—Creo que seré capaz de hacerlo.
—Si no deja de llorar, sácala de la sala de espera. Le encanta estar al aire libre y con suerte eso la distraerá. En caso contrario, ve al mostrador de recepción. Grace, la recepcionista, irá a buscarme a la consulta.
—De acuerdo —Cal se colgó al hombro el tirante de la bolsa de pañales con más seguridad.
Emily sabía que la bolsa pesaba, pero él no parecía notarlo. En cambio a ella, el peso de Annie estaba empezando a provocarle dolor de espalda. Si pudiera pasarle la niña a Cal… pero eso provocaría un desastre. Mejor no hacerlo a no ser que fuera absolutamente necesario.
—De acuerdo —Emily aspiró con fuerza el aire y se dirigió hacia el camino de cemento que llevaba a la consulta—. Adelante.
En la sala de espera había aire acondicionado, y sólo había una mujer mayor esperando, lo que significaba que la doctora iba bien de hora. Emily firmó su entrada y luego se sentó cerca de la puerta de la consulta. Colocó a Annie en su regazo y Cal tomó asiento a su lado.
La señora les sonrió.
—Su hija es adorable.
—Gracias, a mí también me lo parece —sonrió Emily.
—Es igualita a su padre —continuó la mujer—. Forman ustedes una familia encantadora.
Si habían conseguido pasar por una familia, entonces se merecían un Oscar. Aquélla era la primera salida que hacían los tres, y no por razones alegres. Por suerte se abrió la puerta en aquel instante y salió Grace Martinson. Emily había llegado a conocerla bastante bien durante sus visitas prenatales.
La pelirroja de ojos verdes vestida con bata azul sonrió.
—Hola, Emily, enseguida estamos contigo. ¿Señora Wilson?
La mujer se puso de pie y entró en la consulta. A Emily le dio un vuelco el estómago por la aprensión. Todas las investigaciones decían que el ochenta por ciento de los bultos del pecho resultaban ser benignos, pero ¿y si ella formaba parte del otro veinte por ciento? Estrechó con fuerza a su hija hasta que la niña se revolvió en señal de protesta. ¿Qué sería de su pequeña si algo le ocurriera? La madre de Emily no se merecía tampoco un premio, pero al menos había estado allí.
Miró a Cal de reojo. Se había colocado las gafas en la cabeza y estaba increíblemente guapo. Él tendría que cuidar a su hija solo. Antes de que pudiera darle las últimas indicaciones, volvió a abrirse la puerta y salió Grace.
—Te toca, Emily.
—De acuerdo —ella se puso de pie con Annie en brazos y le dio un beso a su hija en la mejilla. Luego miró a Cal—. También te toca a ti.
Él asintió y estiró los brazos. Emily le pasó a la niña y se preparó para el grito de protesta que llegó al instante.
—Saldré en cuanto pueda —le dijo Grace cerrando la puerta.
Emily fue hasta la sala de observación, donde le pidieron que se desnudara de cintura para arriba y se pusiera una bata. Mientras lo hacía, deseó que el llanto de su hija disminuyera, pero no tuvo esa suerte. Escuchó cómo la puerta de entrada se abría y se cerraba. Cal estaba siguiendo sus indicaciones y había salido con Annie.
Se sentía como la peor madre del planeta. Todo era culpa suya. No sería tan traumático si Annie conociera a Cal y aquello era algo que lamentaría toda su vida. Emily abrió la puerta que daba a la sala de observación y se topó con Grace.
—Annie está muy enfadada.
—Ya lo oigo —contestó la otra mujer pesarosa.
—¿No podría entrar en la sala de observación? Creo que, si puede verme, se calmará.
—De acuerdo, iré a buscarles.
Emily se sentó en la camilla con las piernas colgando. Unos instantes más tarde escuchó a Annie llorar más fuerte que antes justo cuando Cal entraba con ella.
—Lo siento —dijo tendiéndole a la niña—. ¿Quieres que me vaya?
—No —no quería quedarse sola, y Annie ya no contaba. Se había quedado dormida cuando su madre la acunó suavemente—. ¿Puedes tenerla ahora? No pasará nada. Cuando se duerme no hay quien la despierte.
Cal asintió y tomó a la niña, que efectivamente no se inmutó. Unos instantes más tarde entró una doctora. Rebecca Hamilton era una mujer rubia de ojos marrones de veintitantos años.
—Hola, Emily —dijo colocándose las gafas con más firmeza en la pecosa nariz.
—Te presento a Cal Westen —dijo Emily—. Él también es médico.
—Le conozco por su buena reputación profesional, doctor —dijo la joven asintiendo antes de mirar a Emily—. ¿Así que te has traído apoyo moral?
—Algo así. Es el padre de Annie.
—Ya veo —Rebecca no dio señales de sorprenderse—. Bueno, vamos allá.
Hizo la exploración habitual con el estetoscopio y luego le tomó el pulso y la tensión. Después se colocó entre Emily y Cal mientras le abría la bata para examinarle el pecho izquierdo.
—Aquí está —dijo frunciendo el ceño.
—¿Es cáncer? —preguntó Emily aspirando con fuerza el aire.
—No vayas por ahí —le advirtió Rebecca—. No tenemos ningún motivo para creerlo. Podría ser un quiste, o un tumor benigno.
—¿Mamografía? —preguntó Cal.
Rebecca lo miró de reojo antes de volver a centrarse en Emily.
—Como eres tan joven, me gustaría empezar con un ultrasonido. No es tan invasivo, no duele y no produce radiación. Con eso debería bastar para saber si el bulto es una masa o un quiste. En ese caso ya no habría que hacer más pruebas ni habría nada que temer.
Emily miró a Cal, que seguía sujetando a Annie, plácidamente dormida. Sintió una oleada de emoción.
—¿Tú qué opinas?
—La doctora Hamilton tiene razón. Vayamos paso a paso.
—Me parece bien.
—Entonces me encargaré de todo —asintió la doctora—. Le diré a Grace que te pida cita en el departamento de diagnóstico por imágenes del hospital. Ése es el primer paso. No tienes de qué preocuparte —Rebecca le pasó el brazo por los hombros—. Todo va a salir bien.
Cuando estuvieron a solas, Cal dejó escapar un suspiro. Parecía como si hubiera hecho doble guardia en urgencias con resfriado y fiebre.
—¿Cómo estás?
—Seguramente mejor que tú —dijo mirándole—. Quiero irme a casa.
—Saldré con Annie a la sala de espera para que puedas vestirte.
—Gracias, Cal.
Y no lo decía sólo porque la dejara a solas. Se alegraba mucho de que la hubiera acompañado. Demasiado. Y alegrarse demasiado significaba que tenía sentimientos persistentes dentro de ella. Cuando tomó la decisión de contarle lo de la niña, estaba convencida de que no era así. Pero ahora sabía que se había equivocado. Los sentimientos dormidos eran como las brasas que quedaban tras un incendio forestal, podían volver a prenderse con suma facilidad.
Carl no sabía qué pensar ni cómo sentirse tras haber salido el día anterior de la consulta del médico. Ésa era la única razón que se le ocurría para haberse pasado por su apartamento sin avisar. Tras aparcar al otro lado de la calle, llamó a la puerta de Emily y esperó. Al ver que no había