Karen y Denise cruzaron las puertas hacia la salida y ambas comenzaron a escrutar a las personas que había allí esperando. Se centraron en los que llevaban un cuaderno con nombres escritos, pero en un primer momento no vieron a ninguno que llevara los suyos.
Andrew desvió la mirada un momento hacia un par de chicas, que habían pasado de largo, y se preguntó si serían ellas, pero sus dudas quedaron resueltas cuando una pareja, que debían de ser sus padres, las recibieron entre besos y abrazos. Sacudió la cabeza y se fijó en otras dos que parecían estar perdidas. O más bien buscando algo o alguien. No supo explicar cómo se sintió cuando se fijó en ellas, pero por encima de todo en la más alta de la dos. La que tenía el pelo oscuro, largo y cuyas puntas estaban rizadas. Llevaba unas gafas de espejo en lo alto, como si le sirvieran para sujetarlo. Esta recorría el vestíbulo con los ojos entrecerrados como si estuviera escrutando los rostros de los demás. Se mordía el labio en un gesto de impaciencia, prisa o desconcierto mientras su compañera le decía algo y lo señalaba con el brazo. Entonces la más alta prestó atención y clavó su oscura e intimidatoria mirada en él. Movió las cejas y su rostro mostró una mezcla de sorpresa y alivio. O eso le pareció a él.
Todo parecía indicarle a Andrew que se trataba de ellas. Las dos francesas que había ido a buscar. Le impactó sin duda alguna la imagen de la que presumía que sería la tal Karen Marchand, como había escrito. Pensó que tal vez debería haberla buscado en Internet antes. De ese modo, se habría preparado con tiempo suficiente para la mujer que se detenía ante él. Se apartó el pelo de su cara con una mano en la que destacaba un anillo de plata, y varias pulseras que bailaban en su muñeca. Sus labios se curvaron en una sonrisa que a él lo dejó sin capacidad de reacción. Una pequeña circonita brillaba en la aleta derecha de su nariz. Toda una atracción a primera vista.
—Hola. Somos Karen y Denise —le dijo señalando el folio en el que aparecían sus nombres—. Debes de ser Andrew. —Entornó la mirada hacia él con curiosidad. Le dio la impresión de que él parecía estar perdido en sus pensamientos. Tardó un poco en reaccionar.
—Eh… Sí, sí. Supones bien. Esto… Bienvenidas a Inverness.
—Gracias —dijeron al unísono.
—Si ya tenéis todo el equipaje, acompañadme al coche. Os dejaré en el hotel.
—Perfecto —asintió Karen mirando a Denise, quien sonrió y arqueó sus cejas en una expresión de curiosidad.
—Pues vamos.
Las dos lo siguieron por el vestíbulo del aeropuerto hasta la salida y después hasta el coche.
—No lleva el kilt —susurró Denise en francés para que él no la escuchara. Porque desconocía si hablaba o lo entendía—. Ni tampoco es la imagen típica de las portadas de las novelas de escoceses.
Karen puso los ojos en blanco.
—Pues claro que no. Esa imagen es para la literatura o el cine. Seguro que esos modelos no tienen nada que ver con Escocia.
—En su defensa diré que tiene un toque… —Denise entrecerró sus ojos contemplándolo a distancia mientras él abría el maletero del coche—. Es atractivo a su manera. ¿No crees?
—Oh, vamos, Denise… Córtate un poco. Te va a oír —le dijo señalándolo con la mano camino del coche. Pero, fijándose en el aspecto de él, parecía un tipo que pasaba de todo. O al menos era la impresión que le causó al fijarse en que llevaba días sin afeitarse. Que su pelo estaba algo despeinado, como si acabara de levantarse de la cama, y su aspecto en general era el de alguien despreocupado. Y sí, como le había indicado Denise, su aspecto algo bohemio le daba un toque sexy.
—Puede, pero salvo que hable y entienda francés —le aclaró guiñándole un ojo y dejando a su amiga sin palabras.
Andrew se volvió hacia las dos mujeres que cuchicheaban entre ellas mientras se dirigían hacia él. No quería fijarse en la tal Karen de una manera descarada, pero era sin duda una mujer que llamaba la atención por su atractivo y por su aspecto. No esperaba que esta desprendiera tanta sensualidad. Prefirió centrar su atención en la otra. Pero tampoco tenía nada que desmerecer con su mirada azul cielo, su pelo castaño y su gesto risueño.
Las dos se detuvieron a su altura y le entregaron las maletas mientras intercambiaban sus respectivas miradas porque él las contemplaba como si pasara algo.
—¿Sucede algo? —preguntó Karen confundida por la manera en la que él se había quedado mirándola.
A él le costó un momento reaccionar ante la pregunta de ella.
—No, no. Disculpa. Estaba pensando en otro asunto. Subid al coche. —Andrew desvió su atención de ella y cerró el maletero. Esperó a que ellas estuvieran acomodadas antes de subirse. Eso sí, después de haber cogido aire.
—¿Está lejos el centro? —preguntó Karen mirándolo a través del retrovisor.
—A diez minutos aproximadamente. Depende del tráfico, pero ya os digo que no es París. —Esbozó una sonrisa porque suponía que, en una ciudad como la capital francesa, el caos circulatorio estaría a la orden del día.
—Sí. Las grandes capitales es lo que tienen.
—¿Qué tal os ha ido el vuelo? —Andrew no quería ser descortés con ellas y estar callado durante el corto trayecto al hotel. Se acordó de las palabras de su padre y de portarse bien con las dos mujeres. ¿Por quién lo tomaba?
—Agotador —respondió Karen desviando su atención del retrovisor a la ventana.
—Es lo que tiene hacer escala en Londres. Para algunas localidades de Escocia solo salen de allí.
—¿Ni siquiera desde Edimburgo o Glasgow?
—No. Tienes el tren, el autocar o tu propio coche, si tienes uno.
Denise no había dicho nada desde que subieron a este. Permanecía absorta en el paisaje, pero sin perder detalle de la conversación que el tal Andrew y Karen mantenían.
—Veo que hay un castillo —comentó mirando la edificación que sobresalía sobre una pequeña colina.
Karen fijó su atención en este y asintió.
—Sí.
—¿Se puede visitar? —preguntó mirando de reojo a Andrew.
—Dentro de una semana se permitirá a los turistas acceder a su interior para ver la exposición que alberga sobre su historia. Es la actual sede de los juzgados del gobierno local, de manera que hasta que no sea período vacacional, no se podrá acceder a su interior.
—No creo que estemos para poderla ver.
—Si tenéis tiempo, podéis visitar los jardines y verlo por fuera. Eso si la boda os deja tiempo libre. Bueno, ya hemos llegado —les dijo aparcando el coche en la entrada del hotel.
Karen abrió la puerta para apearse por el mismo lado que lo hacía Andrew. Los dos se miraron al unísono y, mientras él se limitaba a asentir con los labios apretados sin saber qué demonios decir, ella trataba de sonreír en agradecimiento por haberla llevado hasta allí.
—Espero que el hotel sea de vuestro agrado —deseó señalando la entrada—. Desconozco el tipo de alojamiento que os suele gustar.
Karen fijó su atención en la entrada. Una fachada de piedra clara, con un pórtico de cuatro columnas. De dos de estas colgaban varios tiestos repletos de pequeñas flores de colores.
—Seguidme.