Los docentes también han desplazado su rol más represivo y censor, de propietarios de la verdad, convirtiéndose en catalizadores del impulso de aprender del alumno. En este delicado equilibrio los docentes son como un instrumento de cuerda, si se tensa demasiado, se rompe, si se tensa poco, no suena. Al contrario de lo que pueda parecer, la dualidad entre aprendizaje «académico y competencial» no se rompe; lo más habitual es que el alumno de escuelas competenciales y avanzadas, además de incorporar de forma mucho más significativa habilidades y competencias que no eran relevantes para el sistema anterior, resulte ser más competente a la hora de alcanzar los estándares académicos que propone el propio sistema educativo.
Hay que educar en la paciencia y la perseverancia, conjugar saber y talento, garantizar buenas habilidades de pensamiento y capacidad crítica. Hay que encontrar el equilibrio entre lo que hasta ahora se enseñaba y lo que hoy hay que aprender. Los niños son vasos llenos, no pueden aprender todo cuanto se aprendía antes más todo lo que consideramos necesario aprender ahora. Como escribió Plutarco ya en el siglo I de nuestra era, la mente de un niño no es una lámpara que llenar, sino una luz que encender. La tarea más difícil para los docentes de hoy consiste en decidir a qué hay que renunciar. Todo parece importante, pero es preciso identificar lo no imprescindible, manteniendo el rigor y la exigencia que cualquier modelo educativo debe preservar.
De lo tratado en este capítulo posiblemente podría escribirse un libro entero, contrastando los numerosos mitos que perduran en las prácticas y convicciones de los docentes con nuevas evidencias que aporta y aportará seguro la neurociencia: «los grupos homogéneos favorecen el aprendizaje», «utilizamos el 10 % del cerebro», «la educación ha empeorado en los últimos años», «en el patio se tiene que jugar a fútbol», «los grupos homogéneos aportan más conocimiento», etc. Estoy convencido de que la ciencia abrirá grandes oportunidades para diseñar una educación más ajustada a cómo aprenden realmente nuestros niños. Lo cierto es que esos falsos mitos rondan en la mentalidad educativa de muchos docentes y de muchas familias, y es difícil romper con esta inercia de opinión. Los seres humanos prestamos atención a la información que confirma nuestras creencias e ignoramos o minimizamos la que las cuestiona. Nuestra mente está preparada para la consonancia, de modo que la disonancia es una actitud que pone en peligro nuestras creencias. A menudo, de forma prácticamente inconsciente nuestro cerebro nos protege de lo opuesto de lo que pensamos. Admitir algunos de los falsos mitos descritos en este capítulo puede poner en un brete todo el argumentario de algunos docentes, y cuestionar una parte de su práctica docente. Ello podría explicar la resistencia al cambio que se manifiesta de forma recurrente en el día a día del sistema educativo, resistencia que, en definitiva, es propia del comportamiento de los seres humanos. Por fortuna, aun siendo reacios al cambio, los humanos seguimos teniendo una extraordinaria capacidad de cambiar.
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