También amo los deportes. En el instituto fueron el fútbol y el béisbol. Durante el curso preparatorio para el ingreso en la facultad de medicina, en la universidad me dediqué aún más al fútbol. Siendo estudiante de tercer año de medicina, completé mi primer triatlón con una bicicleta de montaña en Columbia (Misuri), y fue lo más divertido que hubiera hecho jamás. Mientras nadaba por un lago bastante contaminado, no dejaba de pensar: «Es fantástico; quiero seguir haciendo esto».
Unos años más tarde estaba metido de lleno en el mundo de los Ironman, en los que se nadan 3,8 kilómetros, se recorren 180 kilómetros en bicicleta y se termina corriendo un maratón de 42 kilómetros. Durante mi primer Ironman llevé un micrófono para el programa The Early Show, de la CBS, en calidad de corresponsal médico, y recuerdo que pensaba que si iba a morir, al menos mi muerte quedaría inmortalizada. Fue una locura…, me encantó. Ahora ya he completado nueve, y a su manera todos y cada uno fueron matadores. Recuerdo que en el Ironman de Hawái pasé las 12 horas más calurosas de mi vida. Me sentía como una langosta cocida y no podría haber sido más feliz.
De lo dicho se deduce lo natural que es para mí la combinación de medicina y deporte. Personas como tú y yo, que practicamos deportes o participamos en carreras, sufrimos lesiones, desde distensiones musculares hasta huesos rotos. Mi estrecha relación con el deporte estableció una simbiosis con mis estudios médicos, y viceversa.
Ahora soy médico especialista en medicina del deporte en el New York City’s Hospital for Special Surgery, el mejor hospital en traumatología de Estados Unidos. Acudo a diario al trabajo y soy consciente de la suerte que tengo de ayudar a que otras personas consigan sus metas. El ejercicio de mi profesión me ha permitido tratar a más de 20.000 pacientes y deportistas de todas las edades y niveles, desde niños hasta adultos, desde jugadores de fútbol americano hasta bailarinas (también soy médico de las Radio City Rockettes).
Mi trabajo se centra en la medicina del deporte conservadora. Eso significa que intento conseguir que la gente no se quede parada y, siempre que sea posible, encontrar alternativas a la cirugía. A veces la cirugía es necesaria y útil, pero no siempre. Si hay forma de que un deportista vuelva a jugar sin cirugía, intento dar con ella.
He aquí el origen de este libro, una combinación de mi labor profesional y personal: 15 años de actividad médica y 30 años de vida deportiva. Todo ello confluye en este texto.
Quiero que sigas sano; y si te lesionas, quiero ayudarte a volver a la actividad que tanto te gusta lo más rápido y seguro que sea posible. Como seres humanos, uno de nuestros mayores dones es la capacidad de movernos. Todo el que lleve una vida activa –sea un competidor serio o un guerrero de fin de semana al que le guste sudar por diversión– sabe de lo que estoy hablando. No estamos hechos para sofás ni estrechos cubículos. Necesitamos movernos. Y cuando esa capacidad queda comprometida por el dolor, se necesitan soluciones inmediatas. Lo que quiero es que te muevas de nuevo.
Seamos sinceros, a veces es necesario acudir al médico, y aquí te diré cuándo; en tal caso, será mejor que me hagas caso. Sin embargo, muchas veces podrás recurrir a tratamientos caseros para recuperarte y volver a hacer lo que te gusta. Saber qué hacer te hará más independiente.
Siempre lo he dicho, «si eres deportista, acude a un deportista»; es decir, a un médico deportista, un nutricionista deportista, un fisioterapeuta deportista, etc. Cuento con toda una red de deportistas de este tipo para mis pacientes. Los deportistas entienden a los deportistas. Usa este libro para ayudarte a ti mismo.
El deportista te verá a continuación.
Tu cuerpo:
Por qué se lesiona y cómo prevenir lesiones
Durante mi primer año en la facultad de medicina jugué al fútbol en un club de la Universidad de Misuri. Era sólo por placer, pero era estupendo pasar un día al aire libre y en movimiento. Jugaba de delantero y durante un partido, mientras el portero despejaba el balón, me di la vuelta para interceptarlo y entonces noté que algo se salía de su sitio y sentí un dolor increíble en la rodilla. Caí al suelo gritando: «¡Me he roto el LCA, me he roto el LCA!».
Me refería al ligamento cruzado anterior de la rodilla derecha. Estaba seguro de ello. Y saberlo con certeza me dejó totalmente desmoralizado. ¿Por qué? Porque no se trataba sólo del dolor en la rodilla. Sabía que mi carrera deportiva acababa de dar un giro espantoso. Psicológicamente, aquello hizo mella en mí, porque por aquel entonces hacía ejercicio a diario, no miento. Era consciente de que cuando hacía ejercicio a diario era mejor estudiante: estaba más centrado, más motivado y pleno de energía. Estudios científicos ya demostraron hace más de 15 años esa conexión entre cuerpo y mente. Yo sabía que el fútbol era un elemento muy importante en mis estudios.
La rodilla me dolía, pero mi mente había naufragado por completo. Nunca me había hecho tanto daño y no sabía cómo procesar lo ocurrido. No sabía cómo no practicar deporte. Me he definido como deportista, pero aquélla fue la primera vez que me vi apartado del deporte.
Al echar la vista atrás, me doy cuenta de que pasé por las etapas clásicas del duelo: negación, depresión, aceptación, etc. Era consciente de que mi rodilla jamás volvería a trabajar como antes. Al arrebatárseme esa posibilidad, dentro de mí se abrió un pozo negro. Así estaba de comprometido con el deporte (¡y todavía lo estoy!).
Obviamente, aquel día la visita al hospital confirmó mi diagnóstico. No había operación para repararlo; lo gracioso de este tipo de lesión es que pasadas un par de semanas, te sientes bastante normal. Al principio abrigué esperanzas. Quizá la lesión no fuera tan grave, quizá se curase sola. Pero cada vez que torcía la rodilla, siquiera un poco, sentía que cedía. La articulación era completamente inestable.
Pero yo era muy cabezota. Seguí adelante y me dediqué a nadar y a montar en bicicleta. Entonces, un día que estaba jugando al baloncesto con mi hermano y salté a poner una bandeja, la rodilla cedió. Me puse a cojear por la pista aceptando que tenía que solucionar aquella lesión.
Cientos de preguntas me pasaron por la cabeza y todas sonaban a algo así como: «¿Podré rendir al mismo nivel que antes de la cirugía?».
El proceso fue tremendamente doloroso. Por aquel entonces, la cirugía de reparación del LCA y la recuperación eran más dolorosas que la lesión en sí. Todo eso ha mejorado mucho desde entonces, pero en aquel tiempo…, ¡auhh!
Lo que por aquel entonces no sabía es que existe toda una serie de ejercicios preventivos que podría haber practicado. Más adelante, cuando como médico y deportista empecé a practicar ejercicios pliométricos y entrenamiento de la fuerza, me di cuenta de que mi rodilla estaba mejor cuando fortalecía la musculatura. Cuando mis caderas, glúteos y piernas están fuertes, la rodilla me duele menos.
Es sorprendente: puedo controlar casi todo el dolor con mi fuerza.
Esto es crucial, porque a) la fuerza puede prevenir una lesión como ésta, y b) si tienes una lesión articular como una rotura del LCA –esté reparada o no–, hay un sesenta por ciento de posibilidades de sufrir osteoartritis en la madurez (yo mismo tengo un poco). Sin embargo, la fuerza y la condición física actúan de modo que puedo mitigar los síntomas de la lesión. ¿Cómo? Los músculos sostienen y estabilizan la articulación. Piensa en ello la próxima vez que quieras saltarte un entrenamiento o escatimes la rehabilitación de alguna parte del cuerpo que te esté doliendo.
Desde luego, ahora mi rodilla está mejor, y entreno a diario para carreras de fondo y pruebas de atletismo. Pero nunca olvido lo terrible que fue aquella lesión, no sólo para mi rodilla, sino también para mi mente.
Esa experiencia me ha