Louisa, con una pícara sonrisa, la miró de arriba abajo.
–È un po legato.
«Está un poco atado», había contestado la modelo. Y a juzgar por la ladina sonrisa de esta, Charlotte tomó literalmente la contestación.
–¿Sería tan amable de desatarle? –dijo Charlotte–. Dígale que Charlotte Parks está aquí. Le esperaré en el gran salón.
Tras esas palabras, Charlotte entró en la casa y echó a andar por el vestíbulo de suelo de mármol. A sus espaldas, oyó cerrarse la puerta y luego unos pasos en dirección a la escalera que conducía al piso donde Brando tenía su dormitorio. Lo sabía porque había estado allí, desnuda, con el cuerpo de Brando pegado al suyo.
Y ese cuerpo de un metro ochenta y ocho centímetros de estatura, en ese momento, entró en el salón vestido con unos gastados pantalones vaqueros y un jersey de pico de cachemira color gris que hacía juego con el color de sus ojos, todo ello acompañado de un espeso cabello negro.
Brando era alto, delgado, estaba en buena forma y más guapo que nunca. El corazón le dio un vuelco. La piel que asomaba por el escote del jersey de Brando la hizo recordar esa noche en la que ambos, desnudos, habían estado abrazados. Y Brando también sabía cómo moverse; dentro de ella, la satisfacción que la había hecho sentir había sido algo extraordinario, algo único.
Pero Brando no la había proporcionado placer físico solamente, también la había hecho sentir… paz, plenitud. Lo que no tenía sentido, ya que Brando era un rompecorazones. Nunca había tenido relaciones duraderas. Brando se negaba a comprometerse emocionalmente.
Por ese motivo, estaba convencida de que Brando aceptaría lo que iba a proponerle, que se sentiría aliviado al saber que ella podía encargarse de todo.
–Charlotte –dijo él y, acercándose a ella, se inclinó y le dio un beso en cada una de las mejillas–. ¿Qué es lo que te trae a Florencia?
–Tú –Charlotte le dedicó una sonrisa–. Espero no haber venido en un momento inoportuno.
Brando sonrió irónicamente, indicándole que sabía que ella sabía que sí había llegado en el momento menos indicado.
–¿Te parece que nos sentemos? –sugirió Brando indicándole uno de los sillones con un tapizado en tonos rojos y anaranjados.
–Sí, gracias –respondió ella, y ambos tomaron asiento, el uno frente al otro, guardando las distancias–. Supongo que Louisa se estará impacientando.
Brando volvió a sonreír, perezosamente, casi con una nota de paternalismo.
–Louisa sabe entretenerse sola –contestó él, pero sus ojos empequeñecieron y su expresión se tornó más dura–. ¿Cuándo has venido a Italia?
–He llegado hoy. He dejado el equipaje en el hotel, pero aún no he reservado habitación.
–¿Tantas ganas tenías de verme?
–No sabía si estarías aquí o en la casa que tienes en el campo. Si hubieras estado en el campo, habría alquilado un coche para ir a verte.
–Justo mañana voy a la villa –Brando la miró fija e intensamente–. Tienes buen aspecto.
–Gracias. Me encuentro bien.
Charlotte no sabía cómo continuar, no lograba recordar todo lo que había pensado decirle. Se había convencido a sí misma de que Brando no iba a darle importancia a su embarazo; igualmente, se había convencido de que él iba a sentir un gran alivio cuando ella le dijera que se encargaría de todo, que él no tenía de qué preocuparse. Pero el pulso se le había acelerado y se veía presa de una gran angustia.
–¿Te importa si me quito el abrigo? Hace mucho calor.
–Sí, estás muy colorada.
En el momento en que se quitara el abrigo Brando lo vería. Se daría cuenta… Pero titubeó, vacilaba…
¿Y si Brando no reaccionaba como ella había imaginado que haría? ¿Y si Brando…?
No, Brando era un soltero empedernido. Un donjuán. No tenía madera de padre. No le interesaría ejercer como tal.
–Charlotte, ¿te encuentras mal? –preguntó él.
«Díselo. Díselo ahora mismo».
En vez de decírselo, se sacó los brazos de las mangas del abrigo y lo dejó caer sobre el sillón. El fino tejido de su vestido verde dejaba ver el abultado vientre en contraste con su delgado y pequeño cuerpo.
–Estoy embarazada de seis meses –declaró ella logrando que no le temblara la voz–. Está siendo un embarazo fácil, sin complicaciones. No quería decir nada hasta que pasara un tiempo, hasta que se me notara… Pero ya no podía seguir ocultándolo y pensé que tampoco debía hacerlo.
–¿Quieres que te felicite?
–Solo si te incluyes en la felicitación.
Se hizo un tenso y breve silencio.
–¿Quieres decir que quien te ha dejado embarazada soy yo?
–Sí.
–¿Estás segura?
–Sí.
Brando clavó sus grises ojos en los de ella. No había censura en su expresión, ni enfado, ni sorpresa y ni siquiera decepción.
–Los dos tomamos precauciones.
–Al parecer, un ser tiene muchas ganas de nacer y ser parte de este mundo –respondió ella enderezando los hombros.
–Un ser con mucha fuerza de voluntad –replicó él.
Charlotte le dedicó la más encantadora de las sonrisas, consciente de que ambos estaban jugando a lo mismo.
–Lo que es admirable.
–Estoy de acuerdo –Brando titubeó unos segundos–. ¿No consideraste la posibilidad de abortar?
–No. ¿Habrías preferido que lo hubiera hecho?
–Soy italiano. Católico. Así que la respuesta es no.
–Yo no soy ni italiana ni católica, pero tampoco quería abortar.
–Y ahora estás aquí –declaró él.
–Sí –respondió ella alzando la barbilla–. Me pareció mejor decírtelo en persona. Sabía que preferirías saberlo, que mereces saberlo. Pensé que no era justo tomar todas las decisiones sin consultarte.
Brando arqueó las cejas.
–No me has consultado nada.
–Lo sé. Es por eso por lo que he venido.
Se hizo un prolongado silencio. Ese no era el Brando que ella conocía. Se estaban comportando como dos desconocidos, a pesar de haber tenido una relación íntima. Se había entregado a él y no se había arrepentido hasta descubrir las consecuencias de aquella noche de pasión.
–Me sentí muy confusa al enterarme de que estaba embarazada –dijo ella, interrumpiendo el silencio–. Me llevó varias semanas asimilarlo. Pero ahora, la verdad es que me hace ilusión la idea de ser madre.
–Esta visita tuya… ¿Qué es lo que pretendes? ¿Quieres dinero? ¿Quieres apoyo económico?
–No.
–Entonces… ¿qué?
Su plan era ofrecer a Brando justo lo que él no quería, la oportunidad de ejercer de padre. Iba a ofrecerle criar a su futuro hijo con ella, algo que sabía que Brando rechazaría; entonces, le ofrecería encargarse de todo ella sola y él aceptaría. Brando era un hombre guapo e inteligente, pero no estaba listo para sentar la cabeza. La propia hermana de Brando lo había dicho en más de una ocasión. Brando era el rebelde de la familia y, sobre todo, valoraba