su tarea. En consecuencia, uno de los polos debe luchar, a contracorriente, para terminar con la inequidad que padece, con las armas del contrario. Y este polo es el más débil y vulnerable.

      La solución al problema no se ha dado en 500 años; los decretos verticales sólo podrán revertirse con decisiones, medidas y participación horizontales que enriquecerían no sólo la propuesta indígena sino el modelo educativo y editorial de todos los mexicanos. La igualdad ciudadana homologa en un sistema perverso: los indios son consumidores y productores en el último escalón de una economía dañada, dependiente y sometida a niveles domésticos y en el ámbito internacional; usuarios de la educación y programas más rezagados, sin opción histórica para determinar sus contenidos. La lucha por el reconocimiento de la diferencia es considerada por los políticos y las izquierdas recalcitrantes como un retroceso. Así es como los indígenas deben llegar, tarde y pobres, a un neoliberalismo mercenario para participar de la democracia, inexistente.

      Picar piedra, subir cuestas. Los niños que escribieron Hacedores en Guerrero y pudieron continuar su educación, tras haber sido la mejor generación de instructores en su lengua, por haberla vivido en carne propia, van a estudiar con dos años de servicio y de experiencia acumulada a la upn de Ometepec o la Normal de Ayotzinapa. Los hacedores de Hacedores, conscientes y pensantes, alegan, luchan, marchan, son secuestrados, mueren: se les roba el rostro, se les tira, desollados a la orilla de la carretera.

      Toda propuesta que represente alguna esperanza será cooptada, ingerida por un monstruo omnívoro, incorporada a la gula de los dirigentes, la demagogia o, en el mejor de los casos, considerada como folclore. Guelaguetza generalizada, bajo techo y con estacionamiento, con el beneplácito de propios y ajenos.

      —¿Moriremos sin ver?— pregunté un día al Comandante Moisés. —De morir, moriremos, es para la chiquitillada que trabajamos.

      Chiquitillada que nos matan, o se convierte, en otros lugares, en usuaria de tablets y aprendiz de inglés obligatorio —útil sobre todo para los niños mixtecos que ordeñan amapola o migran a San Quintín—, en escuelas donde el agua escurre y los niños chapalean en el piso de lodo para resguardar sus libros de la lluvia.

      Archipiélagos comunitarios

      y movimientos sociales de resistencia

      Pilar Calveiro