—Porque sí. ¿Hay un día para jugar al Fortnite?
—No, hay un día para que podamos llevarte e irte a buscar.
—Que no es mañana –confirmó Felipe.
—No. Mañana tu hermana se va a la marcha, yo tengo jornadas pedagógicas y tu papá, ya sabés que no podemos asegurarlo.
—Bueno, me quedo a dormir.
—No te vas a quedar a domir en lo de Nico, Felipe. El miércoles hay escuela.
—Y bueno… el miércoles vamos a la escuela juntos.
—Felipe… Si ustedes van a jugar al Fornite… ¿vos crees que van a dormir a la noche?
—¿Ves que me tienen que comprar la Play?
—Todos tus argumentos llevan al mismo punto, ¿no? No, mañana no podés. Olvidate.
—¿Por qué no le decís a Agus que no vaya a la marcha? –se quejó Felipe, con esa eterna sensación que tenía de que siempre salía perdiendo.
—Fin de la conversación, Felipe. Vas otro día.
Felipe se fue pateando el piso y Paula suspiró. Sonó el celular. Miriam. Mejor atenderla.
—No sé nada, Miriam –dijo sin esperar la pregunta.
—Es que estoy llamando a Graciela y no me atiende.
—A mí tampoco. En cuanto sepa algo, te llamo.
—Bueno, lo antes posible. Tengo que arreglar con Lorena, porque ella tiene que pedir permiso para salir antes de la oficina y ya la conocés. Si no le doy hora y coordenadas precisas, se pone como loca.
—Te llamo, Miriam.
Miriam colgó y Paula suspiró una vez más. Aprovechó y cerró la puerta de la cocina. Por un rato, solo pensaría en las milanesas.
La cena se puso difícil. Julieta no sabía por dónde empezar y su mamá no le tiraba un centro ni de casualidad. Federico comentaba, muy entusiasmado, un nuevo proyecto que había llegado al estudio que, según decía, les permitiría este año, por fin, salir de vacaciones.
—Yo quiero ir a la playa –dijo Fran–. Vamos a Santa Teresita.
—¿Santa Teresita? Alto embole, Fran. Ni loca. Nadie va ahí –se opuso Julieta.
—Bueno, según tengo entendido –comentó Fede con ironía–, es una playa que se viene defendiendo bastante bien como centro turístico. Yo no diría que no va nadie.
—Bueno, van –dijo Julieta–, pero todos viejos.
—¡Ajá! –siguió Fede–. Así que ahora hay playas para viejos y playas para jóvenes. ¿Vos sabías? –le preguntó a Graciela.
—No empiecen, ¿quieren? –pidió Graciela, sabiendo que esa no iba a ser la peor de las discusiones esa noche.
—No es para viejos. Además tiene la pista de karting, ¿te acordás? –insistió Fran.
—¡Ah…re! ¡Muero por andar en karting! –se burló Julieta.
—Y yo muero por ir a Gessell a dar vueltas por la Avenida 3 toda la tarde con la tonta de Ernestina. Alta joda –le contestó Fran.
—Ernestina no va a Gessell.
—Bueno, la otra. Es igual de tonta.
—Suficiente –dijo Graciela–. Ni siquiera sabemos si vamos a ir de vacaciones.
—Papá dijo.
—Papá dijo “a lo mejor”, y en última instancia somos nosotros los que vamos a decidir.
—Obvio –dijo Julieta.
—¿Por qué “obvio”? –preguntó Federico, ya al borde del enojo.
—Porque siempre deciden por nosotros.
—Da la casualidad –dijo Fede–, que somos sus padres. ¡Mirá vos!
—Bueno –le contestó Julieta, en plan de lucha total–, nos tuvieron porque ustedes quisieron. Nosotros no pedimos nacer. Ahora no se quejen.
—¡¿Quién se está quejando?! –tronó Fede–. Decí algo, ¿querés? –le pidió a Graciela.
—Julieta, estás diciendo cualquier cosa, solo por provocar. Ustedes nacieron porque nosotros queríamos. Los queríamos y no nos estamos quejando en absoluto.
—¡Buá! –comentó Fran.
—Hasta Fran se da cuenta de que no nos querían tener.
—Pero, ¡¿qué estás diciendo, Juli?! –preguntó Graciela mirando alternativamente a su hija y a Federico–. ¿De dónde sacás esas ideas?
—No son ideas. Son sentimientos. ¿Ves? Por eso quiero ir a defender el aborto, para que no nazcan chicos a los que nadie quiere.
Federico y Graciela se miraron, mudos. ¿A qué venía todo esto?
—Juli… la marcha de mañana no es por eso –intentó Graciela.
—Sí, es para defender a las mujeres que no quieren tener hijos.
—Pero no así. No porque sí, Juli… –insistió Graciela–. Hay muchísimos motivos para un aborto. No es un capricho. No es solamente porque “no querés” al bebé…
—Es para que respeten nuestros derechos.
—Sí…
—Y ustedes no los están respetando porque no me van a dejar ir, ¿no?
—Bueno, todavía no lo … –empezó Graciela
—No. No te vamos a dejar ir. ¿Contenta? –dijo Federico–. Ahora podés hacer una marcha en el pasillo porque avasallamos tus derechos y te hicimos nacer contra tu voluntad.
Julieta se levantó empujando la silla y corrió a su cuarto. Escucharon un portazo.
—Se te fue la mano –dijo Graciela.
—Alguien le tiene que poner un límite.
—Y alguien la tiene que escuchar, también.
—Creo que me voy a jugar al Minecraft –comentó Fran y también él dejó la mesa.
Julieta cerró la puerta de su cuarto y se tiró en la cama. Estaba furiosa y no sabía qué hacer: si llamar a Agustina para contarle lo retrógrado, antiguo y monstruoso que era su papá o no contar nada y esperar, a ver si su mamá lograba que entrara en razones.
Podría llamar a la tía Miriam para que tratara de convencerlo de que no iba a pasar nada pero, seguramente, eso solo iba a generar una discusión entre ellos. Estaba tan segura de que iba a poder ir a la marcha que ni se le había pasado por la cabeza que su papá no fuera a darle permiso. No le podía decir eso a sus amigas. Iba a quedar como una tonta. ¿Qué clase de derechos iba a defender si ni siquiera podía defender los suyos? Lo odiaba. Y también odiaba a su mamá, que no hacía nada por ayudarla. Porque si su mamá dijera algo… Tal vez ese fuera un buen intento.
Abrió la puerta de su cuarto para ver si su papá todavía andaba por ahí. No se escuchaban voces. Solo su mamá en la cocina, mandando un mensaje de audio.
—Pau... Juli no va a ir a la marcha mañana. ¿Le avisás a Miriam? No tengo ganas de aguantarla.
La respuesta