—¿Por qué?
Cal le pasó un dedo por la mejilla caliente para demostrarle que no se le había escapado su sonrojo.
—Eso juega a mi favor. Cuando te sientes culpable por pensar mal, probablemente yo consiga lo que quería en primera instancia. Antes de decir que no, al menos piénsatelo.
Probablemente Cal tenía razón, porque tenía muchos motivos para sentirse culpable respecto a él. Pero no le resultaba fácil bajar la guardia.
—La verdad es que tenía pensado celebrar el primer cumpleaños de Annie con las chicas y sus hijos. Oscar y Henry no son familia de sangre, pero están muy cerca de ella.
—Lucy y Patty podrían venir con sus hijos —dijo Cal—. También me gustaría decírselo a mis padres. Y a mi hermano. Ya sé que seguramente no es una buena idea abrumar a Annie con todo el mundo a la vez, pero ya que he hecho progresos, he pensado que es un buen momento para que conozca a sus abuelos y al resto de la familia.
¿Sería eso divertido, se preguntó Emily? La jefa de enfermeras ya quería sacarle el corazón con una cuchara, y Emily no quería ni imaginarse qué pensarían los padres de Cal. Pero Annie debería conocer a toda su familia.
—Yo creo que…
—Escucha, Emily —dijo Cal con expresión irritada—, si quieres seguir encontrándole fallos a la idea, adelante. Me he perdido muchas cosas del primer año de Annie y también mis padres. Les gustaría conocer a su nieta.
—Ahora eres tú quien se ha adelantado. Estaba a punto de decir que es una buena idea. Annie tiene derecho a conocer a tu familia.
—De acuerdo entonces —asintió Cal.
—Bien. Será mejor que me lleves con la familia de tu paciente.
—Sí —Cal se puso en marcha—. ¿Tienes ya hora para hacerte el ultrasonido?
Ella asintió.
—Justo después del cumpleaños de Annie.
—Eso es en dos semanas. ¿No puedes hacértela antes?
—El departamento está saturado, y no puedo decir que lo lamente. Rebecca dijo que dos semanas no influirán en el resultado, sobre todo si es benigno, como ella sospecha. Si son malas noticias, prefiero no saberlo antes del gran día de Annie.
—De acuerdo —dijo él. Sus ojos oscuros reflejaban incertidumbre.
Siempre había querido arreglar las cosas, y Emily reconoció aquel impulso en su expresión. Parecía como si a Cal le importara de verdad, y seguramente fuera así, pero sólo porque era la madre de su hija. Oh, cómo deseaba que también fuera por ella. Pero tenía que aceptar aquel sentimiento y dejar de desear más de lo que tenía derecho a esperar de él.
Emily giró por la Avenida Tropicana hacia Spanish Trail y se detuvo en el control de entrada. Tras darle su nombre al guardia de seguridad, él lo comprobó en una lista y le hizo una seña para que pasara. Llevaba sintiendo un temor oscuro al pensar en aquel día desde hacía dos semanas, cuando accedió a celebrar el primer cumpleaños de Annie en casa de Cal. El domingo. Con la familia de Cal. ¿En qué estaba pensando? Daba igual lo que pensaba. No había opción, y allí estaba, camino a la reunión familiar.
Era una urbanización de chalés individuales de más de un millón de dólares. Cal vivía en uno de los últimos, que daba al campo de golf. Lo mejor para el donjuán del Centro Médico Misericordia.
Tras girar a la derecha, Emily avanzó por la calle. Recordaba la ruta como si hubiera estado allí el día anterior. Había estado allí muchas veces, pero nunca había estado tan nerviosa. Probablemente se debía al hecho de volver a ver a la familia de Cal.
Él les había contado toda la historia. Emily era la que no le había hablado de su hija y suponía que no estarían precisamente contentos con cómo había manejado la situación.
Paró el coche delante de la casa de dos pisos de estuco blanco con tejado rojo y el inmenso jardín. Emily se acercó al asiento de atrás y desató con suavidad a Annie, que se había quedado adormilada.
—Me alegro de que te hayas echado una buena siesta —dijo sonriendo cuando la niña se frotó los ojos—. Es un gran día para ti. Además de cumplir un año, vas a conocer a tus abuelos y a tu tío Brad.
—¿Pa? —Annie abrió sus grandes ojos azules.
—Sí, papá también estará allí. Ésta es su casa —el lugar hermoso y grande en el que Cal quería que viviera su hija, pero al que mamá había dicho que no—. Mamá tiene sus razones. Tal vez no lo entiendas ahora, pero tienes que confiar en mí.
Cargada con la bolsa de pañales y su hija de un año, Emily se acercó a la entrada. Conseguiría superarlo, pensó poniéndose su escudo emocional. Apretó el timbre. Annie se inclinó para imitarla, pero Emily la sujetó con fuerza. Se abrió la puerta y Cal estaba allí.
Annie parpadeó y sonrió.
—¿Pa?
—Hola, sol —extendió los brazos y la niña se fue encantada con él. Cal la besó en la mejilla—. ¿Cómo está mi chica?
—No podría estar mejor —respondió Emily por su hija.
—¿Dónde están Patty, Lucy y los niños? —preguntó Cal mirando hacia atrás.
—No han podido venir —más valía ser poco concreta que decirle lo que de verdad habían contestado. Aquella invitación tenía la palabra «pena» escrita en letras mayúsculas, y ellas no se sentirían cómodas. Así que Emily estaba allí sin apoyo.
—Lástima. Bueno, otra vez será. Los chicos se divertirán en la piscina —Cal le quitó la bolsa de pañales y cargó con Annie para que Emily pudiera entrar—. Mis padres están ahí.
Emily lo siguió con un nudo en el estómago a través de la entrada en dos alturas que dividía el comedor del salón. La espectacular mesa de caoba que ocupaba el centro del salón contenía una pila de regalos envueltos en papel rosa.
Carol y Ken Westen estaban sentados frente al bar, con Brad a su lado. El hermano de Cal era un año y medio más pequeño y tal vez un poquito más bajo, pero medía más de dos metros y tenía el cabello rubio y los ojos azules. Brad era tan atractivo como Cal.
—Hola, Emily —sonrió Carol con cierta tensión. Era rubia como sus hijos.
—Me alegro de volver a verte —Ken estiró la mano y ella se la estrechó. Tenía el cabello completamente gris, lo que le daba un aspecto distinguido.
Brad se aclaró la garganta.
—Emily —dijo.
—Hola —no podía equivocarse siendo parca y educada. Había estado muchas veces con la familia de Cal. Sabía lo amables y cariñosos que podían llegar a ser, y por eso acusó el cambio.
—Ésta es Annie —dijo Cal sonriendo con orgullo.
—Es preciosa —los ojos azules de Carol se suavizaron y se llenaron de lágrimas—. Cal dice que le has puesto el nombre por tu madre y por mí.
—Así es —asintió Emily—. Ann Marie.
—¿Crees que querrá venir conmigo? —preguntó Carol.
—Es un poco tímida al principio —dijo Cal—. Yo tuve que sobornarla. Mi hija tiene una vena materialista.
Emily miró a su alrededor, a los carísimos muebles del salón.
—¿Y a quién crees que habrá salido?
—Ahí te ha pillado, hermano —se rió Brad.