Guau. Bueno, podía ser que ella, como él, necesitara permanecer ocupada. Un día libre solo serviría para obsesionarse con la escena de violencia vivida.
Con tono firme, Cannon dijo:
—Ven a casa a conmigo y hablaremos de ello.
—La decisión es mía —le recordó ella, fulminándolo con la misma mirada que antes le había dedicado a Armie.
—Yvette te está preparando la habitación de invitados.
—Cannon —le dijo ella, sonriendo—. Te quiero mucho. Y a Yvette también. Gracias por el ofrecimiento. Pero, en serio, no quiero compañía esta noche, y tampoco quiero perderme la jornada de trabajo de mañana. Solo quiero… solo quiero digerir esto, ¿sabes?
Él la tomó de la barbilla.
—No tienes por qué hacerlo sola.
Armie vio que el labio inferior empezaba a temblarle y maldijo para sus adentros. Merissa tenía una impresionante fuerza interior. A la gente fuerte no le gustaba publicitar sus momentos de debilidad.
—Déjala, Cannon. Ella sabe que puede contar contigo, pero quizá ahora mismo lo único que quiere es estar sola —Dios sabía que acababa de vivir un infierno y que, probablemente, estaba a punto de desmoronarse. Necesitaba desahogarse, seguro, pero eso era algo que nunca haría delante de otras personas.
—Exacto —se apresuró a confirmar ella antes de suplicar a su hermano con un puchero—: Por favor, entiéndelo…
Cannon estudió su rostro, se volvió para mitrar a Armie y cedió por fin.
—Está bien. Siempre y cuando nos llames un par de veces, esta noche antes de acostarte y mañana antes de salir para el trabajo…
La carcajada que soltó Merissa sonó a lágrimas, a ternura y a gratitud.
—Apuesto a que Yvette la vuelves loca.
La expresión de Cannon se suavizó.
—Concédeme el derecho a preocuparme por la gente a la que quiero —le cerró las solapas del abrigo bajo el cuello—. Es el mismo espíritu de tus habituales mensajes, ¿no te parece?
—Ya.
Los habituales mensajes a los que se refería Cannon eran los de Rissy estuvo aquí. Solía enviar aquellas tres palabras en mensajes de texto cada vez que no contestaban a una llamada suya. A veces dejaba notas de papel o, en el caso de Armie, las garabateaba en el polvo o el vaho del parabrisas de una camioneta. Armie conocía su filosofía: quería que los amigos supieran que se había pasado por su casa o que les había llamado, pero al mismo tiempo no deseaba molestarles en caso de que estuvieran ocupados.
Consciente de que se mantendría en contacto, Armie experimentó el mismo alivio que Cannon.
—Te llevo a tu casa —se ofreció Cannon.
Ella volvió a lanzarle otra severa mirada.
—Quiero llevarme mi coche.
—Hagamos una cosa —propuso Armie, viendo que había empezado a temblar de frío—. Ve tú con Cannon, que yo te llevaré el coche.
—Pero estás herido. Necesitas…
—Una ducha —dio Armie—. Y dormir un poco —además de eso, no le habría importado echar también el guante a aquellos dos canallas—. Eso es todo.
Ella miró el corte que tenía en la frente, que afortunadamente había dejado de sangrar debido a la venda adhesiva, y después los otros moratones de su rostro.
—Me has visto en peores condiciones después de algunos combates.
—En realidad, no —escrutó su rostro—. Armie, yo…
Él la interrumpió en voz baja:
—Lo sé. Hablaremos mas tarde, ¿de acuerdo?
Merissa se volvió hacia su hermano.
—¿Sabes lo que hizo?
—Logan me lo contó.
Armie resopló escéptico.
—No fue nada. Y ahora vámonos. Se me está enfriando el trasero aquí.
Estaban atravesando el aparcamiento cuando ella le preguntó:
—¿Qué harás con la camioneta?
—Me la recogerá alguno de los chicos. O quizá Cannon vuelva para llevármela. No te preocupes.
—Está bien —después de mirarlo largamente, le entregó las llaves de su coche… y luego lo sorprendió al darle un abrazo
Estúpidamente anonadado, Armie aspiró profundo, vaciló, pero no pudo resistirse a devolverle el abrazo. Nunca, ni en un millón de años, olvidaría el miedo que le había atenazado ante la posibilidad de perderla. Incapaz de evitarlo, la tomó de la nuca y le apretó la mejilla contra la suya.
Olía a piel cálida, a champú de flores y a puro reclamo sensual, un aroma que, era seguro, lo tendría algo más que inquieto durante el resto de aquella noche.
—¿Armie? —susurró—. Gracias. Por todo.
Dado que carecía de palabras para describir lo que sentía, asintió, retrocedió un paso y se quedó viéndola subir al coche. Se sentó en el asiento del copiloto.
Cannon miró a Armie con ojos entrecerrados.
—¿Seguro que te encuentras en condiciones de conducir?
—Sí —empezó a alejarse—. Os veo allí —su intención era devolverle las llaves y marcharse luego, dándoles tiempo suficiente para hablar.
En cuanto a él, necesitaba un poco de intimidad… para desmoronarse a su vez.
Capítulo 3
Merissa adoraba a su hermano. Siempre lo había visto como un supermán, un gigante, una roca a la que agarrarse cada vez que lo necesitaba. Solo era un par de años mayor que ella, pero, desde que tenía memoria, siempre lo había visto como un adulto, alguien maduro y responsable.
En aquel momento, supermán estaba en su cocina, insistiendo en servirle un refresco cuando lo único que ella era quería era quedarse a solas para poder llorar a gusto. Sabía que, si se derrumbaba en su presencia, Cannon nunca se largaría de allí.
—Toma —volvió con un vaso de cola con hielo y la urgió a sentarse en el sofá. Le apartó luego delicadamente la melena, con la mirada clavada en el moratón.
Sí, le dolía. Pero la incomodidad física no era nada comparada con el miedo.
Y ella que se había prometido a sí misma, tanto tiempo atrás, que nunca volvería a convertirse en aquella clase de víctima…
Pero aquel miedo… aquel miedo estaba relacionado más bien con la imagen de Armie protegiéndola con su cuerpo como un escudo. Y arriesgando su propia vida.
Deseoso de morir.
—Tómatela —Cannon le tendió una aspirina.
Ella ensayó una sonrisa burlona.
—Esto me resulta tan familiar…
Él se quedó inmóvil y sacudió luego la cabeza.
—No pienses en eso.
No puedo evitarlo. Habían perdido a su padre cuando ella solo tenía dieciséis años. Como propietario de un bar de barrio, se había resistido a dejarse extorsionar por unos matones locales, negándose a pagar la tarifa exigida a cambio de su «protección». Una madrugada estaba cerrando el local cuando unos tipos lo mataron a golpes.
Destrozada pero decidida al mismo tiempo a seguir adelante, su madre casi había cavado su propia tumba para mantenerles