—Kate, ¿qué tiene que ver todo esto contigo? Siempre y cuando Simon no le dé pie, no tienes por qué preocuparte. Y la pobre chica se ha quedado huérfana muy joven.
—Esa es la cuestión. Que sí que le da pie. Cada vez que llama con algún problema o algo que hay que arreglar, él va. Y cada vez llama más. Él pasa mucho tiempo allí. Más del que debería. —Kate hablaba cada vez más alto—. Dice que no es nada, que estoy exagerando, pero no es verdad. Ahora que trabaja con él, están juntos a todas horas. Cenan juntos, viene a casa a montar a caballo, me ignora por completo y babea por él. He llegado a un punto en que no puedo soportarlo más. Le he pedido a Simon que se vaya.
—Kate, escucha lo que estás diciendo. No puedes romper tu familia por algo así.
—Pues ya no lo soporto más. No debería haberla contratado, pero su padre le pidió en su lecho de muerte que cuidara de ella. Sabrina le pidió trabajo a Simon en cuanto su padre murió.
—No me parece que Simon tuviera alternativa —le dijo su madre—. Las cosas se arreglarán. Quizá solo sea por el duelo.
—Francamente, mamá, estoy cansada de ser la esposa compasiva y sufridora. Es ridículo que me traten así y que luego mi marido me diga que soy injusta.
Lily se puso en pie y comenzó a caminar de un lado a otro. Se acercó a donde estaba Kate, le puso las manos en los hombros y la miró a los ojos.
—Voy a hablar con Simon y arreglarlo todo.
—Mamá, no. Por favor, no hagas eso. —Lo último que deseaba era que su madre pusiera a caldo a Simon. Eso empeoraría las cosas. Pero no había vuelto a oír a su madre decir nada sobre el tema. Si Lily había hablado con él, ni Simon ni ella se lo habían dicho.
Miró ahora a Simon y lo vio inclinado hacia delante sobre la silla, con los codos apoyados en las rodillas.
—Por favor, no me rechaces —le dijo—. Sé que hemos tenido nuestros problemas, pero ahora es momento de estar juntos y apoyarnos mutuamente.
—¿Apoyarnos? Hace mucho tiempo que no me apoyas. No debería haber permitido que volvieras a instalarte aquí.
—Eso no es justo. —Simon frunció el ceño—. Me necesitas aquí y yo quiero estar con Annabelle y contigo. Me sentiría mucho mejor estando aquí para cuidar de las dos.
Sintió un escalofrío en los brazos y se apretó la chaqueta de punto al recordarlo: había un asesino suelto. La última frase del mensaje se repetía una y otra vez en su cabeza. Para cuando haya acabado contigo, desearás haber sido tú a la que han enterrado hoy. Eso sugería que aún había más por venir. ¿El asesino habría matado a su madre para castigarla a ella? Pensó en los padres desolados de los pacientes a los que no podía salvar y trató de identificar a alguno que pudiera haberla culpado. O que tal vez hubiera culpado a su padre, que había ejercido la medicina durante más de cuarenta años, tiempo suficiente para crearse enemigos.
—Kate. —La voz de Simon volvió a invadir sus pensamientos—. No pienso dejarte sola. No cuando estás amenazada.
Kate levantó lentamente la mirada hacia él. No podía pensar con claridad. Pero la idea de quedarse sola en aquella casa enorme le resultaba terrorífica.
Asintió.
—Por ahora puedes seguir en la suite de invitados azul —le dijo.
—Creo que debería volver al dormitorio principal.
Kate notó el calor que le subía por el cuello hasta las mejillas. ¿Su marido estaba usando la muerte de su madre para volver a ganarse su afecto?
—Desde luego que no.
—Está bien, de acuerdo. Pero no entiendo por qué no podemos dejar atrás el pasado.
—Porque no se ha resuelto nada. No puedo confiar en ti. —Se quedó mirándolo fijamente—. A lo mejor Blaire tenía razón.
Simon se dio la vuelta con expresión sombría.
—No tenía por qué venir hoy.
—Tenía todo el derecho —respondió ella, enfadada—. Era mi mejor amiga.
—¿Has olvidado que trató de acabar con nuestra relación?
—Y tú te estás encargando de terminar el trabajo.
Simon apretó los labios y se quedó callado unos segundos. Cuando por fin habló, su voz sonó fría.
—¿Cuántas veces tengo que decirte que no hay absolutamente nada? Nada.
Kate estaba demasiado cansada para discutir con él.
—Me voy arriba a acostar a Annabelle.
Annabelle estaba en el suelo con un puzle, con Hilda sentada en una silla cercana, cuando Kate entró en el dormitorio de la niña. ¿Qué habría hecho sin Hilda? Se portaba de maravilla con Annabelle; era cariñosa y paciente, y se mostraba tan entregada con Annabelle que Kate debía recordarle que el hecho de que viviera con ellos no significaba que estuviese de servicio en todo momento. Hilda había sido la niñera de los tres hijos de Selby. Cuando nació Annabelle, Selby le sugirió que la contratara, dado que su hijo pequeño iba a empezar a ir al colegio y ya no necesitaría una niñera a jornada completa. Kate se sintió aliviada y agradecida de tener a alguien de confianza que cuidara de su hija. Conocían a Hilda de toda la vida, y su hermano, Randolph, había sido el chófer de Georgina durante años, un empleado de confianza. Había salido a la perfección.
Kate se arrodilló junto a su hija.
—Qué gran trabajo has hecho.
Annabelle la miró con su carita de querubín y sus rizos rubios.
—Toma, mami —le dijo entregándole una pieza del puzle—. Hazlo tú.
—Mmm. Vamos a ver. ¿Va aquí? —preguntó Kate, y empezó a poner la pieza en el hueco equivocado.
—No, no —dijo la niña—. Va aquí. —Agarró la pieza y la puso en el lugar adecuado.
—Ya casi es hora de acostarse, cariño. ¿Quieres escoger un libro para que mamá te lo lea? —Se volvió hacia Hilda—. ¿Por qué no te vas a la cama? Yo me quedaré con ella.
—Gracias, Kate. —Hilda le revolvió el pelo a Annabelle—. Hoy ha sido una auténtica guerrera, ¿verdad, cielo? Ha sido un día muy largo.
—Sí —le dijo Kate con una sonrisa—. También ha sido un día largo para ti. Vete a descansar.
De la librería, Annabelle sacó La telaraña de Carlota y se lo llevó a Kate. Se sentó en la cama mientras su hija se metía bajo las sábanas. Le encantaba aquel ritual nocturno con Annabelle, pero las noches desde la muerte de Lily habían sido diferentes. Deseaba abrazar a su hija y protegerla de la trágica realidad.
En cuanto Annabelle se quedó dormida, Kate apartó el brazo y salió de la habitación de puntillas. Contempló la última habitación de invitados al final del pasillo, la que ocuparía Simon. Tenía la puerta abierta, la habitación estaba a oscuras, pero veía una luz encendida por debajo de la puerta de su cuarto de baño y oía el agua correr.
Apartó la mirada y pensó en Jake. Sus padres no habían acudido a la reunión en casa después del entierro, de modo que no había tenido oportunidad de hablar con ellos; lo que tal vez hubiera sido mejor, dados los malos recuerdos que debía de producirles. Jake y ella se habían criado en el mismo barrio y prácticamente se conocían desde siempre, pero fue en el instituto cuando se enamoraron. Kate aún recordaba su último año, cuando se sentaba en las gradas y Jake le sonreía desde el campo de lacrosse; daba igual el frío que hiciera aquellos