–Cuando fui a Los Ángeles al principio del año, ya sabías que estabas embarazada, ¿verdad?
–Sí.
–¿Por qué no me lo dijiste entonces?
–Hacía poco tiempo que me había enterado y no sabía qué iba a pasar con mi embarazo. Mis hermanas han tenido abortos naturales en los tres primeros meses y me advirtieron de que a mí podía ocurrirme lo mismo.
–Entonces… ¿lo sabe tu familia?
–No. He conseguido disimular hasta ahora, pero a partir de este momento va a resultar imposible. Se me nota.
–¿Por qué no se lo has dicho a tu familia?
–Porque no tiene nada que ver con ellos –Charlotte se llevó una mano al vientre–. Y antes de decírselo a nadie más, sabía que tú eras el primero que debía saberlo.
Charlotte Parks estaba tan guapa como la última vez que la había visto, desnuda, en su cama, con sus dorados cabellos esparcidos por la almohada y la boca enrojecida por sus besos. En esos momentos, la veía sorprendentemente distante y sorprendentemente resplandeciente. El embarazo le sentaba bien. La piel parecía brillarle, sus ojos se veían más azules y el cabello rubio le brillaba bajo los rayos del sol que se filtraban por la ventana.
Y ahora, al parecer, él la había dejado embarazada.
No era la primera vez que una mujer aseguraba que él la había dejado embarazada. Le había ocurrido unos años atrás. Por suerte, la prueba de ADN había dado resultados negativos. Y se alegraba infinitamente de ello.
Ahora… Ahora no sabía qué pensar.
–¿No te ha resultado difícil mantener en secreto el embarazo hasta ahora? –preguntó él.
–No.
–¿En serio?
–No siento necesidad de pedir ayuda para tomar decisiones y tampoco pido consejo a nadie. Lo que necesitaba era tiempo, lo he tenido y por eso estoy aquí, lista para hablar contigo del futuro.
–Sí. Pero todo esto me pilla de sorpresa –interpuso Brando.
–Tienes razón –Charlotte lo miró a los ojos–. Supongo que, como es natural, querrás una prueba de ADN. He confeccionado una lista de las clínicas en Florencia que hacen estas pruebas. Es un procedimiento muy sencillo. Podríamos hacerla hoy mismo si quieres. Cuanto antes tengamos el resultado, mejor.
–¿Y si resulta que soy el padre?
–Aunque seas el padre, te aseguro que lo tengo todo bajo control. No quiero exigir nada de ti. De hecho, tú podrás seguir con tu vida como hasta ahora. Solo quería hacer lo correcto y…. –Brando lanzó una ronca carcajada, interrumpiéndola. Ella arqueó las cejas y enrojeció visiblemente–. ¿Qué es lo que te ha hecho tanta gracia?
–Eso de que podré seguir con mi vida como hasta ahora. Bella, mi vida entera va a cambiar. Ya ha cambiado… si soy el padre.
–Es obvio que yo voy a ser madre, pero tú no tienes por qué involucrarte en esto. No me importa la idea de criar al niño, o la niña, yo sola.
–Todo eso está muy bien, si yo no fuera el padre. Pero si soy yo el padre de la criatura, puedes estar segura de que voy a formar parte de su vida.
–Me sorprende que te lo hayas tomado tan bien –declaró ella–. Solo pasamos una noche juntos, apenas fue una aventura pasajera, y, sin embargo, estás dispuesto a ejercer de padre.
–Siempre he tomado precauciones para evitar un embarazo accidental; no obstante, ahora que nos encontramos en esta encrucijada, no lo considero una tragedia, no lo veo como algo a lo que hay que resignarse. Somos dos personas adultas e independientes, capaces de proporcionar un hogar seguro y feliz a nuestro hijo.
Charlotte abrió los labios y volvió a cerrarlos. El sonrojo de sus mejillas se intensificó, el brillo de sus ojos aumentó.
De repente, Brando, sorprendido, se dio cuenta de que había dejado perpleja a Charlotte. ¿Qué había imaginado ella que iba a decir él? ¿No, gracias y adiós?
¿Había supuesto que él iba a lavarse las manos?
–Pero quizá no he sido yo quien te ha dejado embarazada –dijo Brando, recordando la otra mujer que había tratado de engañarlo.
–Sí, has sido tú. No cabe la menor duda. No obstante, no esperaba que me creyeras. ¿Por qué ibas a hacerlo? Solo pasamos una noche juntos. Por eso es por lo que quiero que hagamos la prueba de ADN hoy mismo. Solo voy a quedarme aquí el fin de semana, el lunes me iré a Inglaterra a pasar allí una semana, pero nos darán los resultados de la prueba de ADN dentro de siete días laborales, tres si pagamos extra –Charlotte paró, tomó aire y añadió–: Preferiría pagar extra. De esa manera, podría quedar resuelto el papeleo de la custodia antes de tomar el vuelo de regreso a California.
–¿El papeleo de la custodia? –repitió él, consciente de que Charlotte parecía haberlo planeado todo, hasta el último detalle.
–El niño, o la niña, vivirá conmigo.
–Me parece que tenemos que hablar largo y tendido.
–Brando, quiero asegurarte que no he venido aquí para causarte problemas. Estoy más que dispuesta a encargarme yo sola de la crianza de nuestro hijo.
Brando arqueó una ceja.
–¿Y nuestro hijo no va a saber que yo soy su padre?
–¿Quieres ser padre? –replicó ella.
–No entiendo la pregunta, cara. Si soy el padre, soy el padre.
–Supongo que eso es lo que tenemos que discutir –dijo Charlotte enrojeciendo de nuevo.
¿En serio quería Charlotte mantenerle al margen de la vida de su hijo? Sintió un súbito ataque de cólera, pero lo controló.
–Sí, creo que tenemos mucho que discutir –dijo él–. Pero prefiero que lo hagamos en privado. Con Louisa aquí, no es el momento más adecuado.
Charlotte miró al techo como si esperara ver a Louisa allí, colgada de la araña.
–Tienes razón –Charlotte se puso de nuevo el abrigo, abrió su bolso y sacó un papel–. Esta es la clínica más cercana que hace pruebas de ADN. Podrían hacérnosla esta misma tarde. Cuando salga de tu casa iré directamente allí. ¿Podrías llamarles y pedirles una cita para ti hoy mismo?
–No veo motivo para retrasarlo.
–Estupendo. Gracias –Charlotte se puso en pie–. Te pido disculpas por haberme presentado aquí sin avisar, debería haber considerado la posibilidad de que no estuvieras solo.
–No te preocupes. Estoy es importante –Brando no podía imaginar nada tan importante ni una mujer más hermosa que Charlotte Parks. La deseaba desde el momento de conocerla.
Brando la acompañó a la puerta de la casa.
–¿Dónde te hospedas?
Charlotte le dio el nombre del hotel, un hotel de cinco estrellas con vistas al río. Era donde se había hospedado con anterioridad.
–Deja que te busque un taxi –dijo él.
–Prefiero caminar –Charlotte forzó una débil sonrisa–. Creo que el aire fresco me sentará bien antes de ponerme a trabajar.
–¿No has dejado el trabajo?
–No, por supuesto que no –volvió a sonreírle–. Es lo que mejor se me da.
–¿No es peligroso que sigas trabajando estando embarazada ya de seis mese?
–No. Todo está bien.
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