Como quiera que vamos a hablar y mucho de Europa, particularmente de la UE, pero también de algunos de sus Estados miembros, bueno es culminar este arranque en términos introductorios ilustrando con algunas cifras los actores y escenarios de los que luego nos ocuparemos ya en el contexto específico del tratamiento de la cuestión migratoria.
La UE posee 550 millones de habitantes, de los que 80 son alemanes. Más de 1,7 millones de trabajadores cruzan con fluidez fronteras a diario dentro del Espacio Schengen gracias a la vigencia del acuerdo de mismo nombre, un acuerdo al que nos referiremos en su momento. Esta Europa recibe cada año alrededor de 3 millones de inmigrantes, pero la presión actual, reflejada en más de un 1 millón de migrantes irregulares sobrevenidos a lo largo de 2015, preocupa tanto por el volumen como sobre todo por lo sorpresivo y dramático de su llegada, además de por las expectativas de que dichos flujos se mantengan al mismo ritmo o incluso con mayor intensidad dadas las causas que llevan a dichos migrantes a venir y dado también el perfil de quienes llegan.
Lo que está claro por las evidencias vividas en los últimos meses y hasta la actualidad, y que confirmaremos a lo largo de nuestro estudio, es que la UE —que en septiembre de 2010 reconoció que no disponía de los mecanismos para hacer frente a la crisis financiera y creó la Unión Bancaria— es el mismo actor que entre 2014 y 2016 asumió que sufría otra debilidad importante. Esta última se ha reflejado y se refleja aún hoy en su incapacidad para hacer frente, con los medios hoy disponibles como organización internacional de integración que es, al desafío de los flujos de migrantes irregulares que masivamente llegan a sus fronteras exteriores: de ahí la necesidad urgente de encontrar respuestas.
Para culminar nuestra Introducción queremos subrayar que nuestro estudio plantea como hipótesis de trabajo principal que el desafío migratorio irregular masivo en él analizado marca un antes y un después tanto para España como para el resto de los Estados miembros de la UE. Ello es así por al menos dos motivos principales. Uno es que las perspectivas de futuro, tanto en términos de conflictividad endémica en nuestro vecindario inmediato (Norte de África y Oriente Próximo y Medio) como en términos de importante crecimiento demográfico en el continente africano sin un reforzamiento de las medidas de estabilización política, económica y de seguridad que lo acompañe, son preocupantes. Y el segundo motivo tiene que ver con Turquía y con la evolución de su política interior, exterior y de seguridad que, aparte de alejar a este país del objetivo de culminar exitosamente sus negociaciones de adhesión a la UE, plantea también inquietudes legítimas en lo que al control de los flujos migratorios irregulares que se dirigen y podrían seguir dirigiéndose desde su territorio hacia el territorio de la UE respecta.
Nuestra obra viene a añadirse y, también a completar no solo en términos de actualización sino también de incorporación de más actores y factores e interrelación cada vez más compleja entre estos, a importantes obras colectivas publicadas sobre la materia en nuestro país en años recientes, y de las que queremos destacar dos por su aportación al objeto de estudio de los desafíos migratorios desde la perspectiva de España y de la UE incidiendo en la importancia de la evolución de nuestro vecindario inmediato.[3]
[1] Dado que el estudio del yihadismo salafista como ideología que dinamiza a un buen número de grupos terroristas, entre los que están los antes citados, no es el objeto central de nuestro análisis, sí recomendaremos una lectura que, además de reciente, es omnicomprensiva. Vid. Echeverría Jesús, C. (2014). La nueva dimensión del desafío yihadista salafista. Bilbao: Universidad del País Vasco-Colección de Estudios Internacionales, n.º 16, año 2014/15, 52 páginas. [Disponible en: http://www.ehu.eus/ojs/index.php/ceinik/article/view/15127]
[2] La guerra de Afganistán (1979-1989) desplazó a millones de personas a los vecinos Pakistán e Irán, pero también provocó un proceso acelerado de deterioro que permite hoy la llegada de flujos de nacionales afganos a suelo europeo. Las guerras balcánicas (1992-1995), producidas estas ya en Europa, provocaron el éxodo hacia países de Europa Occidental de más de 700 000 personas. Finalmente, la caída del Muro y el fin de la guerra fría como fenómenos ambos producidos entre las guerras de Afganistán y las balcánicas provocaron la salida desde Europa del Este hacia Europa Occidental de más de 1,5 millones de personas.
[3] Vid. Marquina, A. (ed.), (2008). Flujos migratorios subsaharianos hacia Canarias-Madrid. Madrid: UNISCI; y Rodrigues, T., Ferreira, S. y García, R. (2015). La inmigración en la península ibérica y los dilemas de la seguridad (1990-2030). Madrid: Instituto Universitario General Gutiérrez Mellado de la UNED-Colección Investigación.
2. El sobredimensionamiento del desafío migratorio para España y para la UE: la primera década del siglo xxi y sus principales hitos
Aunque la década de los noventa, ya en plena posguerra fría, fue testigo de algunos movimientos de población de cierta importancia desde la perspectiva de la UE y de sus Estados miembros —conectados en buena medida a la reunificación de Alemania y al estallido de las guerras balcánicas en los Balcanes Occidentales a partir de 1992— estos no tuvieron efectos dramáticos ni en términos estatales ni en términos de la UE como tal.
La mayoría de los Estados miembros de la UE forman parte del Acuerdo de Schengen, firmado en 1985 en dicha ciudad luxemburguesa por Alemania, Bélgica, Francia, Holanda y Luxemburgo. Diez años después entró en vigor, el 26 de marzo de 1995, y desde que el Tratado de Ámsterdam está en vigor dicho acuerdo forma parte del derecho comunitario. Forman parte de Schengen 26 Estados, 22 de Aunque la década de los noventa, ya en plena posguerra fría, fue testigo de algunos movimientos de población de cierta importancia desde la perspectiva de la UE y de sus Estados miembros —conectados en buena medida a la reunificación de Alemania y al estallido de las guerras balcánicas en los Balcanes Occidentales a partir de 1992— estos no tuvieron efectos dramáticos ni en términos estatales ni en términos de la UE como tal.
La mayoría de los Estados miembros de la UE forman parte del Acuerdo de Schengen, firmado en 1985 en dicha ciudad luxemburguesa por Alemania, Bélgica, Francia, Holanda y Luxemburgo. Diez años después entró en vigor, el 26 de marzo de 1995, y desde que el Tratado de Ámsterdam está en vigor dicho acuerdo forma parte del derecho comunitario. Forman parte de Schengen 26 Estados, 22 de ellos son miembros de la UE.[1] Reino Unido e Irlanda mantienen una cláusula de exclusión que les permite solicitar su participación en una parte o en la totalidad del acuerdo, y por ello pertenecen a la red de datos conocida como Sistema de Información de Schengen (SIS). Dinamarca también disfruta de una cláusula especial. Bulgaria, Croacia, Chipre y Rumanía no cumplen aún los requisitos necesarios. El Código de Fronteras de Schengen, en vigor desde 2006, permite que cualquier Estado miembro restablezca los controles fronterizos por un tiempo limitado cuando haya motivo justificado por seguridad.
En suma, el Convenio de Aplicación de Schengen (CAAS), un cuerpo jurídico que permite la aplicación del acuerdo, supone para aquellos países que son parte de este la supresión de las inspecciones fronterizas a las personas que cruzan las fronteras interiores de los Estados participantes y las ha trasladado a las fronteras exteriores, tema este último cada vez más relevante, como veremos más adelante, sobre todo cuando dichas fronteras exteriores comienzan a sufrir la creciente presión irregular de la que trataremos aquí.[2]
Esa década de los noventa, en la que entró en vigor el Acuerdo de Schengen, fue un período de contrastes, exultante por ser posguerra fría y optimista por la emergencia de marcos como el Proceso de Barcelona (1995), que inició una Cooperación Euro-Mediterránea llena de potencialidades —entre otras cosas porque se apoyaba en el esperanzador Proceso de Paz para Oriente Medio que arrancara en Madrid en el otoño de 1991—, por la profundización de la integración europea (con el Tratado de Maastricht)