—Eras una niña entonces.
—Solo me llevas dos años —le recordó dándole un golpe flojo en el hombro—. Tú también eras un chiquillo.
—Tal vez. Recuerdo haberme sentido tan terriblemente impotente…
—¿Como ahora? —conocía a su hermano, sabía que había seguido desviviéndose por facilitarle a toda costa la vida cuando ella era ya un ser adulto y responsable—. Ya no soy una niña, Cannon. Puedo soportarlo.
—No tienes por qué.
—Sí que tengo por qué —replicó con tono suave—. Porque no quiero que mi hermano mayor vuelva a hacerse cargo de mí, como siempre.
Él le tomó la mano.
—Sabes que disfruto haciéndolo, ¿verdad?
Su propia risa le sonó patética. Demasiado bien recordaba cómo su madre había terminado cediendo por causa de ella. Pero Cannon había localizado a aquellos tipos y, aunque solo había tenido dieciocho años en aquel tiempo, se lo había cobrado a puñetazo limpio… por causa de ella.
De alguna manera, ella lo había influenciado para que se convirtiera en luchador.
Y era por eso por lo que había formado la patrulla de barrio. Todo el mundo adoraba a Cannon, pero ella era la primera.
—Supermán —se burló—, esta vez te prometo que me las arreglaré bien sola.
Un ligero golpe en la puerta le hizo dar un respingo.
—Es Armie —le apretó cariñosamente un hombro—. Voy a abrir.
Asintiendo, pensó de nuevo en la manera en que Armie se había colocado delante de ella, dispuesto a dejarse llenar el cuerpo de balas en caso necesario.
La emoción le desbordó el pecho, ahogándola, matándola.
Rápidamente se tomó la aspirina e intentó serenarse.
Armie se asomó precavido a la puerta, la vio en el sofá y entró.
—¿Está bien?
—Sí —respondieron Merissa y Cannon al mismo tiempo.
Armie esbozó una leve sonrisa.
—Hey, Larga —dejó las llaves encima de la mesa y esbozó una mueca al ver el moratón de su mandíbula.
—En seguida me salen moratones —explicó—. Para mañana tendrá aún peor aspecto, créeme. Pero solo fue un bofetón. Cualquiera de vosotros ni siquiera se habría enterado.
Armie se puso en cuclillas frente a ella.
—Tú no eres una luchadora, cariño.
Le gustaba cuando le llamaba «cariño», en vez de «Larga». Algo cariñoso, afectuoso.
—¿En serio? —bromeó. Jamás había combatido. El miedo y el acelerado latido de su corazón la convertían en un ser débil, maleable. Lo cual le irritaba—. Soy grande, pero no tengo músculo.
—Alta —la corrigió Armie—. Eres alta, pero no grande. Y más bien…
—¿Qué?
Reflexionó sobre ello.
—Delicada.
Esbozó una genuina sonrisa. ¿De manera que Armie Jacobson la veía como una mujer delicada? Vaya.
Consciente de que necesitaba terminar con aquello, apuró el refresco, dejó el vaso a un lado y se levantó.
Armie hizo lo mismo, lentamente, sin dejar de estudiarla. Cannon permaneció de pie a su lado, extrañamente silencioso. Ambos la observaban como esperando que fuera a desmoronarse en cualquier momento.
Y quizá lo habría hecho… si no hubiera tenido espectadores.
Se alejó unos pasos, necesitada de ganar algo de distancia para decirles lo que les dijo a continuación:
—Creo que aquel hombre solo quería jugar conmigo. Quiero decir que, al margen de lo que me dijera, no tenía tiempo para… para…
Tanto Armie como Cannon se quedaron inmóviles como estatuas.
Sonriendo ligeramente, Merissa prosiguió:
—Afirmó querer violarme, pero todos sabemos que no podía hacerlo. No en medio de un atraco, ¿verdad? En lugar de ello, intentó manosearme —las palabras se le atascaron en la garganta; se tocó la pechera del suéter, donde le faltaba un botón, y se obligó a continuar—. Me abofeteó cuando lo empujé. Esa es la marca que me dejó en la mandíbula. Me tambaleé y algo de mi escritorio me cayó encima. Él volvió a por mí, pero entonces Armie… Armie me salvó —juntando las manos, miró a las que, para ella, eran las dos personas más importantes del mundo. Los quería a los dos, solo que de manera muy muy diferente—. Eso es todo, chicos, os lo prometo. Me pegó una vez, el tipo se enfadó conmigo, pero no ocurrió nada peor que eso.
—Rissy…
Aquella única palabra susurrada por los labios de Armie casi convirtió sus rodillas en pura gelatina.
—Y ahora tenéis que marcharos —insistió con tono urgente—. Los dos —una especie de garra invisible se cerró sobre sus pulmones—. Por favor.
Con expresión torturada, Cannon le preguntó:
—¿Me llamarás en caso de que necesites algo? ¿Cualquier cosa?
Ella asintió rápidamente.
—Sí.
—¿Y te reportarás solo para que yo…?
—Te mandaré un par de mensajes de texto esta noche y también mañana por la mañana antes de salir para el trabajo, te lo prometo —«por favor, solo márchate de una vez antes de que me derrumbe…», rezó para sus adentros.
Armie se pasó una mano por el pelo y maldijo por lo bajo.
—¿Algún problema? —inquirió Cannon.
—No.
Merissa miró la sangre reseca de su pelo, de su camisa. En su mente, una y otra vez, seguía viendo cómo se adelantaba para protegerla con su cuerpo.
—Cannon debería estar echándote la bronca a ti, porque tú estás en mucha peor forma que yo. Vete a casa y haz lo que sea con tal de que te sientas mejor…
Lo que probablemente significaba que se buscaría una mujer bien dispuesta, o dos, o tres… y se perdería en una orgía de placer. «Maldita sea», se dijo Merissa. No podía dejar que ese pensamiento la perturbara tanto…
Vio que se le dilataban las aletas de la nariz, pero al final asintió. Como si hubiera perdido una batalla interior, flexionó los dedos de las manos.
—Si tienes ganas de hablar —siguió flexionándolos, con un gesto casi doloroso—, simplemente llámame.
—Puede que estés ocupado —susurró.
—No —negó con la cabeza, enérgico, y volvió a darle otro abrazo tan tierno que casi acabó con su resolución. Tras darle un tierno beso en la frente, se dirigió hacia la puerta—. Esperaré fuera.
Merissa lo observó alejarse, a grandes zancadas y paso rápido.
Fue casi como si estuviera huyendo. Permaneció mirando fijamente la puerta incluso después de que se hubiera cerrado en silencio a su espalda. La preocupación por Armie la hacía olvidarse de su incomodidad.
—Rissy.
Dio un respingo y desvió la mirada hacia su hermano.
—Ya sabes que te quiero…
—Sí —jamás en toda su vida lo había puesto en duda.
—Y también