–Me refería a que me vuelves loco de un modo estupendo.
Ella se mordió el labio. Parecía que se había quedado muda al oír su confesión. No sabía qué pensar.
Y a él le ocurría lo mismo.
Molly se giró y miró la oficina. Tenía la típica forma de rectángulo. Estaba amueblada con un sofá destartalado de tres asientos y un archivador.
–¿Qué piensas?
¿Que qué pensaba? Que quería tender al elfo en uno de los escritorios y probar hasta el último centímetro de su cuerpo. Eso era lo que pensaba.
Al ver su expresión, ella le preguntó:
–¿Debería saberlo?
–Si lo supieras, saldrías corriendo.
Molly se detuvo, como si estuviera pensando en insistir para que se lo dijera.
«Hazlo», pensó él.
Pero ella se encogió de hombros y abrió un cajón.
–Oh, vaya.
Él se acercó y comprobó que todos los cajones que estaba abriendo Molly estaban vacíos.
–¿Crees que lo limpia todo todas las noches? –preguntó Molly–. ¿O lo ha hecho por nosotros?
–No lo sé, pero vamos a averiguarlo.
Ella asintió. Miró a su alrededor, pero allí no quedaba nada. Ningún papel, ningún ordenador.
Nada.
–Y ahora, ¿qué?
–Volveremos en tu siguiente turno. En algún momento, esta oficina estará desatendida. Tal vez, durante el bingo. Entraré entonces.
–Eso parece muy peligroso.
Lucas se encogió de hombros. Había estado en situaciones peores.
Ella lo miró.
–¿Qué pasa?
–No me gusta pensar que te estoy poniendo en una situación peligrosa.
Él se rio en voz baja.
–Algunos trabajos de los que hacemos son así, ya lo sabes. Esto no es nada.
–Será mejor que no resultes herido por mi culpa.
Él tuvo una sensación cálida. Hacía mucho tiempo que nadie se preocupaba por él. Su familia, sí, lógicamente, pero él les ocultaba el verdadero alcance del peligro de su trabajo.
Molly sí lo sabía, y lo entendía.
Y se preocupaba por él.
Aquello era una sensación extraña para él. Desde que le habían herido de bala, se había sentido extraño, solo. Aunque, si era sincero consigo mismo, tendría que reconocer que se sentía solo desde hacía mucho más tiempo. Después de perder a Carrie y, unos pocos años después, a su hermano Josh, en un incendio provocado, había decidido no volver a sentir demasiado por nadie.
Pero estaba sintiendo de nuevo, y sabía que era por Molly.
Lo que no sabía era qué iba a hacer al respecto.
Cuando volvieron al coche, Molly cerró los ojos y suspiró de cansancio.
–¿Por qué me miras así?
Al subir al asiento, el vestido se le había subido de nuevo por los muslos. Era una visión muy agradable; sin embargo, él se daba cuenta de que tenía dolores, porque tenía una tensión alrededor de los labios y los ojos. Lucas sabía que no podía mostrar ni un ápice de compasión, porque lo más probable era que ella lo matase.
–¿Parezco un idiota si te digo que me gusta cómo te queda ese traje? –le preguntó.
Ella se echó a reír.
–Bueno, por lo menos, eres sincero.
Él iba a preguntarle qué quería decir con «por lo menos», pero a ella la llamaron por teléfono. Respondió y escuchó un momento.
–Joe, no, no puedo tomarme la noche libre mañana para sustituirte. Ya te he dicho que estoy trabajando en una cosa…
Molly hizo una pausa y suspiró.
–Ya, claro. Tu novia es maravillosa y te va a llevar a una cita sorpresa y fantástica, y claro, tú has pensado que, como Molly no tiene vida propia, voy a pedirle que me sustituya. ¿Es eso?
Lucas se estremeció por Joe.
–No, claro que no –siguió Molly, después de un instante–. Por favor, deja que contribuya a que tu vida, que ya es maravillosa y genial, sea todavía mejor. Yo ya me las arreglaré.
Colgó, apoyó la cabeza en el respaldo y cerró los ojos.
–No me digas que no soy agradable. Ya lo sé.
–No iba a decir eso –respondió Lucas.
–¿Acaso soy agradable? –preguntó ella con ironía.
–Porque tú ya sabes que no eres agradable.
Ella dio un resoplido.
–Además, Molly… Tú sí tienes una vida.
Ella abrió los ojos y lo miró.
–¿Eso crees?
–Sí. Tienes muchos buenos amigos. Siempre estás saliendo con tus amigas, a los bares, de tiendas, al spa. Y tienes un buen trabajo que te mantiene ocupada y una familia a la que quieres.
–Sí, tengo amigos –dijo ella–, pero no permito que nadie se me acerque demasiado, porque eso no se me da bien. Y no me siento realizada con mi trabajo; por eso estoy persiguiendo a un Santa Claus que nadie piensa que sea malvado, salvo yo.
–Yo sí creo que es malo.
Ella suspiró.
–Pues gracias.
Cerró los ojos de nuevo.
–Y tu familia…
–¿Qué pasa con mi familia?
Él no sabía demasiado, y quería saber más. Sin embargo, no servía de nada preguntarle a Molly. A ella no le gustaban las preguntas.
–Dices que no dejas que nadie se te acerque mucho, pero Joe y tú estáis muy unidos, aunque le grites.
–Hemos tenido que estar unidos, ¿sabes?
–Pues… no. Joe es tan reservado con respecto a vuestro pasado como tú.
–Es una costumbre muy arraigada –admitió Molly–. Además, tampoco hay mucho que contar. Somos muy parecidos a todo el mundo.
Él la miró con ironía.
–Bueno… un poco más reservados, y no siempre… accesibles. Pero, hasta que Joe se enamoró de Kylie hace unos meses, éramos él y yo, solos contra el mundo. Compartimos el cuidado de nuestro padre. Siempre hemos tenido que cuidarlo.
–¿Cuánto tiempo hace que murió tu madre?
–Murió cuando yo era pequeña. Mi padre estaba en el ejército, y volvió de la guerra del golfo para cuidarnos. Pero ya no era el mismo. Tenía síndrome de estrés postraumático, aunque, en aquellos tiempos, esas cosas no se sabían. No era capaz de estar bien durante muchos días.
–¿Y no teníais más familia que pudiera ayudaros?
–No, pero nos las arreglamos. Cuando yo tenía diez años, él ya no era capaz de trabajar, y empezó a necesitar que se ocuparan de él. Así que eso es lo que hicimos Joe y yo.
Lucas intentó imaginarse cómo había sido aquello. Él tenía