Los jóvenes de estos tiempos no se sienten bien adoptando el modelo de virilidad del pasado ni rechazando totalmente la masculinidad. Ha llegado el momento de elogiar las virtudes del varón y de la mujer, patrimonio de todo ser humano. Ambas conservan el mundo y amplían sus fronteras. Si se pretende aspirar al título de ser humano, en vez de ser incompatibles hay que considerarlas como indisociables (Badinter, 1992).
LAS MUJERES IRRUMPEN EN LA ESCENA LABORAL
El sufragio femenino abrió las puertas a las mujeres a una vida pública que comenzaba a contemplar su opinión para la toma de decisiones que impactaban en la política, la economía y la cultura de las sociedades. Al mismo tiempo en que la mujer se abría paso en el ámbito laboral, empezó también a trazarse la brecha de género. Hombres y mujeres apenas comenzaban a convivir dentro de ámbitos públicos y esto generaba cada vez más injusticias y disparidades.
Pero ¿qué tan nueva era la inserción de la mujer en la vida laboral? ¿Cómo transformó el lugar de trabajo?
Las mujeres han trabajado toda la vida. Desde siempre, adoptaron labores domésticas como el resguardo del hogar o el cuidado de de-pendientes, hijos, enfermos o ancianos. Después, en la Segunda Guerra Mundial, cuando los hombres partieron a las filas de combate, las mujeres ocuparon su lugar en la industria. Los años de posguerra se caracterizaron por un descenso demográfico masivo; los soldados que no habían muerto en combate estaban gravemente heridos y, posiblemente, sin capacidad física ni mental para volver a trabajar.
Además de las bajas humanas, el mundo se transformó por completo. El lugar de trabajo nunca sería el mismo, pues las mujeres estaban por ocupar el sitio que tanto habían reclamado y, esta vez, no había otra opción más que incluirlas en la fuerza laboral para levantar al mundo.
A pesar de esto, las funciones tradicionales de crianza y matrimonio permanecieron vigentes como los principales estereotipos de las mujeres (Wolf, 2015). La vida de la mujer de clase media era predecible: casarse, formar una familia y dedicarse al hogar. El hombre era el proveedor de la casa y se desempeñaba en el ámbito laboral. En ese entonces, las mujeres tenían muy pocas opciones para su futuro: contraer matrimonio o trabajar para poder vivir. Las mujeres existían para formar una pareja y, si no lo hacían, se convertían en un lastre social, dejaban de ser valiosas.
Svetlana Alexiévich, ganadora del premio Nobel de Literatura en 2015, en su texto La guerra no tiene rostro de mujer hace una recopilación de testimonios de mujeres que vivieron de cerca la Segunda Guerra Mundial, como enfermeras, soldados, comandantes, etcétera.
Los testimonios del libro narran cómo era la vida para las mujeres durante una época en la que no se creía que su participación fuese necesaria. Sin embargo, las bajas eran cada vez mayores y la ayuda, de donde viniese, se necesitaba. También describe cómo fue la vida de posguerra para aquellas que no pudieron casarse: socialmente eran mal vistas, nunca fueron heroínas como los hombres, sino que eran criticadas por haber acudido a un llamado que no les correspondía y haber descuidado los hogares de los cuales eran responsables.
La vida de una mujer no se concebía si un hombre no le daba significado. No era social ni moralmente aceptable que no qui-sieran casarse o que, además del matrimonio, anhelaran una carrera profesional.
IMPULSORAS DEL CAMBIO
El momento crítico ocurrió en la década de los cuarenta, cuando las mujeres casadas decidieron tomar un trabajo fuera del hogar. Así comenzaron a transformar el mundo laboral. Pero había una gran diferencia entre las mujeres que ya laboraban por necesidad y las profesionistas y casadas que decidieron hacerlo por convic-ción personal.
Mariví Esteve es esposa, madre de tres hijos, fundadora de su propia empresa, presidenta de la Asociación Mexicana de Asesores Independientes de Inversiones y presidenta del Consejo Consultivo del Centro de Investigación de la Mujer en la Alta Dirección (CIMAD). Es egresada de la carrera de Economía del Instituto Tecnológico Autónomo de México (ITAM) y se hizo experta en el tema financiero. Su entorno, durante su etapa profesional era restringido, pues la mujer no tenía la posibilidad de trabajar directamente con clientes, así que debía ir acompañada de su jefe.
Ella conoció al que actualmente es su esposo en ese ambiente, quien, con una manera de pensar diferente a la tradicional, la ha apoyado siempre. Al tener a su primer hijo ella siguió trabajando, pero con el nacimiento de su tercera hija, su situación laboral se complicó por la falta de flexibilidad de la empresa.
Así que Esteve renunció y se asoció a NSC Asesores, una consultora de servicios financieros. El cúmulo de capacidades probadas y una sólida red de contactos le ayudaron para hacer despegar el negocio. Ser socia de la empresa le permitió tener horarios cómodos para dedicarse a sus hijos y, al mismo tiempo, satisfacer su motivación profesional.
Mariví Esteve recapitula y está orgullosa de que sus hijos estén en la universidad; de hecho, fue su hija Victoria quien la llevó a transformar su trayectoria de ejecutiva a empresaria. Ella sabe que no fue fácil, pero pudo estar cerca de ellos y recibió el apoyo crucial de su esposo.
Las mujeres de hoy tienen más opciones de vida que tan solo casarse o trabajar; reclaman su participación en el lugar de trabajo, pero también quieren ser madres y esposas.
Es claro que la nueva generación de posfeministas no se identifica con el movimiento de 1960-1970, porque el mundo para ellas ahora es compartido. Se reconocen a sí mismas diferentes de los hombres, pero reclaman equidad. Buscan también el respeto a sus derechos y el reconocimiento de las injusticias, abusos y opresiones que persisten aún en nuestros días. Ya no odian a los hombres, ahora los ven como aliados, comparten la vida con ellos y buscan una convivencia más justa y complementaria tanto en el trabajo como en la vida familiar.
También los varones de esta nueva generación están cambiando. Quieren una mayor participación y presencia en un entorno que antes pertenecía exclusivamente a las mujeres: la familia. Cómo olvidar el comentario de un ejecutivo que decía: “Por el trabajo y los viajes me perdí uno de los mejores momentos de mi vida: el día que mi hijo mayor caminó por primera vez (…) me costó mucho no estar ahí”.
Estas mujeres que rompieron paradigmas marcaron una verdadera pauta para las generaciones venideras.
Con el comienzo de una nueva era para las mujeres dentro del mundo laboral, las empresas y la sociedad también se transformaron. En el periodo de 1969 a 1999 se triplicó la matrícula de mujeres en educación superior, incrementándose de 17 a 50%, respectivamente. Este fue, sin duda, uno de los avances más significativos en cuanto al proceso de feminización de profesionistas en México.[2]
La feminización del mundo laboral, sin embargo, no tuvo un crecimiento constante y paralelo al ascenso de matrícula femenina en educación superior. La fuerza laboral en el México de 1950 representaba 32.07% de la población total; de esta, 86.37% eran hombres y 13.62%, mujeres. Un lento progreso de las mujeres se refleja en 1960, cuando los hombres constituyen 82.01% y ellas, 17.98%.[3]
La participación de mujeres en la población económicamente activa (PEA) en México, durante 1970, representaba 20.56%, frente a la participación de hombres, de 79.44%. ¿Por qué si el porcentaje de mujeres profesionistas se había triplicado durante esa década, su intervención en la PEA no fue directamente proporcional?
Quizá la situación económica de esa década no demandaba con urgencia la colaboración de las mujeres en la población económicamente activa del país. Pronto, la crisis de la década de 1980 obligó a miles de mujeres mexicanas a buscar otras fuentes de ingreso para colaborar con la manutención de sus familias.
Con la devaluación de 1982 muchas mujeres tuvieron que trabajar de manera formal o informal para sobrevivir a la crisis. Este sería solo el inicio del largo camino que recorrerían las mujeres para llegar a la situación actual.
La participación de la mujer en la vida laboral era apenas un proceso al que se estaba adaptando la sociedad, pero el talento femenino rápidamente tomó fuerza y avanzó dentro de la estructura organizacional.
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